CUBANET ...INDEPENDIENTE

9 de junio, 2000



Duro oficio ser cubano

Manuel Vázquez Portal, Grupo de Trabajo Decoro

LA HABANA, junio - En Cuba nadie puede consagrarse a su oficio, a menos que sea un alto funcionario. El salario no e lo permite. El costo e la vida impone labores alternativas. Así el médico, en las noches y a escondidas, es taxista; el ingeniero deviene mecánico de artículos electrodomésticos; la arquitecta vende cigarrillos "al menudeo"; el maestro fabrica torticas de Morón; el chofer de Correos, en la furgoneta de la Empresa, clandestinamente, transporta pasajeros en horas de la madrugada; el Jefe de Turno de la Terminal de Ómnibus vende, por trasmano, pasajes a viajeros apurados; el bodeguero, de las onzas que va robando, comercia con frijoles a precio de agromercado. Es una práctica común e indetenible.

Un salario que no rebasa, como caso medio, los diez dólares, en un país donde la mayor parte de los artículos de primera necesidad se expenden en moneda convertible, arrastra al ciudadano a la comisión de "pequeños delitos" que lo acercan peligrosamente a enredos judiciales. Claro está que, en buena medida, los inspectores se dejan sobornar y algunas autoridades hacen "la vista gorda" por aquello de que "la vida está muy dura".

De modo que el cubano medio, enredado en esta macabra urdimbre, se ve imposibilitado de ser un hombre honrado que vive de su oficio. Impelido a aumentar su magro salario recurre a los mecanismos más insospechados. El estomatólogo que acaba de decirle a un paciente que no hay amalgama para su empaste, recibe un pequeñísimo envoltorio, y el obsequiante, en menos de una hora, sale con su sonrisa reluciente. ¿A quién culpar? Este profesional, en cualquier parte del mundo, viviría con cierta holgura pero acá, como recibió una educación gratuita, debe pagar, por toda su vida devengando un salario que le imposibilita la vida. Nada que la salud es gratuita y la educación también.

Mas si esto ocurriera en un solo sector de la vida cotidiana el mal fuera menor. Pero sucede que es imposible obtener cualquier producto o cualquier servicio sin que medie una gratificación. La interdependencia social -el médico del mecánico, el mecánico del bodeguero- convierte las Empresas, todas estatales, en pequeños cotos privados que sólo se traspasan pagando. Así aparece una especie de neoliberalismo de los pobres, en el cual las Empresas siguen perteneciendo al Estado, pero funcionan como privadas. El discurso oficial anda por un camino y la vida cotidiana por otro. Se habla de subsidios y gratuidades cuando, en realidad, el hombre común tiene que pagarlo todo, y a precios que no se corresponden con sus ingresos.



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