Cuba: un magisterio de la ductilidad política
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, julio - No podría definir si la política es un arte o una ciencia, pero en cualquier caso es el acto más pragmático que he conocido. En política lo único válido parece ser lo útil. La filípica o la catalinaria está
en dependencia de las trácalas indispensables para mantenerse en el juego. Lo que hoy resulta beneficioso, mañana puede tornarse pernicioso y hay que estar prevenido para la maniobra hábil, el timonazo oportuno.
Si se quisiera un ejemplo, creo que los cuarenta y un años de la política cubana serían representativos. Echemos un vistazo somero a algunos eventos sobresalientes del devenir cubano.
Estamos en los primeros meses del año 1959. La insurrección contra el General Fulgencio Batista ha logrado desplazarlo del poder. Las fuerzas triunfantes están compuestas por todos los sectores de la población. Han participado en el derrocamiento desde la alta burguesía
hasta el más humilde campesino, desde el afamado político hasta el anónimo obrero. El interés común era devolver a la nación la constitucionalidad violada, la democracia perdida. Sin embargo, otros intereses subyacen en el juego del poder. Mas estos
intereses no pueden ser develados o levantarían obstáculos difíciles de sobrepasar. Aparece así el discurso conciliatorio, por demás falaz, del político avezado. La primera definición -emblemática por venir de boca de uno de los más
carismáticos líderes de entonces- resulta eficientísima.
"La revolución es tan verde como las palmas". Aquí tenemos un evento histórico de carácter nacionalista, democrático, que se alinea contra la "amenaza roja". Dos años más tarde, y negado todo vínculo con el comunismo y
sosegadas todas las inquietudes, es el momento para declarar entonces el carácter socialista de una revolución escamoteada a las fuerzas que la hicieron posible. No bien pasado un año, la hasta el momento loada Unión Soviética se vuelve blanco de las más
acres diatribas por su postura ante la peligrosísima "crisis de los misiles". Se vuelve la vista hacia una China maoísta y encerrada en una enajenante "revolución cultural". La relación concluye con ofensas y vituperios a quienes primero nos
proporcionan el arroz y más tarde nos lo niegan. La evolución de partido socialista a partido comunista nos reabre el camino hacia las arcas de Moscú.
El comunismo tiene necesidad de expansión. América del Sur y Africa son puntos claves. Cuba, la base necesaria. Se reabre un romance que dura hasta los últimos años de la década de los ochenta. Los aires de perestroika traen para Cuba vientos de rectificación.
"Ahora sí vamos a construir el socialismo". Se viene abajo el Kremlin. José Tejedor canta: "Me abandonaste en las tinieblas de la noche y me dejaste sin ninguna orientación". Ciegos, arremetemos contra el pasado soviético. Lo prohibido se vuelve
obligatorio. El turismo, las divisas, las remesas, el trabajo por cuenta propia se tornan tareas del partido. Ahora somos marxistas-martianos, y coqueteamos con la política de mercado, pero seguimos en el poder con una exitosa dictadura de las ideas y una no menos exitosa marcha hacia la
masificación de la cultura.
Hemos ido del verdor de las palmas al verdor de los dólares, de la púrpura del Partido a la púrpura de las alfombras de los hoteles de lujo, del regalo de aeropuertos a Granada al recibo de donaciones de la Comunidad Europea, pero siempre con la sartén por el mango.
Eso sí es sabiduría política. Hemos sido más dúctiles que la plastilina. O, rememorando al viejo refrán: "ni antes ni después, todo en su justo momento".
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