CUBANET ...INDEPENDIENTE

4 de julio, 2000



Surrealismo a lo cubano

Jesus Ysidro

LA HABANA, julio - Soy un cubano privilegiado. No necesito reloj para despertarme temprano porque mis vecinos comienzan a recoger agua desde las cinco de la madrugada, y con sus gritos y el inefable ruido de los cubos y latas que van y vienen despiertan a todo el barrio adyacente a la manguera del preciado líquido.

Hoy también es un día especial. Tengo pasta dentrífica y jabón para asearme. Claro, no te lo tengo que decir, llegaron a la bodega justo ayer por la tarde y casi no había cola (fila). Fíjate que llegué a las tres, cuando abrió, y mi amigo el bodeguero me despachó casi a las seis por ser a mí. Además, me hizo una formidable confesión:

"Madruga mañana, mi amigo, porque bien temprano van a traer el azúcar, la sal, el arroz, el frijol negro y hasta el aceite que no viene hace tres meses, así que imagínate la que se va a formar".

Por eso fui el uno de patria o muerte en la bodega. Desde que escuché el primer cubo me desperté de un brinco y llegue dos horas antes de que abrieran el establecimiento. Vi llegar el carro con las mercancías y hasta ayudé a descargarlas. Luego comenzó a llenarse el lugar, pero cuando el bodeguero abrió yo seguía siendo el primero. En eso, llegaron dos "plan jaba" y como la ley es dura pero es la ley me quedé de tercero. Nota curiosa, en mi barrio a pesar de que casi nadie trabaja casi todo el mundo es "plan jaba" y tiene preferencia a la hora de comprar. Hasta las jubiladas tienen el dichoso sellito en sus libretas de racionamiento. Parece que lo obtienen por un sofisticado método al que los disidentes no tenemos acceso. Además, ¿para qué nos hace falta el llamado "plan jaba" si el gobierno nos da mucho tiempo libre, para hablar de política y poder hacer las filas sin apuro?

Ya a las ocho de la mañana lo había comprado todo, que no era mucho porque cupo perfectamente en una jabita Cubalse (pequeñas bolsas de plásticas en que algunas tiendas recaudadoras de dólares empacan las mercancías a los compradores).

Mi buena suerte continuó pues avizoré el carro de los huevos y de inmediato pensé en una tortilla, con dos huevos y papas. Y, lo mejor, tenía hasta aceite para freírla.

Y a las once me dispuse a cocinar. Cogí mis huevos, los batí, agregué las papas fritas, pero todo no es color de rosa en Cuba como en las telenovelas. Ahora me percato que no tengo keroseno, pero como soy un tipo brillante me dije: "Compadre, para qué está el fogón eléctrico". Enseguida le eché mano y puse el sartén con todo listo. Dos minutos después el ventilador se apagó y la hornilla empezó a enfriarse. Habían adelantado el apagón vespertino.

Y ¿ahora qué? Por suerte siempre hay un buen vecino que te dice: "Oye, ven y termina aquí tu sancochito". Por lo que no vacilé en ir a concluir mi inalcanzable tortilla, que después de tantos movimientos devino en revoltillo.

Ya casi todo lo tenía resuelto, me faltaba sólo la ensalada cuando pasó Verde, el vendedor de vegetales, pregonando sus tomates, coles, aguacates y lechugas. Salí corriendo y lo alcancé. Ahora lo tenía todo ahí, frente a mí. Yo sólo con cinco pesos, pensando qué compraba. No pude dejar de pensar en la cucarachita Martina, acto uno, escena uno, pero mi indecisión la superé enseguida ya que Verde es mi amigo de muchos años, de encontrarnos junto a todas las pipas (tanques-termo) de cerveza para ingerir el híbrido líquido que permite a los piperos mantener dos o tres casas con todos los lujos y flamantes carros Ford del año 56, tapizados sus asientos con el mejor vinil. Por la vieja amistad existente entre Verde y yo le pude decir: "Véndeme un poquito de cada cosa, y después nos arreglamos".

Por fin, ya estaba sentado ante la mesa con un almuerzo de presidente aborigen, frente a un plato exclusivo en Güines.

Almorcé alegremente por mi tremenda suerte. Después me adormecí. Más tarde fui nuevamente despertado por ese reloj enorme. Extraño privilegio tener un reloj totalitario, sin atraso, sin fallo alguno, de más de una docena de personas que cual si fueran campanas mueven latas y cubos.

Cuando me incorporé me sentí vacío, sentía tremenda hambre. Entonces, me percaté de que todo había sido un sueño, un edulcorado surrealismo que me puso de mal humor porque tuve que empezar por romperme la cabeza para conseguir pasta dental en el mercado negro, para posteriormente ponerme a inventar algo parecido al onírico almuerzo de presidente aborigen.



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