CUBANET ...INDEPENDIENTE

9 de junio, 2000



La Habana

Lucas Garve, CPI

LA HABANA, junio - La Habana se redescubrió europea. Las élites de las primeras tres décadas del siglo XX levantaron una ciudad jardín en los terrenos de la finca El Vedado y hacia el oeste, donde los palacetes de la calle Paseo continúan asombrando por la aparatosa acumulación de mármoles por metro cuadrado jamás vista en estos confines del Caribe.

El Centro Gallego, levantado en el terreno que ocupó el legendario teatro Tacón, propiedad del no menos mítico Francisco (Pancho) Marty, parece concebido, a fuerza de estatuas, balcones y torrecillas asimétricas, por la barroca imaginación de un pastelero vienés de la corte de Francisco José -marido de Sissi- más que por un arquitecto salido de la Escuela Imperial de Arquitectura de Austria.

La amplia escalinata del Capitolio, hoy convertido en sala de fiestas, siempre me ha producido la impresión de que la gigantesca estatua de la República, obra del escultor francés Bourdelle, va a descender por ella en cualquier momento, como lo he visto en muchas películas, gracias a la maravilla de las nuevas tecnologías de la imagen.

La estación terminal, desde donde hoy los trenes parte y arriban con absoluto retraso, posee unas torres recamadas de unas cositas que, desde la calle, mis ojos no me han permitido distinguir de qué se trata.

Pero el signo mayor del código arquitectónico habanero son las columnas. La Habana es una exposición de columnas de todos los órdenes y desórdenes.

No es difícil encontrarse en un portal varias columnas de estilo diferente. Capiteles de follajes tan diversos, salidos de moldes hechos por albañiles de imaginación desbordada por la mezcla de la sangre.

A pesar de la destrucción de inmuebles, en las calles Gervasio y Neptuno quedan algunas fachadas art nouveau, las cuales conservan algún recuerdo de la arquitectura catalana, aunque entre el herraje de sus ventanas sea audible el sonido de tambores sagrados de origen yoruba. No hace mucho, al transitar por la venerable Calzada de la Reina, justamente desde un balcón contiguo a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, un canto litúrgico africano ascendía, envolviendo las torres neo-góticas del templo, hogar de los jesuitas.

Hay edificios que empujan la curiosidad turística a aprisionarlos en el rectángulo de una foto.

La Habana de principios del siglo XX estaba lejos de poseer los ribetes de gran ciudad que luego alcanzó a finales de los años 50. La recién estrenada élite republicana decidió dotarse entonces de una capital. La imagen aún colonial de la capital cubana de 1902 se transformó bajo los signos de modernidad asumidos de los centros hegemónicos del poder financiero.

El desarrollo urbanístico moderno habanero contó con dos generadores suficientes: el intento planificador del gobierno de Machado, y la espontaneidad de los mecanismos especulativos.

A estas dos líneas de fuerza corresponden la regularización formal de las áreas centrales y la extensión indefinida de las estructuras suburbanas del hábitat. A La Habana le tocó, por decisión gubernamental, caer bajo los designios urbanísticos de John Forestier, un tardío amante de la arquitectura del París hausmaniano.

Diferente de otras capitales latinoamericanas, el viejo casco histórico, ámbito espacial del poder colonial, dejó de servir a las nuevas élites de poder. Así surgió un "ring de constructores" aledaño a la zona donde se encontraba la muralla que encerró el perímetro urbano colonial.

Desde el antiguo Palacio Presidencial, la Manzana Gómez, los centros Asturiano y Gallego, el Paseo del Prado, el Parque Central y el de la Fraternidad, el Capitolio y la Estación de Trenes, una arquitectura monumental y, en muchos casos insólita, aún provoca, junto al calor tropical, un dolor de cabeza muy fuerte al turista extranjero, quien no podrá jamás entender el criterio urbanístico habanero si desconoce los azares y las causas.

Carlos Miguel de Céspedes, ministro de Obras Públicas durante el gobierno de Gerardo Machado, fue un barón de Haussmann antillano. Pretendió construir en la capital de la mayor de las Antillas un París tropical. Tan cierta es la idea, que todavía en los años 40 la imagen turística publicitada era asumida a través de la transposición europea del "París de América".



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