CUBANET ...INDEPENDIENTE

12 de junio, 2000



Sorbo de dicha

Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro

LA HABANA, junio - Los periódicos dijeron que Excilia Saldaña había muerto. Eso fue por el año pasado. Yo no lo creí. No lo creo todavía. Los poetas no mueren. Son inmortales. Pero si esos poetas se han dedicado a escribir para niños, son más inmortales aún. En cada niño que nace y lee sus versos, nuevos otra vez para ellos, el poeta renace.

Excilia Saldaña se dedicó no solamente a escribir para los niños sino que los amó infinitamente. Amar es defender. Ella los defendió desde el verso, desde la teoría, desde la vida. Fue poeta, crítica, editora, promotora literaria, medre. Su existencia fue hacerse niña entre los niños.

Nació allá por agosto de 1946. Bajo el signo de Leo era, más bien, una paloma siempre asustada. Quizás hirió a muchos pero arrulló a más. Con cierta rispidez escondía y resguardaba su ternura. No gustaba de quejarse. Parecía siempre lista para entrar en batalla. Era su manera de amparar su bondad. Yo la vi amar la vida y lidiar con ella. El asma se empecinaba en torturarla; ella se revelaba y la vencía, si un día logró detenerle el corazón, no pudo encallar su voz. Por eso nadie puede decirme que esté muerta.

La primera vez que la vi fue en diciembre de 1979. Era de una rara atrayente fealdad. Su gracia interior pugnaba con la cáscara y vencía su espíritu. Estábamos en los jardines de la Unión de Escritores, pululaban los petulantes, posaban señoronas, cotorreaban funcionarios; a tramos, engurruñados, aparecían algunos escritores. Excilia, exaltadísima, había resultado premiada en el concurso Ismaelillo por su libro Cantos para un mayito y una paloma, saludaba sin prestar mucha atención. Aquel día no nos hablamos. Quizás yo creía que mi libro La guerra de las abejas, que había ganado sólo una mención, y por lo cual me encontraba allí, merecía más que el de ella. Quizás nadie nos presentó. Quizás no era el día para conocernos.

Entablamos amistad muchos años después. Fue Froilán Escobar quien me dijo que su ferocidad sólo era de solapa para proteger sus ternezas. Levanté el cerco y la dejé entrar. Andaba entonces ella de esposa-madre-enfermera-guardaespaldas del poeta David Chericián. Lo protegía de sus propios arrebatos. Entré en su corazón y salí sollozando. Allí vivía una niña pobre y mulata que sufrió las burlas por su ojo estrábico, que no pudo jugar porque el asma la hacía llegar siempre la última, que una abuela -medio duende, medio flor- le enseñó los misterios de una belleza otra, y desde entonces Excilia le rindió culto a su abuela y a la belleza grande.

Los tontos no la querían. Los admiradores de cortezas jamás palparon su fibra honda, sensible, hermosa. Los hipócritas trataron de usarla, ella se defendió usándolos. Los que chocaron con su inteligencia no la perdonan aún, ni perdonan su presencia, ya permanente.

Excilia Saldaña es, a pesar de detractores y admiradores, una de las voces innegables de la lírica cubana de la segunda mitad del siglo. Y no sólo por su poesía para niños. Ya desearían muchos poetas renombrados, citados, estudiados, haber firmado el poema Mi Nombre, publicado en una humilde edición de "período especial" por la Editorial Unión. En Excilia no cabe esa absurda división de poeta y poeta para niños. Excilia es una poetisa en toda su extensión. Autora de más de una decena de libros así lo hizo patente. Que otros sean los que digan que ha muerto. A mí acaba de regalarme una Jícara de Miel -gracias a la editorial Gente Nueva- donde reunió todas las nanas que todavía le hacen falta al niño que soy para ver si puedo dormir dentro de este delirio que ella sabía me mataba.

Jícara de Miel, además de devolvérmela viva, es un libro hermoso. Su hermosura descansa en la sencillez y el donaire, en la sonoridad y limpieza del verso. Afincada en las mejores tradiciones hispánicas, Excilia pone en sus poemas una cadenciosa sinfonía donde lo bello y lo lúdrico empastan armónicamente. Es un homenaje a la gracia y el

prodigio. En este libro Excilia es un hada repartiendo dones para que los niños sean felices.

Sin embargo, los editores no fueron tan cuidadosos. Una fea portada, decodificada hasta la vulgaridad, no ayuda ni aporta nada al encanto del libro. Y, ¡Dios mío!, ni una sola ilustración a lo largo de 178 páginas. Como para que los niños salgan huyendo. Ya la Alicia de Carroll protestaba por la falta de láminas, Saint Exupery lamentaba no haber aprendido más que a pintar boas abiertas y cerradas, Walt Disney se esmeró en dar vida a las palabras de los hermanos Grimm y Constante (Rapi) Diego llenó de sueños el libro para niños de Nicolás Guillén. No obstante esa larga historia, quizás por capricho, quizás por descuido, quizás por pobreza, Jícara de Miel llega sin, por lo menos, una viñetica gráfica que aligere el tropel de versos. Cierto que no lo necesita. Excilia hizo poemas que se defienden solos, pero los niños lo requieren.

Para Gente Nueva la chapucería. Para Excilia la maravilla. A pesar de todo Jícara de Miel seguirá siendo un sorbo de dicha en los labios de los niños, y los míos.



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