Federico Jimenez Losantos. Publicado el martes, 11 de julio de 2000 en El Nuevo Herald .
Madrid -- Supongo que habrá alguna persona que crea de buena fe que el reenvío de Elián a Cuba para convertirse en mascota de la dictadura que asesinó a su madre es una cosa estupenda para el niño. Cierto que para esa criatura, una víctima más del
castrismo, cualquier salida tendría contraindicaciones. Pero lo que no parece nunca contraindicado en la manipulada y estúpida opinión pública occidental es hacer el caldo gordo al tirano más longevo, cruel y desvergonzado que registra la historia. Incluso en España,
donde se critica de forma generalizada a los nacionalistas llamados democráticos que se pretenden equidistantes de ETA y el Partido Popular (PP) o el PSOE, es decir de los verdugos y las víctimas, se practica una supuesta equidistancia entre las víctimas de Castro, es decir, los
dos millones de cubanos exiliados cuya mayor y mejor representación se encuentra en Miami, y el victimario de las barbas, el demagogo sangriento que ha logrado convertir a uno de los países más prósperos del mundo en un estercolero dentro de una cárcel.
Porque conviene recordar a ciertos demagogos o necios ciertos que culpan de la miseria que padecen los cubanos de la isla al ``bloqueo'' norteamericano, un bloqueo de broma que puede saltarse cualquier país del mundo y cualquier turista sexual del inframundo, que Cuba era uno de los tres
países más ricos de América cuando Castro llegó al poder en 1959, que su renta per capita era superior a la de Italia, no digamos ya a la de España o Portugal, y que la inmensa cantidad de dólares derrochada por la extinta Unión Soviética en
ese almacén de mercenarios de la revolución comunista en que Castro convirtió a su ejército sirvió sólo para eso, para fabricar militares y policías capaces de crear un, dos, tres, muchos Vietnam, o sea, muchos campos de concentración. Decenas
de miles de cubanos han muerto o quedaron mutilados para siempre en Africa, tratando de imponer a tiro limpio el mismo sistema criminal que padecía Cuba, a imagen y semejanza del fundado por Lenin y consolidado por Stalin. Cuando se acabaron los dólares soviéticos, no quedó
ni para el maquillaje de una revolución que todo lo que ha conseguido es una fusión entre el prostíbulo y la comisaría. Prostíbulo de menores y cárcel de mayores, con mucho propagandista rojín.
Bueno, pues a esa deyección con pretensiones de manjar, a esa boñiga con celofán colorado, que ha conseguido recuperar a una criatura, al pobre Elián, para el interminable sacrificio humano que se ofrece a sí mismo Fidel Castro, es a la que siguen justificando
o defendiendo muchos medios de comunicación de este Occidente al que no se le cae la democracia de la boca. Democracia para casa, claro. Para el niño balsero, la dictadura fidelista equivale a algo así como el derecho natural, bendecido por las autoridades periodísticas,
civiles y eclesiásticas. A ese niño al que ahora deberán someter a un lavado de cerebro para que no piense, como uno de cada seis cubanos y como su propia madre, que vale más jugarse la vida para salir de Cuba que quedarse dentro, parece que le hubiera tocado la lotería.
Qué suerte, convertirse en la mascota justificatoria del régimen que le costó la vida a su madre y al que sirve el miserable de su padre. Qué suerte, pobrecito Elián, que dicen que ``vuelve a casa''. ¿A qué casa? Pernoctan en una chabola o en un
palacio, según diga el carcelero, pero casa, lo que se dice casa, un hogar, un domicilio, una propiedad familiar no tiene nadie. Sólo el tirano. El resto vive bajo amenaza de intemperie. En la cochambre o en el lujo, pero de prestado, de pena o de milagro.
A Elián y al padre-policía les ha puesto ahora el comisario-jefe un palacete en La Habana, para que vean lo bien que trata el comunismo a la tierna infancia, especialmente si denuncian a sus papás contrarrevolucionarios. También estarán al alcance de un ejército
de psicólogos del género soviético, mezcla repugnante de policía bueno y malo con disfraz de bata blanca que acabó suministrando drogas y electroshocks a los prisioneros políticos de la URSS.
A algunos de esos propagandistas de la dictadura más larga y dura de América les llaman periodistas. Ahora nos contarán cómo Elián aprende a disfrutar de ese infierno del que quiso salvarlo su madre y al que lo han devuelto unos gobernantes miserables y una
opinión pública siempre genuflexa ante las dictaduras comunistas. A Castro le han ofrecido otro sacrificio humano, el de Elián, sin querer ver que ese niño había sido sacrificado ya.
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