Algo sobre la vida
Israel Picallo Ortiz, CPI
LA HABANA, julio - Aunque la pena capital constituye de hecho la solución final contra todo aquél que por sus acciones se convierta en un peligro potencial para la sociedad y sus conciudadanos, no deja de ser siempre una acción violenta que aunque aceptada por unos es
rechazada por otros, que alegan, entre otras cosas, la razón de la vida: derecho que le pertenece al Creador tanto para darla como para eliminarla.
Aún así, algunos países adoptan esta sentencia aplicando para ello toda una serie de modalidades que van desde las más sutiles y sofisticadas hasta las más incisivas y violentas. Modalidades éstas que se vienen practicando desde los albores de la Creación.
Ultimamente se ha destapado mundialmente toda una campaña contra la práctica de esta sentencia, siendo los Estados Unidos uno de los países más destacados aquí en la práctica consecutiva de esta modalidad. Inclusive se han ofrecido a la opinión pública
datos estadísticos que contemplan cantidades por año, estados que más la aplican, y todo cuanto pueda ser objeto de reflexión.
En fin, Cuba en este final de siglo se yergue como defensora de la humanidad y enemiga de la pena capital.
Ante esta nueva modalidad política deberíamos hacer un llamado a la reflexión. Cuba, desde el año 1959, se ha convertido en la vanguardia y paladín abanderado en la aplicación constante de la pena de muerte. Basta recordar los maratones de fusilamientos
que fueron puestos en práctica al inicio de la revolución y su triunfo. Y posteriormente cuando se realizó en la Isla la famosa limpia de las lomas montañosas del Escambray, tristes momentos en que los prisioneros eran fusilados en los mismos lugares de las acciones bélicas;
sin dejar de mencionar las noches interminables en los fosos de la fortaleza militar de La Cabaña, ubicada en la capital de la Isla, donde las constantes descargas de la fusilería acompañaban los rezos de los confinados políticos encerrados allí.
¿Alguna vez este flamante defensor de los derechos humanos ha informado o se sabe del número de los miles de fusilados?
¿Estará en condiciones el gobierno para hablar del respeto a la vida?
Y , entonces, si es así, ¿dónde tendrá guardada las interminables relaciones de los fusilados sin nombre de la Sierra Maestra, del Escambray y de todos estos tiempos? Testigos de todas estas purgas sobran.
Si ahora el gobierno de Cuba va a hablar de este escabroso tema y pretende presentarse como defensor de la vida, creemos prudente entonces hacer un llamado a la memoria y a la reflexión.
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