Desamparados
Jorge Diego Rodríguez Delgado, Cuba Press
LA HABANA, 18 de enero - Por la calle Desamparados -¿coincidencia curiosa del nombre con lo que observé en el lugar?- que es como se llama un tramo de la Avenida del Puerto de La Habana, me llamó la atención un hombre sentado al lado de una casilla del ferrocarril
con un cucurucho grande. A simple vista se apreciaba que era mucho mayor que el que venden los maniceros (uno de los alimentos salvavidas del cubano).
Pero bien, como que estaba apurado para abordar la lancha del pueblecito de Regla, al otro lado de la bahía, continué caminando sin dar mucha importancia al asunto.
Después me encontré con otro hombre, vestido con un overol de mecánico que tenía en sus manos un cucurucho voluminoso. Al observar con más detenimiento noté que el hombre se dedicaba a recoger granos de frijoles esparcidos en la tierra junto al vagón
ferroviario.
Con esa labor iba llenando el cucurucho para conseguir el almuerzo de su familia.
Este es uno de los tantos mendigos del país, del gran ejército de desamparados. ¿Quién puede negar que los numerosos trabajadores que ganan exiguos salarios están en un estado de indefensión económica tan aguda como la que presentan los ciudadanos
que a cada paso te encuentras en la calle con la mano extendida o piden dinero directamente?
En céntricas avenidas y plazas de La Habana están diseminados quienes se sientan en cualquier acera con la imagen de San Lázaro o de otro santo junto a un cestillo para recoger los aportes monetarios de los transeúntes. Carteles aclaratorios refieren que estos pedigüeños
pretenden costearse un tratamiento médico -¿no es gratis la salud?- o utilizar la recaudación para la alimentación por orfandad o incapacidad física.
Existen también los que recogen de todo, los que escarban en basurales para comer sobras o para extraer recipientes vacíos que luego venden o cambian.
Esta modalidad que vimos al inicio de la nota, más honesta, limpia y tranquila es, por lo menos, más digna por fatigosa, porque una jornada de recolección de granos en el piso requiere un esfuerzo notable.
Al final, tanto unos como otros, mendigo y obreros mal pagados, quedaron igualmente desamparados.
Lo puede asegurar el autor de estas líneas que también ha dedicado muchas horas a recoger granos de frijoles en campos de Las Villas para llevar algo a la mesa de la casa.
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