La esperanza prohibida
Ricardo González Alfonso
LA HABANA, junio - Hay frases con vocación de eternidad y el poder de los milagros. Ante 250 mil personas, en Washington, el 29 de agosto de 1963, nació una de esas expresiones. "Yo tengo un sueño", dijo Martín Luther King Jr., y millones de hombres y
mujeres comenzaron a sentir que en lo sucesivo la realidad sería mejor.
En los Estados Unidos, la nación más cosmopolita de todos los tiempos, la segregación racial alcanzaba tal magnitud que era un crimen de lesa democracia. Un rosario sacrílego de fuego, humillación y sangre; como si el color de la piel fuera la bandera enemiga;
como si una fórmula tan sencilla: todos los hombres somos hermanos, estuviese escrita en una lengua extraña, de otra galaxia.
Pero la verdad tiene tanto de justicia como de raíz el árbol, y como siempre hay hombres con verbo de simiente, el sueño de King va tornando el arbusto en bosque
"Hoy les digo, amigos, que a pesar de todas las dificultades y frustraciones del momento, yo tengo un sueño. Yo albergo el sueño de que un día toda la nación se pondrá de pie y vivirá el verdadero significado de su credo: sostenemos que estas
verdades son evidentes por sí mismas, que todos los hombres con creados iguales".
Los sueños en vigilia nacen de las pesadillas de los inconformes. Yo vivo una que padecen millones de mis compatriotas. La segregación por origen nacional duele más que una piel en llama. Muchos la sufrimos frente a cada hospital cubano de Servimed, donde solamente se
atiende a los extranjeros. La sufrimos a la entrada de los hoteles de este archipiélago: La sufrimos quienes sentimos amor por la cultura y la información, porque está proscrito el libre acceso a Internet, o la simple posesión de una antena parabólica, como si se
tratara de un contacto paradibólico.
Yo, como muchos, albergo un sueño: que en cualquier rincón del futuro a nadie se discrimine por nacer en su país ni por el color de su ideología. Que las miradas y las almas sean translúcidas, y la dignidad, la luz.
Yo tengo un sueño: que aplaudan los latidos, que sonrían las manos, que anden las mentes, que respire la imaginación y escuchen los sentimientos. Que la mentira sea muda, sorda la vanidad e inválido el odio. Que el oxígeno se torne en tolerancia y el agua en
paz; y que alcance para todos el sudor y el verso, el pan y el amor.
Yo tengo un sueño: que los prejuicios sean juzgados y condenados a olvido perpetuo; y a muerte la pena capital. Que se suprima la necesidad de los exilios patéticos, políticos y nostálgicos, redundancias incluidas.
Yo tengo un sueño: que todos aprendamos a leer en las hojas de los árboles, y en los ojos del prójimo, esa versión de la primavera que se llama ternura. Que no existan mandatarios, sino servidores comunales, tan agotados por su faena que prolongar el poder no sea un síndrome
de ambición, sino de locura.
Y tengo un sueño: que un día se celebre el aniversario de los adversarios con un abrazo que posea el don de la infancia: la reconciliación repentina. Y que cada uno de estos anhelos sean los retazos del porvenir; y las luchas justas, los hilos que entre puntadas e hincadas
tejan mi sueño con todos los sueños. Esa esperanza aún prohibida, y posible.
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