Crónica de ayer y de hoy
Lucas Garve, CPI
LA HABANA, julio - Ambición de muchos, suerte de pocos, es la de vivir entre el halago y las comodidades.
En 1878, José Arechabala Aldama puso a funcionar un alambique para destilar ron y aguardiente en la Cárdenas de entonces.
Con el tiempo, el trabajo y la buena administración, los rones y el aguardiente Arechabala correrían por las gargantas de los cubanos amantes de la buena bebida.
Pero el negocio de los Arechabala no se quedó en los rones y aguardientes, sino que se diversificó con inteligencia y devino en un emporio industrial que llegó a contar con terminal marítima de embarque de sus productos, líneas de travesía y cabotaje,
astilleros, plantas de petróleo, refinería de azúcar y mieles, fábricas de dulces y confituras. Por tanto, al aumentar las industrias aumentó el capital.
Sin embargo, el objetivo de esta crónica no es el de narrar la saga de los Arrechabala. Más bien, reencontrar la figura de uno de los descendientes de la mencionada familia: Carmelina Arechabala nació entre la riqueza de la familia y creció sin dificultades económicas
que, de seguro, le garantizaron tener el mundo de su época a sus pies.
"Vivir como Carmelina", es un refrán que entre los antiguos habitantes de Cárdenas hace sonar el recuerdo en relación con la figura de Carmelina Arechabala, aunque goce del desmentido de un sobrino-nieto residente aún en Varadero, provincia de Matanzas,
donde lo entrevistó una periodista de la revista Bohemia hace pocos meses.
Según testimonio de una anónima señora residente en Cárdenas y que gozó de la amistad de la Sra. Arechabala, ella hacía gala de un buen carácter, una fina educación y una actitud generosa ante la pobreza de los desafortunados.
Hoy se vende todavía ron Arechabala en Cuba, pero a precio de dólar. De todas formas, haya tenido el refrán relación con Doña Carmelina Arechabala o no, sí ha servido para recordar a una destacada familia de industriales de Matanzas, quienes con su
esfuerzo contribuyeron a la riqueza de aquella Cuba libre.
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