Napoleón, Alejandro I y Castro: coincidencias históricas
Reinaldo Cosano Alén
LA HABANA, mayo - Alejandro I, Zar de todas las Rusias, nació en 1770. Un año antes vino al mundo Napoleón Bonaparte.
Europa sería el campo de batalla de estos geniales hombres. Napoleón con sus huestes "conquistaría" un Moscú desierto, silencioso y en llamas. Dos años después, París aclamaría como su conquistador a Alejandro I.
Verdaderos seductores de multitudes, cada uno a su manera, se creyeron salvadores de sus pueblos. Predestinados para traer paz y progreso a Europa, arruinaron a sus pueblos. Soñaron con una Europa fuerte y unida empleando la tea incendiaria de la guerra.
Para Cuba, ha terminado la sucesión de campañas bélicas exteriores y la época de las glorias militares. Las guerrillas promovidas por Cuba en Latinoamérica han quedado atrás, como frutos del fracaso. Sueños truncos. También la
grandilocuente insolencia de la "Crisis de Octubre" o "de los misiles". Pero aún es hora de hacer algo grande por los pueblos, hay quien piensa. Médicos y enfermeros son los nuevos soldados de la nueva santa cruzada.
Pero la obtusa Europa, que rezume bilis, no se da cuenta de la enorme obra que tiene Cuba por delante de salvar las tres cuartas partes de la humanidad: el Sur del planeta.
Ella, que parió un Hitler. Se las trae ahora condenar a Cuba como violadora de derechos humanos.
La vieja y fría Europa tiene también sus problemas de derechos humanos, según de repente nos acabamos de enterar.
Sí, porque nos acabamos de enterar (coincidente con la condena al gobierno cubano en Ginebra) de que la policía del civilizado viejo continente da palos y dispara contra los manifestantes callejeros, en tantos otros cazan a inmigrantes y gitanos a palos y tiros. Algo anda en
Europa.
Por eso hay que hacer la Guerra Santa contra Europa. Primero contra el gobierno de la República Checa, presidida por un don nadie venido de abajo; y de seguido contra los zorros polacos. Después, no. A la vez. Ahora mismo. ¡Nada de sindicatos independientes, que recuerdan
el mal ejemplo del atronador Solidaridad polaco! ¡Ni periodistas independientes amamantados por la CIA! ¡Todos ellos al caldero hirviente de Satanás! Nadie podrá quebrar la unidad monolítica y una sola opinión: la del Partido Comunista de Cuba.
Los polacos han hecho mal en sacar del ostracismo en la prisión de Holguín, a donde fue enviado por testarudo, al Dr. Oscar Elías Biscet, con eso de ofrecerle un concierto en un santo recinto de la capital cubana. Dedicado a él, y a su esposa.
Han hecho mal porque a lo mejor trasladan a Biscet kilómetros más allá, a la prisión de Guantánamo, en el mayor semi desierto cubano. O a la de Baracoa, ciudad primada, a un tiro de ballesta de la República de Haití.
Además, fue de muy mal gusto revelar sólo al final del concierto lo que se traían entre manos los antiguos aliados polacos Si al menos lo hubieran informado antes al gobierno de Cuba ... ¡Ni que estuvieran en su país los zorros polacos! Pero, ¿qué
acción disidente se puede llevar a cabo en Cuba si no haciéndola "a lo zorro"?
En el cerrado recinto de la rocosa Isla-prisión de Santa Elena, moría Napoleón Bonaparte, el autoproclamado emperador francés, discurriendo en su cabeza, tal vez, alguna nueva campaña bélica para salvar a Francia.
Cuatro años después, el 19 de noviembre de 1825, amaneció lloviendo, y en los enormes espacios abiertos del valle ruso de Tangrog, donde quiso hallar refugio espiritual, moría joven Alejandro I, Zar de todas las Rusias.
En sus días de gloria en la Sierra Maestra quien ya ha vivido y gobernado más que uno y otro emperador y aún sueña con redimir a la humanidad, tal vez con intención, o sólo por un azar del destino, escogió por seudónimo el de Alejandro. El
Napoleón (sus dotes guerreras) siempre lo llevó por dentro.
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