La llamada no llega al centro. Inténtelo nuevamente
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA VIEJA, junio - Recientemente y de un modo gradual, me he estado acostumbrando a la idea de ser titular de una Tarjeta de Débito (Tran$card). La Tarjeta de Débito es un atributo de independencia personal que no es otra cosa que la libertad. Pero 41 años de
esclavitud deja su huella, y no es fácil, después de tanto tiempo, aprender a ser libre. Pero como durante tres días estuve probando mi tarjeta en varias sucursales bancarias, y hasta estuve indagando en las "shoppings" (con la maquinita), la respuesta era la misma: "La
llamada no llega al centro. Inténtelo nuevamente", comencé a elucubrar la importancia de las comunicaciones en el crecimiento de una sociedad.
Las comunicaciones al alcance de un pueblo sin comprometimiento político es el primer paso para la instauración de la sociedad civil. Pero mientras las comunicaciones sean para uso exclusivo del Estado totalitario, éste tendrá la piedra angular de su poder. Esto último
podría ser la respuesta al por qué el Estado cubano nunca se ha preocupado por el crecimiento de las comunicaciones (el teléfono) al servicio de la población.
Y no solamente se trata de que la infraestructura en el país no esté creada, sino que no existe la voluntad política para hacerlo. El desarrollo de la infraestructura, en el caso cubano, presupondría una pérdida del control del Estado totalitario sobre la
población.
A este trabajo de prensa iba a ponerle como título "El totalitarismo de Estado es tan desastroso que ni siquiera el dólar puede arreglarlo", y a continuación demostrar con ejemplos prácticos cómo está siendo imposible que ni siquiera el poder
del dólar pueda restaurar o encauzar nuestras enloquecidas estructuras sociales improductivas, hasta tanto no se efectúen verdaderas reformas en nuestra actual sociedad, y que el dólar no nos traerá verdadera prosperidad mientras el gobierno no libere las fuerzas sociales
de la camisa de fuerza ideológica que significa un solo partido político.
Recuerdo que al principio, cuando me presentaba en las sucursales bancarias con mi tarjeta de débito, todo mi cuerpo se convulsionaba como el delincuente poco antes de cometer el delito. Pero ya me he acostumbrado a la idea de ser titular de una tarjeta de débito, y hasta capaz de
escribir esta nota. Lo que, por un lado, muestra un panorama con algunas señales positivas.
Pero desde que el dólar fuera despenalizado en el año 1993 ha transcurrido tiempo suficiente para que lo que fuera "un amor a primera vista" (en su monstruoso binomio de totalitarismo-capitalismo) ahora comience a dar los primeros síntomas de cansancio con que los
viejos matrimonios convierten en infierno lo que en sus primeros momentos fue luna de miel.
En el caso cubano, el dólar no ha logrado imponer su poder. Ese billete verde circulando en un medio donde no existe la libertad civil apenas puede enfrentarse al "socialismo caribeño". En los comercios estatales, que venden en dólares, ya los empleados al frente
de las ventas no ofrecen la misma sonrisa de los primeros tiempos del año 1993. Ahora los rostros se muestran ceñudos, por no decir rabiosos, en la mayoría de los casos. Las mercancías, en el momento de ser mostradas al cliente y durante su posterior empaquetamiento, son
tratadas con descuido. Personalmente he vuelto a experimentar aquella sensación de sentirme culpable como cliente por yo no estoy adquiriendo un artículo con mi dinero, sino que, por lógica revolucionaria, me están haciendo un favor.
Por estos días han corrido rumores de que el dólar volvería a ser penalizado, y no me extrañaría que retrocediéramos al año 1993, si tenemos en cuenta que el dólar es un atributo importante de la democracia y la libertad. Y aunque probado
está que el dólar es manipulable para el bien o para el mal, en el aspecto personal le otorga a quien lo utiliza una independencia que siempre será la preocupación exagerada de los gobiernos que mantienen a sus ciudadanos en una mala suerte de neo esclavitud en pleno
comienzo del siglo XXI.
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