Sólo para menores de tres años
Jesús Ysidro
LA HABANA, julio - Hace unos días mi hija se enfermó y tuve que llevarla al hospital. Solamente tenía un poco de fiebre por lo que pensé que no sería tan complicado atenderla. A fin de cuentas vivimos en una potencia médica. El médico la
consultó rápidamente y, sin tener todavía un diagnóstico, me preguntó la edad de la niña. Cuando le contesté que dos años, el galeno suspiró y me dijo que en verdad tenía mucha suerte, porque les habían orientado que
algunos medicamentos sólo se los podían recetar a menores de tres años.
Me sorprendió su afirmación y fue entonces que le pregunté si la disposición se debía a que tales medicinas perjudicaban o no eran efectivas en niños mayores de esa edad.
"No, nada de eso, es que como escasean mucho se reservan solamente para los más pequeños", me contestó con tono confidencial.
Me llamó entonces la atención que en Cuerpo de Guardia hubiera sábanas y toallas nuevas, y que las ventanas del lugar lucieran inmaculadas cortinas blancas.
Mirando ese inusual -y agradable- panorama, le dije al médico que si ahora el hospital tenía tan buenas condiciones yo creía que los niños mayores de tres años también deberían tener medicamentos en caso de estar enfermos.
"Todo es como un espejismo mi querido amigo", dijo el médico en voz muy baja, bajísima. "Fíjese bien, el decorado tiene que ser de primera aunque no haya medicamentos. Es que ahora tenemos inspección. Pero en cuanto los burócratas se vayan, todo
el ornamento se vuelve aguardar en el almacén. Hasta el papel sanitario y el jabón de los baños. Así podremos tenerlos listos nuevamente cuando venga la próxima visita. De tal manera, siempre seremos destacados en la emulación socialista".
Su socrática respuesta me puso de tan mal humor que cargué en brazos a mi hija Jessy y no me detuve hasta llegar a la farmacia, donde tenía que comprar el Quetotifeno y las gotas de Argirol que le habían recetado a mi niña por ser menor de tres años.
Luego de una interminable fila, pude entregar las dos recetas a la farmacéutica. Ella me dijo que no podía suministrar lo recetado por el médico, pues el Quetotifeno "entra sólo los martes, y en seguida se vende todo". Me recomendó esperar cuatro días
más, hasta el próximo martes, y me recordó que fuera temprano para ver si con suerte llegaba el referido medicamento, alcanzaba a el turno que cogiera en la fila y ellos así podían cumplir el plan de entrega a la población.
Le pedí una mejor explicación de todo aquel asunto. Entonces ella, la farmacéutica, me dijo desganadamente que cuando entraban medicinas caras como por ejemplo el Multivit, el Polovit o el Captoprín, la farmacia más dinero y cumplían el plan, con
posibilidades de ganar la emulación. "Por ganar no recibimos ningún estímulo", explicó la mujer, "pero al menos quedamos bien con el Ministerio de Salud Pública".
En este punto interrumpí a la señora, porque yo sólo quería saber cuándo podría comprar los medicamentos, pues se supone que no podíamos esperar cuatro días y en tanto mi hija sin tratamiento para su dolencia.
"Mira, lo del Quetotifeno ya te lo expliqué", ripostó mientras reprimía un bostezo, "espera al martes y recuerda venir temprano, no puedo hacer más nada. En cuanto al Argirol no lo tenemos porque se fabrica con agua destilada y no hay ni ácido
ni potasa para prepararla".
Mientras escuchaba aquellas palabras, verdadero decálogo de lo inexplicable, sentí tristeza por el médico que nos atendió en el hospital y también por la farmacéutica, dos cómplices de la doble moral del Estado socialista y de su falsa
autoproclama de paradigma de la medicina latinoamericana, de ese anhelo frenético y utópico de los que dicen que Cuba es una potencia médica.
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