Yo iba a ser sentenciada a la pena de muerte
Tania Díaz Castro
LA HABANA, julio - Sí, yo iba a ser sentenciada a la pena de muerte. Al menos, eso me decía mi instructor de causa, el Coronel Rodolfo Pichardo, estando yo en una celda tapiada de la Seguridad del Estado cubano, entre marzo y septiembre de 1990, como opositora al régimen.
Estoy viva gracias, seguramente, a que soy mujer.
Recuerdo ese terrible episodio de mi vida, sobre todo por estos días que la prensa cubana divulga con tanto interés esa máxima sanción que aplican las leyes norteamericanas contra todo aquel que mata a un semejante.
Sin embargo, los que luchamos por el cumplimiento de los derechos humanos jamás aceptaremos la pena de muerte. Estamos seguros de que cualquier hombre que mata a otro, así lo haga en cumplimiento de una disposición legal, se convierte de inmediato en un asesino, al igual que
quienes firman esa bárbara orden.
Pensamos como Hesíodo, el poeta griego que vivió antes de Cristo, que "el castigo entra en el corazón del hombre desde el momento en que comete el crimen".
Me contaba mi hermano y amigo Ricardo Bofill a finales de 1987, que el Comité Cubano Pro-Derechos Humanos (CCPDH) que él presidía desde once años atrás luchó tenazmente por salvar la vida de un grupo de obreros, cuyo delito sólo había sido
intentar crear un sindicato en Cuba similar a "Solidaridad", del líder polaco Lech Walesa.
Estos obreros fueron sentenciados a la pena capital. El abogado Aramís Taboada fue quien logró sustraer de los Tribunales de Justicia la causa, donde aparecía firme la sentencia de muerte.
Fue entonces que el CCPDH denunció al mundo tan horrible hecho, que por suerte no llegó a consumarse. Estos obreros hoy viven en el exilio, pero el valiente y honesto abogado perdió su vida en las prisiones de Fidel Castro al poco tiempo.
Viene a mi mente también por estos días alguien que siempre está presente en mis escritos: Arturo Suárez Ramos. Este joven, que lleva más de catorce años preso, fue también librado de una muerte segura por la campaña que dirigió el
Dr. Bofill a través del CCPDH. Siendo aún adolescente, Arturo Suárez Ramos fue sentenciado a muerte en 1988 por levar a cabo un desesperado acto cuyo principal objetivo era escapar de Cuba, una acción donde este joven no mató a nadie.
Permaneció mucho tiempo en el Triángulo de la Muerte de la Prisión Combinado del Este en La Habana, en espera de ser llevado ante un pelotón de fusilamiento.
Su pena fue conmutada a treinta años de prisión y ha sido víctima de brutales palizas que lo han tenido hospitalizado durante largos meses. No obstante está en espera de una amnistía que el gobierno de la Isla no ha sido capaz de concederle.
Cuba es un país donde oficialmente se recrimina la pena de muerte que aplican las leyes de Estados Unidos y no así las que el propio régimen impone a numerosos reos, incluso sin haber asesinado a nadie.
En la actualidad, hay en Cuba más de veinte presos condenados a muerte en distintas fases de espera. La mayoría por delitos comunes. El año pasado, por ejemplo, fueron ejecutadas quince personas y en lo que va de este año han sido varias las víctimas de esa máxima
sanción.
Nada de esto se dice en la prensa cubana.
Mucho menos lo sucedido al ex-diplomático Eddie López Castillo, quien cumplió años de prisión sólo por haber hecho varios dibujos sobre los fusilamientos en Cuba. Por este motivo fue acusado de "propaganda enemiga", figura delictiva que prueba
de forma fehaciente, como tantas otras, las flagrantes violaciones que comete el régimen a los derechos de la población.
También en una celda de la Isla se encuentra el cubano Humberto Eladio Real Suárez, quien llegó con armas a nuestras costas, que también son suyas. Sólo que su pequeña embarcación clandestina no se llama Granma.
La Historia pormenorizada de los fusilamientos en Cuba se hará en un futuro próximo. La cifra de fusilados puede rebasar tranquilamente los diez mil. Se trata de una historia que comenzó dentro de las filas del Ejército Rebelde, en la Sierra Maestra, y que aún
no ha concluido.
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