CUBANET ...INDEPENDIENTE

6 de julio, 2000



Pesadilla de un día de verano

Manuel Vázquez Portal, Grupo de Trabajo Decoro

LA HABANA, julio - Llegó el verano. Se había anunciado desde mayo con un calor que le retraquetea. Es la época en que cualquiera soñaría con unas vacaciones aunque fuera en Groenlandia, pero desgraciadamente hay que conformarse con el muro del Malecón y, si es posible, con una perga de cerveza a granel.

Uno ve pasar a los turistas, rosaditos y alegres, en coches con aire acondicionado. No hay sudor en sus sienes ni preocupaciones en sus frentes. Son personas dichosas que vienen de otras tierras a disfrutar sus sueños de noches de verano. Muchos son camioneros, maestros de colegios, modestos peluqueros que, con sus ahorros llegan hasta las playas cálidas del Caribe. Son reyes por un día y vuelven a sus casas con aventuras nuevas que contar a sus amigos.

Nosotros, sin embargo, científicos o médicos, poetas o albañiles, no podemos siquiera imaginar que el mundo abarca más allá del camello y la cola, la meta, la consigna y la tribuna abierta. En nuestro calendario el verano es un monstruo.

Cuando llega el verano la casa se torna más pequeña. Los niños alborotan, los jóvenes se aburren, las madres enloquecen frente al pan que escasea y el pez que no aparece. El padre, entristecido, recuenta las monedas, y al fin de tantos cálculos comprende que el salario no alcanza para sueños.

El monstruo del verano ha plantado sus garras sobre el suelo cubano. Se amotinan las moscas, el mosquito rebelde invade las ciudades, los tachos de basura exhalan sus aromas de dragón nauseabundo; desde la tierra sube un vapor de calderas infernales; desde la gente sube una cólera ciega que la pone a gritar y a tromponearse. Es un castigo más. No hay pellejo que aguante ni manto que resista. No hay rutas que conduzcan al descanso ni bolsillos que alcancen para una fuga mínima. En medio del corral nos revolcamos para luego reemprender nuestras faenas.

Los turistas no saben que aquí, casi podridos, los miramos pasar por una geografía que debía ser nuestra. Sobre nuestra osamenta se yerguen los balnearios donde ellos disfrutan sus frapés. Es de nuestro sudor que nacen los vaivenes de la espumosa ola que los baña; se alimentan las frutas que descubren de nuestra propia carne, y sus autos caminan con nuestra energías. Por eso, cuando vuelven a sus fríos países cuentan que en el Caribe existe una Isla hermosa donde un pueblo valiente construye el paraíso.



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