Qué bromistas
Héctor Maseda, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, febrero - De humorísticas pudiéramos calificar las informaciones suministradas por la Empresa de Producciones Alimentarias del Ministerio de la Industria Pesquera de Cuba, el 7 de los corrientes, en el semanario "Trabajadores", al ofrecer con desbordante
optimismo los múltiples LOGROS OBTENIDOS por esa industria al finalizar el año 1999.
Entre sus éxitos más destacados señalan los 35 nuevos renglones alimenticios derivados del mar en los últimos cinco años. Más de la mitad -añaden- se materializaron el pasado año y siete de ellos fueron introducidos en líneas
estables de producción. Anunciaron, además, que el aprovechamiento industrial con las especies utilizadas pasó del 23 al 43 por ciento, así como haber triplicado el procesamiento del camarón y su cultivo.
La noticia, en su conjunto, contiene el sabor de un código propagandístico por excelencia. Nos dicen que todo va bien. Las producciones aumentan. Las nuevas tecnologías introducidas reducen costos, humanizan el trabajo y multiplican las posibilidades de diversificación
industrial. Son elevadas la calidad y cantidad en las ofertas. Crecen la eficiencia y productividad empresariales. Los obreros están contentos con lo que brindan y reciben por su trabajo. En fin, estamos en posesión de modernos procesos productivos, adecuados recursos materiales,
capital necesario y conocimientos científicos para lograrlo. Y entonces, ¿qué ocurre que no se revierten esos logros en beneficio de la sociedad?
La realidad se enfrenta bruscamente a la edulcorada divulgación. Las pescaderías hace dos o más años no reciben ese alimento fresco o congelado para su distribución a precios normados. El producto de gran peso, tamaño y óptima calidad a importes
accesibles, lleva ausente de los mercados nacionales varias décadas. La distribución controlada la está asumiendo el jurel en conserva procedente de Chile, a costos tres veces mayores y con menor riqueza dietética y alimenticia que su similar fresco.
Pero, ¿y cuál es el destino dado a las producciones de los nuevos renglones obtenidos industrialmente? Si ya existe, como se propaga por todos los medios informativos, la recuperación económica, ¿por qué no se incrementan proporcionalmente las entregas a la
población, en la misma medida en que crecen los bienes de consumo producidos? Al fin y al cabo, ¿qué falta? ¿voluntad política en el grupo que ostenta el control absoluto del país o los productos?
Internacionalmente los problemas se solucionan en su propio medio y contexto, insertados en un soporte de legalidad constitucional. Sin embargo, en mi país todo, absolutamente todo, parte de las decisiones políticas.
Hace años se decidió por el grupo de gobierno enviar las capturas de pescado de calidad y mariscos a otros países para aumentar nuestros fondos exportables. También se decidió que al creciente turismo internacional que arriba al país anualmente, no les
puede faltar en sus mesas, durante su estancia en Cuba, esos deliciosos manjares. De igual manera, acordaron suministrar a la cadena nacional de tiendas recaudadoras de divisas algo de esos productos marinos. Ninguna de estas decisiones -que recordemos- fueron consultadas con el pueblo.
Por último, y para cerrarle el paso a comentarios populares adversos, las autoridades gubernamentales destinan lo poco que resta de esas especies a la red de pescaderías especializadas de libre acceso al usuario común. Pero, ¡a qué precios! Una libra de masa de
tiburón, aguja, cherna, pargo, camarón congelado, atún en aceite o entomatado, le cuesta al trabajador cubano de 22 a 52 pesos. Es decir, alrededor del 10 al 23% del salario promedio mensual. Casi nada, ¿verdad?
Sería como para reírse durante horas ante tales anuncios si no encerrara tanta amargura y dolor para los que sólo tenemos lo que nos tiran al suelo. Se podría afirmar que las autoridades cubanas actúan con macabro y paradójico humor al esconder en sus
anunciados éxitos la realidad de sus fracasos y limitaciones.
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