CUBANET ...INDEPENDIENTE

5 de julio, 2000



¿Camellos en la ciudad?

Rev. Pedro Crespo Jímenez, Grupo Decoro

LA HABANA, julio - Alejo Carpentier llamó a nuestra capital, por la profusión de columnatas en sus hermosos portales, la ciudad de las columnas. Pero el panorama ha cambiado mucho de aquel momento al presente.

Muchas columnas se cansaron de continuar soportando el peso de los años y desplomaron, aburridas, los techos que amparaban del sol tropical mientras otras se mantienen inclinadas, sin envidiarle nada a la Torre de Pisa, o han creado unos "artísticos" agujeros -aunque no de ozono- bajo los cuales no hay necesidad de ir a Tropicana para estar en "el paraíso bajo las estrellas".

Como la vida es dialéctica, la ciudad ha transformado su configuración por otra de diferente característica. Por supuesto que me refiero a esos monstruos rodantes que tienen la virtud de quebrar las leyes físicas, porque dentro de ellos dos o tres cuerpos pueden ocupar el mismo lugar en el espacio.

El camello en realidad no se llama así. Sólo hay que fijarse en su costado trasero donde dice: Metrobús. Claro que de Metro, de los que he visto en las películas, no tiene nada. De ahí será que se denominan M-1, M-2, M-3... pero para ser bien populares (aparte de los cigarrillos que indiscriminadamente pueda fumar el conductor), sus fabricantes le han dibujado un camello junto al rimbombante nombre.

No es nada de extraño contemplar a muchos turistas gastando rollos en fotografiar a los criollos camellos. Muy natural, el que va a Venecia toma fotografías de las góndolas y el que viene a La Habana de los camellos M cualquiera que sea su número, y según éste se diferencian en el color, otra característica que los torna más interesantes.

Pero no todos tienen la misma frecuencia de viajes, por lo que para subir a algunos usted lo puede hacer mediante una cola, entre los parámetros de ésta, o también se puede colocar de forma transversal un cuchillo entre los dientes, al estilo de los piratas cuando en medio del mar asaltaban un galeón cargado de oro proveniente del Nuevo Mundo.

Existe un lugar en La Habana que por los años del gobierno de Machado fue famoso por la siembra de una ceiba con tierra de todas las naciones latinoamericanas. Se trata del Parque de La Fraternidad. En sus alrededores una heterogénea multitud aguarda en son de abordaje sus respectivos camellos.

El M-4, verde, puede pasar atestado (aunque nadie escapa por sus ventanillas) como una gigantesca cafetera soltando humo infernal por su tubo de escape que semeja una chimenea.

El M-2, azul, está en franca competencia con el M-7, rojo.

En una parada cercana a las ruinas del teatro Martí pasa el M-1, rosado, muy codiciado por los que viven en la ciudad dormitorio, es decir Alamar, un lugar solamente para ir a dormir ya que sus habitantes se tienen que trasladar hacia otros municipios de la capital para poder laborar.

El Parque de la Fraternidad pudiera llamarse el Parque de los Camellos por la cantidad de personas que en sus alrededores desembocan para abordarlos, procedentes de la periferia de la ciudad.

Un poquito más allá, en el Parque Maceo, está el M-5 -naranja- que, según los especialistas en montar camellos, es el peor de todos por el distanciamiento de sus viajes.

El M-6, marrón claro, quizás por la zona tan refrescante, junto a la heladería Coppelia, no es de los más conflictivos.

Extranjeros osados se suben a los camellos para, de vuelta a sus países, poder relatar esa experiencia tan singular, mientras subsisten habaneros que se enorgullecen, cual si hubieran recibido una condecoración, de no haber nunca montado un camello, sin percatarse que ese viaje es una experiencia más imperecedera que hacerlo en el de los desiertos y difícil de olvidar.

Cada quien enriquece su anecdotario personal y tiene disímiles historias que contar al respecto. Algún día se podrá hacer un libro, ya sea de humor negro, ciencia ficción o realismo mágico. Si aún no lo han hecho no pierda su oportunidad.

La Habana de los portales siempre ha ostentado la farola del Morro con la extensión del Malecón como símbolo identificativo; creo que ya es hora de ir pensando en incorporar a esa simbología el camello, porque parece que independientemente de los criterios que provoque se ha ganado ese lugar.



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