Belkis Cuza Malé. Publicado el 30 de noviembre de
2000 en El Nuevo Herald
Nunca he estado en Calcuta, pero recorriendo las calles de La Habana a través
de ese documental inglés sobre Hemingway que ayer trajo mi hijo a casa,
me han llamado la atención las caras de desconcierto de toda esa gente
que más que caminar improvisa el letargo de la ciudad india.
¿A dónde van, de dónde vienen? ¿Quiénes los
esperan que, ensimismados en sabrá Dios qué musarañas, ven
con ojos de no ver el mundo que los rodea? Esa no es La Habana de Hemingway, no
son ésas sus calles, ni ésos los rumores que escondidos en la
arboleda le anunciaban la presencia de lo exótico. Ahora el Floridita está,
en cambio, lleno de gente más bien ruidosa, de turistas sin encanto, que
parecen desear lo imposible: un Hemingway petrificado en aquella banqueta donde
solía sentarse a beber en soledad.
Hemingway nunca será ya el mismo, aunque la casa de La Vigía
rememore algo tan suyo como ese modo de escribir de pie, que a decir verdad, no
me explico cómo podía encontrar cómodo, no importa que sea
un viejo hábito de sus tiempos de periodista.
La Habana de Hemingway se ha esfumado. Hoy, en cambio, es una Habana de
pacotilla, con turistas vulgares tomando mojitos en La Bodeguita del Medio,
mientras intentan remedar torpemente las letras del son. Para ver La Habana con
los ojos de Hemingway habría que echar hacia atrás el reloj de la
historia y aterrizar en medio de un aeropuerto donde los que van a viajar y los
que se quedan en tierra se despiden con toda la naturalidad del mundo, porque no
se trata de gente que se marcha al exilio, sino de gente que vive en un país
libre.
Calles habaneras, que de súbito, se topan en el documental inglés
con el Ambos Mundos, un hotel de segunda categoría en la época de
Hemingway --por eso le gustaba--, ahora parte de la agenda del turista.
Hollywood lo había recreado en una de sus famosas películas, pero
nosotros lo mirábamos con esa indiferencia propia de todo lo que huele a
mito.
La Habana ya no es La Habana, le falta la solidez y el empaque de antes.
Ahora la gente camina sin rumbo, con esa mirada perdida que se observa en
sus rostros. Los turistas, en cambio, sueñan con ser Hemingway y hasta le
envidian. Muchos piensan que porque vivió ahí entre nosotros, era
capaz de apresar la realidad como lo haría un cubano. No nos engañemos,
un extranjero es un extranjero. Y Hemingway lo era. Y esa impronta del
extranjero está presente en la finca La Vigía. Es la casa de un
extranjero. Lo vemos en los detalles.
Esa mirada distinta fue precisamente la que lo llevó a Cuba. Quería
sentirse, como siempre, lejos de "lo suyo''. Pero era sincero en su forma
de acercarse a la isla y no ser el típico norteamericano en plan de
turista. Vivió y compartió hasta donde le es posible a un
extranjero adoptar la mirada del nativo.
En los años 60 tuve un profesor en la Universidad de La Habana,
ensayista español muy vivaz e inteligente, que afirmaba que toda revolución
inocula a las ciudades con una caprichosa y detestable fealdad. No se equivocaba
Federico Alvarez, que así se llamaba, sino que por el contrario, ponía
el dedo en la llaga. Sí, todos los sistemas totalitarios se caracterizan
por la estética que engendra el miedo. Sucede con el nazismo, el fascismo
y el comunismo: edificios que parecerían aplastar al enemigo ideológico,
columnas voluminosas, con arabescos que recuerdan las urnas funerarias,
seguramente las de sus víctimas. La fealdad va de la mano de lo macabro.
A La Habana que ya no miran los ojos de Hemingway parece haberla tocado
ahora esa avalancha de fealdad fascista, pero que en cambio le llega a través
de la destrucción y el caos. Pobre ciudad, y pobre Hemingway para
turistas tontos. Como papalotes al viento, o velas que se izan, las tendederas
de los balcones, por ejemplo, dan fe de una ciudad que conoció épocas
de esplendor, brillantez y gloria. ¿O son banderas pidiendo auxilio? |