CUBANET... INTERNACIONAL

Julio 17, 2000



Los 'moderados'

Agustin Tamargo. Publicado el domingo, 16 de julio de 2000 en El Nuevo Herald

Los cielos de Miami parecen ser propicios a la aparición de los cometas. El último es el de los moderados. ¿Quiénes son los moderados? Pues un grupo de cubanos de la isla que dirigen media docena de organizaciones. ¿Cuántos miembros tienen esas organizaciones? No se sabe. ¿Qué las diferencia a unas de otras en la que pudiéramos llamar una inevitable pluralidad? Tampoco se sabe. Lo que se sabe es esto: que esos moderados han escogido ese nombre para distinguirse de otros cubanos, los radicales. ¿Y quiénes son los radicales? ¿Acaso los castristas, cuyo radicalismo real se tipifica en un espíritu de rencor y destrucción que ha dejado chiquitos a Hitler y a Stalin? Los moderados no lo dicen. Pero por sus palabras se deduce que para ellos los antimoderados no son aquéllos, sino éstos: los que quieren abatir la tiranía; los que procuran que los culpables de tanta muerte, tanta ruina y tanta sangre paguen ante la historia lo que deben; los que desean arrancar de raíz de la nación cubana la médula, los huesos, el pellejo y todo el resto del infernal experimento marxistoide encabezado hoy por un vetusto pero siempre infame malandrín. A la cabeza de esos radicales (que a veces llaman también intransigentes e intolerantes), está desde luego el noventa por ciento del exilio. Un exilio que a sol y a sombra no ha dado cuartel a la tiranía ni lo ha pedido. Un exilio que pese a algunas de sus mataduras constituye la postrer esperanza de que Cuba vuelva a ser algún día una tierra de libertad donde el que mande no sea un capitán del odio.

Los moderados ponen énfasis especial en que nadie grite ni se rebele. De hecho, han creado una llamada mesa de reflexión. Esa reflexión los ha llevado a esto: a proponer que se extinga la enemistad entre el gobierno americano y la tiranía de Cuba. Quieren, según nos dicen, que terminen el lenguaje áspero y las medidas fuertes que llevan a la confrontación. Quieren armonía. Pero yo me pregunto: ¿puede existir armonía, ni ánimo conciliatorio, entre dos contendientes uno de los cuales cede y el otro no? Equiparar la tibia animosidad del gobierno americano actual hacia la tiranía de Cuba con la militancia y la beligerancia de ésta contra todo lo que se halle a este lado del estrecho de la Florida (incluyendo al exilio) me parece una indecente e inaceptable mixtificación. Los americanos no son santos, lo sabemos. Los americanos tienen intereses en Cuba que van más allá del regreso a ella de la democracia, lo sabemos también. Pero ¿puede algún moderado probar que desde 1959 a la fecha no han dado los americanos cien muestras de que preferirían una avenencia a un enfrentamiento que puede llegar a ser fatal para los dos países? Los americanos establecieron el embargo en respuesta a las confiscaciones por Castro de sus propiedades en la isla. Es verdad. Pero vamos al grano: ¿se aplica realmente ese embargo? Los americanos crearon la ley Helms-Burton que codifica ese embargo. También es verdad. ¿Pero dice esa ley acaso que el régimen tiene que ser destruido y sus líderes sentados en un nuevo banquillo de Nuremberg? No. Dice todo lo contrario. Dice que las sanciones contenidas en la ley quedarán suspendidas gradualmente en cuanto el régimen de Castro conceda al pueblo libertad de presos políticos, libertad de expresión, pluralidad política y sindical y libertad de reunión y asociación. ¿No es ésta una proposición moderada? ¿No parece una oferta bastante reflexiva? ¿Quién, que no tenga engrasada la escopeta de la venganza puede rechazar un plan foráneo que provee cláusulas tan admirables para la reconciliación y la armonía final en un país que desde hace cuatro décadas es un hospital de dementes? Yo creo que nadie, desde luego.

Pero los moderados no se avienen a tal propuesta. ¿Qué es lo que quieren entonces? Quieren claramente, aunque no lo dicen, esto: que se levanten las sanciones económicas, que corran a La Habana los inversionistas yanquis, que se llenen de turistas los aviones y los hoteles y que la tiranía sea oleada y sacramentada, con la posterior invitación a la Casa Blanca del hombre invicto a quien no se pudo derrotar y hubo que aceptar. ¿Y la estación de Lourdes? ¿Y la policía política implacable? ¿Y los comités de esbirros vigilantes? ¿Y el pavoroso aparato de inteligencia? ¿Y la prensa monocorde? ¿Y los sindicatos verticales franquistas? ¿Y las agencias de control económico que llaman industrias? ¿Y el parlamento de las cotorras amaestradas? ¿Y el partido único? Todo eso se corregirá después, lenta y gradualmente, parecen decir los moderados. Después, cuando Estados Unidos haya pagado además la indemnización correspondiente por los estragos del embargo.

El programa (si eso es un programa), el plan (si a eso puede llamarse un plan), podría haber sido firmado por Alarcón. Para mí el único mérito que pudiera tener es que fue elaborado y escrito allá. Pero los términos que definen el aquí y el allá sobre nuestro país han sido borrados por la historia. Hoy lo que cuenta no es dónde vive el cubano sino lo que ese cubano hace, lo que ese cubano quiere. Y estos moderados quieren lo que nunca aceptará Cuba: no un pacto generoso donde haya amor pero también justicia, sino un cambalache como el de El gatopardo, donde todo cambie para que todo siga igual.

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