CUBANET ...INDEPENDIENTE

24 de julio, 2000



Penetrada por un kubry. Desdichadamente

Miguel Angel Ponce de León, Grupo de Trabajo Decoro

LA HABANA, julio - Esa noche el grito desde la piscina no me inquietó. A los otros sí. Corrieron hacia allá y encontraron a Jorge que se había lastimad un tobillo al lanzarse desde el trampolín más alto. A veces pienso que él creaba esas situaciones. No podía soportar que los demás prescindiesen de su persona por largo tiempo.

No resultó ser nada grave. Richard Claydesman fue buena compañía durante esa cena informal. Para el Encargado de Negocios era lo más sublime. La Baronesa y una amiga, Jorge, yo, una loquita casi adolescente y el negro Jacinto formábamos un grupo bastante heterogéneo, pero entretenido. Sólo el mayordomo que se ocupaba de la barbacoa cerca de la piscina no participaba de la conversación.

Es bueno conocer que el negro Jacinto era el jefe de la seguridad de la embajada, y por tanto también de la residencia en la que vivían el Encargado de Negocios y su Primer Secretario. Ambos, representantes de uno de los países latinoamericanos más grandes y ricos de la región.

Casa sin mujeres, porque estos diplomáticos preferían que las suyas vivieran apaciblemente en algunas de las islas holandesas del sur del Caribe.

Jacinto fue el encargado de preparar los tragos. Bloodymarys para la Baronesa, Norma y yo, whisky a la roca para el resto.

El jardín, enorme, se ofrecía en todo su esplendor y misterio esa noche. La piscina reflejaba una luna enorme y llena.

El melange humano reunido resultaba algo inquietante. La Baronesa enjoyada y superficial era la invitada de Norma, amante del Primer Secretario, y para colmo la responsable de no sé qué oficina secreta de no sé cuál organismo del estado. Jorge y yo, matrimonio gay establecido y sólido, gozábamos de las carantoñas que nos hacía la alta sociedad habanera de principios de los años ochenta.

El negro Jacinto, introvertido, tenía aspecto de matarife de oficio en el Mercado Unico. No parecía ser el funcionario principal responsable de la seguridad de la embajada. La loquita casi púber, delicada e inculta, se había presentado "por casualidad" en la residencia para ofrecer un delicado juguete de plata maciza y filigrana hecho en el siglo XIX. Lo vendió esa noche a buen precio.

El Primer Secretario desaparecía en el interior de la residencia por períodos largos y frecuentes. Pienso que sólo yo disfrutaba con los ojos y la piel todo aquello que no era humano. La temperatura de la noche, la luna, la vegetación. No atendí a la conversación.

Cerca de la medianoche, la loquita chamarilera se sintió mal y fue hacia la cocina. Se demoró.

El mayordomo, que desde su puesto en la barbacoa cercano a la piscina, con sus penetrantes ojos azules no perdía de vista a nadie, se alejó apresuradamente, en sentido opuesto al que estábamos. Otro grito, esta vez angustioso, nos hizo correr hacia el lugar de donde provenía: el pantry.

Con expectación nos acercamos a un freezer horizontal que el mayordomo mantenía abierto. Allí, dentro, estaba el cuerpo, boca abajo, de la loquita casi adolescente con un kubry clavado hasta el mango en la espalda. Movía espasmódicamente uno de sus pies.

La Baronesa emitió un grito ahogado y se llevó la mano al corazón. Allí encontró y asió con fuerza un relojito de oro con una roseta de enormes brillantes en la tapa, manufacturado en Europa en el siglo XVIII. Los demás nos desbandamos. Pero era imposible la huída. La residencia se encuentra en un barrio cerrado al acceso del público en general. La rodean torres con soldados armados con metralletas.

El Encargado de Negocios, ecuánime, nos reunió a todos en el recibidor principal y nos dijo que debíamos abandonar la residencia inmediatamente. En el Lincoln blanco iríamos Jorge y yo, teniendo como chofer al negro Jacinto. En el automóvil del Primer Secretario serían evacuadas la Baronesa y su amiga. El, después de nuestra partida, se ocuparía del aviso y el trato con las autoridades cubanas.

Meses después, de visita en casa de la Baronesa, conocí el resto de la historia. O mejor expresado, parte de ella. Según narró la Baronesa, el Encargado de Negocios y las autoridades cubanas llevaron el asunto con extrema discreción y habilidad. La loquita no murió de ésa. Fue ingresada en uno de los pisos para el tratamiento de extranjeros del hospital Hermanos Ameijeiras, y atendida como una princesa. Lo curioso es que nadie de los que estuvieron allí aquella noche fatal fue citado ni a juicio ni a interrogatorios.

Mientras la Baronesa me ofrecía té en un precioso servicio de Sevres, disfrutaba encandilándome con un nuevo brillante de cuatro quilates blanco azul perfectísimo que tenía engarzado en platino en su dedo anular derecho. Le recordé que al llegar Jorge y yo a la residencia, al morir la tarde, el Primer Secretario estaba en la terraza, absorto en la limpieza y bruñido de un exquisito puñal nepalés de su colección particular. Era el mismo que apareció clavado en la espalda de la loquita casi púber negociante.

Transcurrió casi un año desde el intento de asesinato en la residencia cuando siento fuertes toques en mi puerta. El Encargado de Negocios estaba allí, en el umbral.

- Entre, por favor. ¿Jorge? Estamos divorciándonos, son muchos años de relaciones. El prefirió ir a vivir con la judía Elizabeth. Claro que seguimos siendo grandes cómplices.

- Ya, ya, está bien, Ponce. Vístete que tengo el carro mal parqueado. Te espero afuera. Comeremos y hablaremos.

El pez muere por la boca. También yo. Pero, ¿quién no muere por la boca en Cuba? El socialismo real olvidó ese órgano de nuestro cuerpo físico. Quizás también su extremo opuesto.

Salí. El Encargado de Negocios me abrió la puerta al lado del chofer, montando seguidamente y sentándose junto a mí. Nos dirigimos al restaurante Monseñor, tristemente ya sin Bola de Nieve. Dejamos atrás la Habana Vieja, siempre por Malecón para salir al Hotel Nacional. Todo el trayecto iba yo pensando en el hombre que manejaba, joven. Apenas cuarenta años. Enjuto de carnes y pequeño de estatura, pero nervudo, tenso, fuerte. Recordaba sus visitas anteriores. Cómo el negro Jacinto primero revisaba con un dispositivo la casa en busca de micrófonos y después entraba el Encargado de Negocios. Se sentaba ante la mesa redonda y baja de mi sala, pero antes extraía de su cintura una pistola calibre cuarentaicinco que depositaba sobre ella. Rememoraba las veces que me ofreció asilo en su embajada.

- Los asilados en tu embajada se mueren de viejos esperando la salida de Cuba -le decía yo.

El era optimista.

- Ponce, cuando esté a la firma el próximo convenio comercial te incluiré en la lista de los que quiero sacar del país. Eso no falla. Los intereses económicos son muy fuertes y tú no pesas nada a su lado.

Pero, ¿por qué tenía que irme yo? ¿Por qué no lo hacía Mitrídates y su corte reducidísima, que son los únicos que tuvieron y tienen el beneficio reportado por el poder total?

Entre sorbos de vino rojo y filetes Chateaubriand pude desentrañar el verdadero leiv motiv del apuñalamiento del gay casi púber. ¿Quién lo apuñaló? El Primer Secretario. Utilizó el kupry ritual nepalés. Resultó que este individuo no era oriundo del país que representaba en Cuba, sino un coronel de la DINA chilena, relacionado además con algún servicio de información norteamericano. La loca resultó ser una cleptómana con éxito en la sustracción de documentos definidos como sensibles o secretos. El negro Jacinto, el jefe de la seguridad de la embajada y la residencia, suministró al mariconcito una droga en la bebida aquella noche. Cuando la droga le hizo efecto, el joven se levantó del lugar donde estábamos nosotros y fue hacia la cocina en busca de agua y un alka seltzer. Ambos, Jacinto y el primer secretario fueron expulsados del MINREX de ese país latinoamericano.

- ¡Delicioso Remy Martin! ¿Lo disfrutas, Ponce? ¿Sí? Anda fúmate este habano para rematar la noche. ¿La pasaste bien?

- Claro que sí. Cuando la comida es de primera calidad y abundante, siempre la paso bien. Y tú, ¿qué haces ahora?

Soy embajador de mi país en Israel. Estoy en Cuba de paso y aprovecho para llevarme los dos cuadros de tu padre que compré. ¿Los recuerdas?.

Pobres loquitas casi púberes del Mossad. Pobres loquitas casi púberes de la O.L.P. Si van a alguna sesión espiritista, llamen al espíritu de Jean Genet que sí las conoció bien a ambas y puede que hasta les hable de Armanda -la Vázquez Fondín- no la Gluglú, la Sabia, que se posó en New York para vivir los últimos años de su atacada vida.



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