CUBANET ...INDEPENDIENTE

19 de enero, 2000



La vida en una broma

Germán Castro, Cuba Press

LA HABANA, enero - "The Truman Show", película del director estadounidense Peter Weir, filmada en 1998 y con el aval de algún que otro Oscar y nominaciones, así como premios de la Academia Británica, Globo de Oro, el Félix y otras candidaturas y menciones, fue transmitida, un poco insólitamente, por la televisión cubana.

Truman, interpretado por Jim Carrey, deviene en un espectáculo de televisión que millones de personas siguen con sumo interés, sin que él lo sepa. Atrapado en el gran plató en que convirtieron su vida, se diría que es feliz. Parece no darse cuenta de que numerosos micrófonos y cámaras ocultas lo siguen a toda hora, incluso en la intimidad.

Esta idea, donde se combinan por un lado la voluntad de lograr una actuación completamente auténtica, sin actuación, por así decirlo, y del otro lado el negocio; todo en un maridaje que genera una explosión interesante de disquisiciones éticas, para los cubanos rebasa con mucho el marco específicamente artístico. Es una idea que, por extraño que parezca, aun cuando se refiere a la alienación y a la manipulación del individuo en la sociedad capitalista, parece referirse también -y sobre todo- a lo mismo en cualquier sociedad, particularmente la cubana actual.

La pregunta medular de la película: "¿Qué derecho tiene a tomar un bebé y convertir su vida en una broma?" vale tanto para el argumento de la cinta como para nuestro destino de cubanos. Como Truman, nacemos en un set, rodeados de cámaras y micrófonos, a veces no tan metafóricos ni tan ocultos. Y recibimos un guión que debemos memorizar e interpretar al pie de la letra -una desventaja que tenemos respecto al personaje cinematográfico. Y así como el creador de aquél creía que "su" criatura prefería aquella celda, todo indica que el nuestro piensa igual en relación con nosotros. Para él, los miles de compatriotas que todos los años navegan hasta el límite del "estudio" e intentan romper el horizonte artificial para encontrarse con el mundo y, en especial, con sí mismos, lo hacen atraídos por los cantos de sirena que les obligan a oír desde el exterior y no porque sean infelices. Es decir, lo ve como resultado de una guerra o competencia, con lo que justifica el aislamiento.

El guión nos viene dado en casi todos los programas de radio y televisión de la Isla; en gran parte de los libros que se permiten, en los círculos infantiles y, más tarde, en todo el sistema educacional y de prensa, y cierra con la imposición del papel, convertido en la única forma de moral válida y, en consecuencia, permitida, que se exige como requisito indispensable para ser aceptado.

Somos, pues, 11 millones de Truman, pero con algunas diferencias importantes. La mayoría, por ejemplo, sabemos que se trata de una farsa y nos limitamos, para no buscarnos problemas, a interpretar lo mejor que podemos el rol asignado y a fingir que lo preferimos entre todas las cosas. Y -lo peor- no es una broma.



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