CUBANET ...INDEPENDIENTE

21 de julio, 2000



Un artista con grilletes

Tania Díaz Castro

LA HABANA, julio - Instaurado el régimen totalitario de Fidel Castro se puso en práctica la intolerancia oficial en el arte y, sobre todo, la obligatoriedad para que los intelectuales cubanos reflejaran en sus creaciones el proyecto político: "Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada (1)". Lo dejaba dicho para siempre.

Muchos han sido los que pagaron un alto precio cuando cometían la osadía de sentirse personas libres y por encima de dogmas y teorías han dejado correr las alas de la imaginación.

Este es el caso del bailarín, coreógrafo y autor de numerosos y valiosos libros de arte Ramiro Guerra, nacido en 1922, uno de los ejemplos más dolorosos y lamentables de esa legión de "enfant terribles", a quien pusieron grilletes en sus pies para que no inventara movimientos danzarios al compás de acordes musicales que no podían ser escuchados en Cuba.

Para estos intelectuales que pretendieron crear de manera libre, todo comenzó a empeorar en el año 1971, cuando se tomaron las más drásticas medidas contra toda expresión artística que, según el régimen, podía dañar el normal desarrollo del "hombre nuevo" en Cuba, por medio de ideas disidentes o extravagancias puestas de moda en otros países como la música pop, la pintura sicodélica, las corrientes eróticas y Los Beatles.

Es por eso que en los mismos momentos que el poeta Heberto Padilla era detenido por la policía política del régimen en abril de ese mismo año, y libros escritos por José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Antón Arrufat, y otros, fueran prácticamente prohibidos, Ramiro Guerra recibía de manos de las autoridades cubanas la suspensión del estreno de su obra danzaria "Decálogo del Apocalipsis".

Por esos días se había realizado su ensayo general, después de todo un año de trabajo. Hasta repartidas estaban las invitaciones, impresas sobre cartulina blanca satinada en llamativos sobres de color rojo.

A partir de estos hechos, los mejores talentos de Cuba comenzaron a sufrir un terrible proceso llamado "parametraje" que aún persiste en nuestros medios culturales, aunque no tan exagerado como en sus inicios. Por esta razón agentes de la policía política se especializan en leer entre líneas textos literarios, escudriñan más allá de un simbolismo coreográfico en la danza o se interesan por acumular criterios personales sobre distintos tópicos de la cultura nacional.

Entre los años 1971 y 1980 Ramiro Guerra estuvo condenado a un inmovilismo total. Lo vi varias veces por la calle, vestido de forma muy humilde, con su andar apresurado, como si quisiera pasar inadvertido o esquivar saludos.

En el otoño de 1968 el célebre coreógrafo belga Maurice Bejar visitó Cuba. Admiraba el trabajo artístico de Ramiro Guerra. A un periodista que lo entrevistó le dijo: "Ramiro tiene muchas posibilidades, pero está muy atado. Necesita más libertad".

Antes que finalizara ese año entrevisté a Ramiro Guerra para la revista Bohemia. Se estrenaba su obra "Medea y los negreros", inspirada principalmente en el folklore cubano. Ramiro Guerra me habló de un nuevo proyecto danzario que se llamaría "Cuatro estados de ánimo", basado en una neurótica que quería suicidarse, un loco, una pareja de incomunicados y la muerte del Che Guevara.

Transcurridos treinta y dos años de aquella entrevista, vuelvo a visitarlo en su misma casa, una habitación que le sirve de dormitorio, comedor y sala de estar, una especie de buhardilla o madriguera en la torre de un alto edificio de la calle L y 11, en el Vedado habanero. Le digo que ahora soy periodista independiente, libre, que escribo para CubaNet, una agencia de prensa con sede en Estados Unidos. Ramiro me hizo pasar.

No llevaba un cuestionario. Conozco muy bien la vida del artista. A los veinte años de edad había marchado hacia New York y allí recibió clases de renombradas figuras de la danza como Martha Graham, Doris Humphrey y Charles Weidman. A su llegada a Cuba, en 1955, fundó un movimiento de danza moderna y en 1959 lo convirtió en un Conjunto que aún existe.

También conozco muchos de sus libros, como "Apreciación de la Danza", de 1968; "Una metodología para la enseñanza de la danza moderna", 1969; "Teatralización del folklore y otros ensayos", 1988 y "Calibán danzante", 1993.

También sé que preside el Centro de Desarrollo de la Danza en Cuba y que dirige una publicación de ese organismo, que ha recibido galardones importantes a partir de 1989, incluso el de Doctor Honoris Causa en la Danza. Todo para resarcir una gran deuda que se tiene con Ramiro Guerra por el daño ocasionado a su carrera como creador, precisamente en el período más fecundo de su trabajo, cuando sólo tenía cincuenta años de edad y realizaba su mayor proyecto.

Le pregunté por aquel esbozo de obra que me comentó en 1968 titulado "Cuatro estados de ánimo" y me respondió, de forma muy resuelta y rápida, que no lo recordaba. Tampoco quería hablar de sus años de marginación y silencio.

"Todo está explicado en el capítulo 119 de mi libro recién publicado ´Coordenadas danzarias'", me dijo, mientras aclaraba que aún no había desayunado.

Entonces traté de ser breve. Es cierto que lo visité sin previo aviso, puesto que Ramiro Guerra no tiene teléfono en su casa. Le pedí disculpas y él comprendió.

Aquel hombre sonriente, amable, casi octogenario, a quien tanto he admirado por su gran talento, no merecía que mis preguntas repentinas tocaran viejas heridas muy difíciles de curar. Me ofreció una entrevista para otro día y me preguntó por mi vida, extrañado de no haberme visto en mucho tiempo.

Por último, me acompañó hasta la verja de su puerta y me extendió las manos como si con ese gesto quisiera pedirme perdón por algo. Tomé nuevamente el deteriorado ascensor para bajar los once pisos del edificio, y el ruido infernal de sus cadenas me dio la sensación de que caía por un abismo. Por suerte, me dejó sana y salva en el vestíbulo de la entrada, donde supe que alguien esperaba por Ramiro junto a un nuevo auto otorgado por el gobierno de Cuba al artista, hace solamente unas semanas.

(1) "Palabras a los intelectuales", discurso de Fidel Castro Ruz en junio de 1961. VOLVER



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