CUBANET... INTERNACIONAL

Julio 18, 2000



Palabras al viento

Alberto Alegria. Publicado el martes, 18 de julio de 2000 en El Nuevo Herald .

La Habana -- Las palabras finales de la reunión resonaron como golpes de maza en el auditorio. La ovación que saludó el cierre del discurso recorrió la sala de la reunión y atrajo la atención de los transeúntes en medio del inclemente verano cubano. ``Son los trabajadores del transporte urbano que están reunidos en una asamblea socialista'', alegó uno. ``Si las palabras cargaran personas, entonces de verdad sí resolverían el problema de las guaguas'', dijo un segundo.

Dentro del local, los participantes del mitin coreaban con vehemencia la última frase del discurso pronunciado por el funcionario del gobierno: ``Mejorar el servicio a toda costa, ése es nuestro deber''.

Funcionario creyó que sus palabras habían surtido el efecto deseado: desperezar las mentes de esos cubanos, estimular su creatividad, impulsarlos al trabajo. Ante su verbo poderoso, los delegados decidieron ``echar pa'lante en todos los frentes'', pero, sobre todo, echar a andar los ómnibus que yacían amontonados en los patios de las terminales, mientras los cubanos de a pie se hacinaban en las paradas a la espera de las inatrapables guaguas.

Funcionario durmió bien esa noche. Había sido trasladado hacia el sector del transporte urbano de Ciudad de La Habana y quería luchar contra la burocracia y esculpir el ``hombre nuevo'' a golpes de lógica y ejemplaridad.

Funcionario había sido trasladado hacia el sector del transporte urbano de La Habana y quería luchar contra la burocracia y esculpir el `hombre nuevo' a golpes de ejemplaridad.

Semanas después de la reunión, realizó un recorrido por terminales de la ciudad para analizar ``los avances'', pero sólo se topó a la entrada de cada centro con una valla a modo de saludo que rezaba: mejorar el servicio a toda costa, ése es nuestro deber. Su asombro aumentó al comprobar que en todas partes surgían carteles de diversos colores y tamaños con la frase en destaque. Sin embargo, en los patios, rumiando penas de óxido se encontraban las desvencijadas guaguas. Nada se había hecho para sustraerlas del inmovilismo.

Funcionario no dijo nada y se marchó. Esa noche durmió regular. Pero se despertó radiante. Había encontrado el porqué de sus dudas. Las palabras eran las culpables. Habían sufrido una horrible mutación, se habían convertido en consigna y perdido su vitalidad en una sociedad roída por el voluntarismo. Todos las veían pero nadie actuaba.

Funcionario convocó a otra reunión en la que pidió que, por favor, no lo aplaudieran sino que escucharan con atención, que interpretaran el verdadero sentido de sus frases. ``Necesitamos acción, no palabras''. Nada pudo evitarlo, sus conclusiones fueron acompañadas por manos laudatorias. El comprendió. Su auditorio formaba parte del paisaje inamovible de la gran desidia cubana tras más de cuatro décadas.

Dos semanas más tarde reanudó la gira por las terminales. No pudo pasar de la entrada de la primera de ellas. Las letras le asaetaron los ojos. ``Lo que necesitamos es acción, no palabras''. El error revivía. Desde la prisión de papel las palabras agonizaban, perdían vigor...

El enojo fue desmedido. Pidió a gritos explicaciones sobre la obstinada repetición de la consigna mientras que apiladas, estertóreas, las guaguas se corrompían con el paso del tiempo. Funcionario citó a otra reunión, dio un nuevo plazo que sería el último para algunos si los ómnibus no eran reparados. Nadie aplaudió esta vez.

Esa noche no durmió, ensimismado en un pensamiento. Se contemplaba prisionero de millones de pancartas oficiales. Estaba aterrado. Aún recordaba el fin de la reunión cuando, con el miedo en el rostro, clamó: ``Compañeros, las consignas no moverán los ómnibus, únicamente el trabajo. A la batalla. ¡Abajo las consignas!''

Su salud se deterioró. Pidió dos semanas de descanso durante las que repasó su vida a la sombra de los molinos de la inacción gubernamental movidos por un solo hombre. Caminó por las calles, vio las caras tristes de los cubanos que malgastaban sus vidas en las paradas de guaguas, los escasos buses atestados de pasajeros que iban de parte alguna a ninguna parte. La ciudad inmóvil.

A su regreso a la oficina le sorprendió una voz juvenil. ``Funcionario, qué bueno tenerlo de vuelta para que compruebe la marcha de la emulación socialista. Este año nadie nos quita la bandera de vanguardia, mire, mire'', y él miró. Al principio estalló en un llanto leve que creció y terminó en espasmos violentos. Quedó internado en un manicomio para siempre.

Cuando del Ministerio del Transporte acudieron especialistas para efectuar las investigaciones de rigor, interrogaron a la joven que lo había recibido y ella contestó que sólo le había mostrado la ornamentación del centro y señaló un sitio en específico. En el medio de un patio, encima del casco de lo que un día se denominó ómnibus, se observaba la causa irrefutable de la locura de Funcionario, un exquisito ejemplar de cartel con estas palabras: ¡Abajo las consignas!

Alberto Alegría es el seudónimo de un escritor cubano que reside en La Habana.

© El Nuevo Herald

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