Cuba, levántate
y anda
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, diciembre - Era la víspera del 17 de diciembre. La Habana
se aprestaba para, arremolinada en un camello, ir a rendirle tributo a San Lázaro.
La antigua Plaza del Vapor, hoy Parque del Curita, bullía de personas. "Vaya,
tostadito", pregonaban los maniseros. "Dos pa´Santiago",
voceaban los boteros. "Velas, velas moradas", proponían los
merolicos. La cola era interminable. Tullidos, cojos, tuertos, jodedores se
ordenaban unos tras otros. Los camellos estaban como nunca: uno cada cinco
minutos. Mis hermanas mayores se antojaron de visitar "al viejo". Me
invitaron. Dulce María vino desde Morón; Evita, desde el Vedado;
Xiomara, desde la Habana Vieja. No podía negarme. Les alerté que
allí estaría la policía política, y que a falta de
un buen pretexto, podían acusarme de Tráfico de Ancianas. Fue el
primer chiste. Después les expliqué, en serio, que si veían
que se me acercaba un desconocido, se apartaran y no intervinieran. "¿Hasta
en eso se meten?", preguntó una de ellas. "Tienen miedo de que
la oposición les tome la calle. Están cuidando la aparente unidad
del pueblo", les expuse.
El viaje hasta Santiago de las Vegas lo hicimos en "happy camel".
Sandunguero y perfumado iba el Metrobús, eufemismo oficial del camello.
Vetiver, amansaguapo, abrecaminos se confundían con otros perfumitos
baratos de la shopin (tiendas dolarizadas). Una botella de ron repiqueteada con
un anillo marcaba el ritmo de la rumba. Una anciana vestida con túnico de
saco de yute mascullaba una plegaria enrevesada y melódica. Un mendigo de
aspecto sarmentoso extendía la mano pedigüeña. Por el deje de
los que hablaban se podía saber que los había orientales, pinareños,
camagüeyanos. El santuario de El Rincón es famoso. La gente viene a
cumplir promesas, a pedirle al resucitado por Cristo en Betania, a rogarle a
Babalú Ayé que Cuba se levante y ande.
No fueron erradas mis predicciones a mis hermanas. No bien nos bajamos del
camello vimos el enjambre de policías. "Por ésos no se
preocupen, están uniformados". Pero en cuanto sobrepasamos las
barreras que habían colocado para controlar el tránsito apareció
"¿Enrique?". "Hola, Manolo", me dijo. "Hola",
le dije. "¿No me conoces?" "No me doy cuenta". "Yo
soy el que te atiende, el que atiende al Grupo Decoro". "Ahmmm".
Mis hermanas no se asustaron, más bien, se dasaguacataron las viejas. Mi
oficial es un tipo bonitillo de verdad. Mete pa´Robert Redford: ojos
azules, dientes blanquísimos, alto, fornido, vaya escogido pa´tumbarle
las jebas a los opositores. Suerte que mi esposa dice todavía que está
enamorada de mí.
Lo demás: preguntas sobre Tania Díaz Castro, mi hermana del
alma, sobre si Héctor Maseda se quedará de director del Grupo
cuando yo me vaya, sobre mi amiga la cantante Alina Brouwer; en fin, cosas
resabidas. Walkie talkie pa´quí, walkie talkie pa´llá y
"mi socio, no puedes pasar; por mí, te dejaría pero los jefes
dicen que no". Y mis hermanas con el guajiro subido. Y yo que las calmo con
otro chiste. Y para qué voy a armar tángana si aquí hay más
policías que creyentes. Y hace mucho frío. Y los calabozos son muy
incómodos. Y voy a regresar. Y estoy regresando. Y aparece enseguida un
Moscovich pidiendo pasajeros para La Habana. Y el chofer encaprichado en que me
vaya con él. Y a mí que me pinta que es la escolta camuflada que
me han puesto para asegurarse de mi partida, y de todos modos me monto en el
auto y antes de cerrar la portezuela se me ocurre dejar alegres a mis hermanas y
les grito el último chiste: "Xiomy, dile a San Lázaro que
vine a verlo, pero el G-2 no me dejó".
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