Miramar: mirando hacia las nubes
Magali Cruz, Cuba Press
LA HABANA, febrero - Miramar es una barriada que se levanta en una franja costera en la banda oeste de Ciudad de La Habana. Al pasar el túnel de la calle Línea, hay grandes manzanas residenciales, llenas de áreas verdes. El panorama difiere totalmente de la parte vieja de la
capital cubana, e incluso del Vedado. Para algunos, es una de las zonas más hermosas, y por ella cruza la Avenida de las Américas, también conocida como Quinta Avenida.
Las edificaciones son de variados estilos y técnicas de construcción, una gran parte de ellas con ventanales de cristales y estructuras metálicas. A pesar de ser uno de los repartos más jóvenes, la prolongada falta de mantenimiento ha hecho mella en sus
inmuebles. No obstante, el trazo regular de calles y aceras, y las instalaciones turísticas de la llamada "área dólar" -propiedad del estado cubano- dan una pincelada de distinción, tras la cual se esconde, por supuesto, las desazones del ciudadano común.
En esta misma barriada radican consultorías internacionales, corporaciones e instituciones económicas y sociales diversas, signadas en gran parte por la dolarización de la economía. Estas edificaciones, reparadas y decoradas suntuosamente, compiten en estética
y confort con las residencias de diplomáticos y sedes consulares.
Aunque el ambiente resulta tranquilizador a primera vista, no difiere del resto de la capital cubana en cuanto a peligrosidad social. La solvencia económica de una parte de los que allí viven, y los bienes de valor acumulados, hacen de los moradores de Miramar una presa goloseada
por los maleantes.
Se comenta que la vida es mucho más cara allí que en el resto de la urbe. "Se vive a base de 'fulas'", apunta un joven inmigrante de provincia, que frecuenta la zona para divertirse, en compañía de su primo. Refiere que es normal gastarse en una fiesta
veinte dólares o más, una suma muy superior a lo que puede ganar en un mes un trabajador medio.
Diez años antes, en vísperas de la caída de la Unión Soviética, cuando comenzó a apretar el zapato, los vecinos de Miramar fueron testigo de las largas filas que se formaban en establecimientos de compra de joyas, para venderlas a ridículos
precios pagaderos en cheques de dólares, y así poder adquirir algunos bienes de uso y consumo, como grabadoras, batidoras, televisores, ropa, perfumes, etc. Las sucesoras de ese programa de recogida de oro y plata son las tiendas recaudadoras de divisas.
Desde antes de la desaparición del subsidio soviético, esta franja residencial exhibía una red estatal de comercio y de servicios relativamente reducida. A partir de los años 93 y 94 esta tendencia se agudizó, y el pueblo ha tenido que acudir al mercado negro o
a los cuentapropistas para remediar sus necesidades. Es bastante común encontrarse con ciudadanos proponiendo mercancías diversas a los transeúntes y en las puertas de los hogares. Traen de todo, lo mismo alimentos que quincallería, confecciones textiles, ferretería,
etc.
Miramar es una de las demarcaciones que presenta serias deficiencias en el transporte público. Las pocas rutas que pasan por la Avenida Tercera, con escasos viajes, apenas dan abasto para el traslado de los vecinos y de la población flotante que arriba a este sector del municipio
Playa.
De todas formas, Miramar sigue constituyendo un plato codiciado, casi siempre inalcanzable, para muchos habaneros e inmigrantes de provincia. Mudarse para allí, cuando puede lograrse, significa grandes desembolsos. Soñar con él es como mirar hacia las nubes.
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