CUBANET... INTERNACIONAL

Julio 6, 2000



Un aliado imprevisto

Vicente Echerri. Publicado el jueves, 6 de julio de 2000 en El Nuevo Herald

El regreso de Elián González a Cuba se ha traducido, casi unánimemente, como un triunfo del régimen de Fidel Castro y una derrota del exilio cubano. En lo que concierne a este simple enunciado, no parece haber discrepancias. La batalla se libró a los ojos del mundo y el triunfo y la derrota tuvieron resonancia universal.

Lo que dista de ser tan claro y definitivo son las secuelas que ya se derivan de este caso y cómo, nosotros, los cubanos de acá, debemos reaccionar.

Castro --cuyo principal objetivo ha sido siempre la obtención de legitimidad política de parte de Estados Unidos-- logró un notable adelanto en su agenda con el caso de Elián: acercamiento al gobierno norteamericano, descrédito del exilio cubano ante la opinión pública, y mayor respaldo de parte de aquellos grupos de presión que --por razones ideológicas o económicas-- abogan por el levantamiento del embargo y el establecimiento de plenas relaciones con la isla comunista. El reciente proyecto en el Congreso de que empresas norteamericanas puedan vender alimentos y medicinas a Cuba parecería una lógica derivación del caso Elián.

Sin embargo, mirado con serenidad desde el punto de vista del exilio cubano, el panorama no es, ni debe ser, tan sombrío; ni el pronóstico debe ser derrotista, ya que ni el gobierno de Estados Unidos ni el régimen castrista coinciden en su política cubana mucho más allá de lo que ya hemos visto, al tiempo que distan de ser coherentes, cada uno por su parte, en lo que al futuro de Cuba se refiere.

Que en Cuba haya servido el caso Elián para un recrudecimiento ideológico --utilizando para ello la ingenuidad y el entusiasmo de algunos jóvenes-- ha sido una jugada personal de Castro. Pese a todos los desmanes de estos cuarenta y un años, Castro aspira todavía a la absolución de la historia, y para ello cuenta con algunos de esos pioneros vociferantes que coreaban consignas y versos ripiosos en las concentraciones por la repatriación de Elián, y que ahora, so pretexto de infligirle otras derrotas al imperialismo, proseguirán el vocerío. Es transparente, sin embargo, que este recrudecimiento del militantismo, orquestado por un Castro en vías de decrepitud y temeroso de la obliteración política, se dirige también contra los ``pragmáticos'' o aperturistas dentro del propio régimen, que saben que la democracia capitalista volverá a Cuba y quienes quisieran ser los favorecidos mediadores de la transición.

Por creer firmemente que la participación de nuestro exilio en esa transición es tanto un acto de justicia histórica como un factor decisivo para el bien y la estabilidad de la nación cubana, y puesto que el exilio no parece lo bastante preparado aún para esa misión, opino que debe verse el actual avivamiento de la militancia ideológica en Cuba como un factor que, al favorecer el mantenimiento del status quo, nos beneficia. Aunque parezca contradictorio, nunca antes la posición de Fidel Castro --que aspira al reconocimiento de Estados Unidos sin ceder ni un ápice en el terreno de la ideología-- ha sido tan favorable a los intereses del exilio cubano como hoy, frente a los reformistas o criptorreformistas de su régimen que se preparan para abrirle las puertas de par en par al capital norteamericano, mientras conservan la dirección de un arbitraje que nos excluye. En consecuencia, Castro --es decir, su empecinamiento ideológico-- es ahora mismo nuestro mejor aliado.

Por otra parte, las ambivalencias políticas de Estados Unidos --que han distinguido al gobierno de Bill Clinton-- también están por terminar. Cualquiera de los dos candidatos presidenciales que triunfe en noviembre --George W. Bush o Al Gore-- tendrá una posición menos ambigua frente al castrismo. Por ejemplo, con cualquiera de los dos aumentarán las probabilidades de que la ley Helms-Burton se aplique con mayor rigor.

Frente a este panorama, el exilio cubano --no me refiero a ciertas agrupaciones minoritarias y sus dirigentes, sino a una comunidad que busca y encuentra su identidad y sus portavoces-- debe enfrascarse en una batalla por la opinión pública, al tiempo que pone en juego todas sus fuerzas --económicas y políticas-- para que en Cuba no se produzcan cambios que no nos tengan en cuenta, aunque eso signifique la inamovilidad mientras Castro esté vivo. Los que hemos esperado 41 años podemos esperar 10 años más.

En tanto ponemos todos los recursos disponibles para dar a conocer la verdad y bondad de nuestra causa, debemos obrar, con una sola voz y con un solo brazo, para que en Cuba no se produzca ninguna ``transición'' que no se inspire en una auténtica democracia y en la que no participen todos los cubanos. Si el enemigo se mantiene en sus trece y grita ``socialismo o muerte'', mucho mejor.

© Echerri 2000 / El Nuevo Herald

Copyright 2000 El Nuevo Herald

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