La llegada de Elián
Tania Díaz Castro
LA HABANA, julio - La prensa cubana del pasado 29 de junio dice en un titular a todo tamaño "Al fin en la Patria", refiriéndose a la llegada del niño más famoso del mundo, Elián González Brotons. Pero mi vecina más cercana exclamó:
"¡Al fin no joderán más con eso!"
Y es que son muchos los que ya están cansados de tantas tribunas abiertas, movilizaciones, desfiles, como si de la llegada de Elián dependiera el futuro económico de un país en ruinas.
Ahora yo me pregunto: ¿realmente permitirá el régimen de Castro que la gente descanse de tanto apabullamiento político?
Ni pensarlo.
Yo invito a todo aquel que quiera distraerse con la política, desayunar, almorzar, cenar y hasta dormir con política, a que venga a vivir en Cuba.
Aquí en todo está presente la política. No hay quien se escape, a no ser los que se arriesgan por el Estrecho de la Florida. A veces me sorprendo cómo no se ha inventado una sopa con palabritas de fideos que digan "socialismo", o "patria", o "Fidel".
El aparato propagandístico del régimen, por cierto, no es imaginativo. Sólo persiste en demostrar a toda costa y cueste lo que cueste que es capaz de movilizar las masas y hasta conducirlas al abismo si fuera necesario, antes de perder la "independencia".
Pero volviendo al caso, debo señalar que me resultaron muy interesantes las notas oficiales emitidas de forma reiterada por todos los medios de difusión, con el propósito de que no se hicieran demostraciones callejeras de alegría, se controlaran emociones como
jactancia, envanecimiento y sobre todo, alarde. Recalcaron esas notas que nadie debía lanzarse a las calles, como si esto ocurriera en Cuba de manera espontánea, a no ser en los primeros tiempos del fidelismo, breves por cierto.
Lo que orientaron las notas fue que no se hicieran exclamaciones de alegría a través de ventanas, en balcones, entre vecinos. ¡Y esto, vaya cosa curiosa, no ocurrió en mi barrio!
Tanto me llamó la atención la ausencia de gritería -algo muy característico en el carácter del cubano-, que todavía estoy sorprendida. ¿Acaso fue el silencio expresión de una oculta indiferencia? Es muy posible. Ni siquiera escuché
gritos en el interior de las casas, como cuando llega a la carnicería el picadillo de soja o el pedacito de pollo per cápita que asigna el gobierno a la población cada cuatro meses.
Transcurrirán los días y los meses y la vida del cubano será la misma: inventando, escapando, como dicen en el argot popular. Eliancito no nos traerá la buena suerte que algunos vaticinaron, porque él tampoco la posee desde el momento que fue traído de
nuevo a Cuba. Su sonrisa triste al bajar del avión me da la sensación de un mal presagio y mucho más su carita de asustado. Al día siguiente de su llegada aparece una fotografía suya en el periódico Granma donde, al parecer, en vez de saludar con la mano,
hace una señal a sus otros familiares de Miami diciéndoles que lo esperen, que pronto volverá.
También estuve atenta ante la pantalla chica buscando con los ojos al lindo perro negro que le regalaron a Elián en su provisional y acogedora residencia de Washington.
Sé que los perros viajan en guacales y que salen del aeropuerto con sus dueños. El perro de Elián jamás fue visto en la televisión. Si también llegó a Cuba no fue objeto de la propaganda política. ¿O será que el perro de Elián
se quedó en su patria? ¿Se habrá salvado, al menos? ¿Será el más afortunado de toda esta historia?
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