Por Ignacio Sánchez Cámara . ABC. 26 de abril de 2000
LA atroz peripecia del niño Elián González pertenece ya no sólo a la historia universal del despropósito sino también a la de la infamia. Entre todas las perspectivas posibles —jurídica, política, moral, informativa—, quizá
la personal no haya sido la más atendida y, especialmente, la que considera el horror desde la perspectiva de la madre muerta.
La entrega de la custodia al padre, titular de la patria potestad, parece en principio jurídicamente irreprochable. Pero, el modo de ejecución de la resolución, más allá de la improbable verosimilitud de la fotografía del descubrimiento del niño
escondido en el armario, constituye un atentado a la razón, al Derecho y a los derechos de Elián, aunque ése haya sido probablemente el efecto buscado. Cabe pensar que tal vez el Derecho haya sufrido menoscabo en favor de una interpretación estricta de la ley.
Tanto el exilio de Miami como la dictadura de La Habana han manipulado políticamente el suceso, demostrando que les importaba más la rentabilidad política del caso que el bienestar y los intereses de Elián. Sin embargo, tanto la realidad política de Cuba como
la peripecia mortal de la madre impiden equiparar moralmente la actuación de las dos partes. Ambas han obrado mal, pero una mucho peor que la otra. Si abominable fue el vídeo grabado al niño, mucho más lo es es el abyecto espectáculo de la mansión
transitoria que le espera en La Habana y la dedicación a la víctima del falso homenaje de dedicar a su nombre vulnerado el título de algunas plazas en la capital de la tiranía. Quienes aún aman la libertad no pueden olvidar que existe mucha más en las calles
de Miami que en las de La Habana. Quienes prefieren a Castro están en su derecho, pero no a hacerlo en nombre de la libertad. Los esperpénticos manifestantes de Cuba no defienden a un niño sino a una dictadura.
Pero, entre todas las perspectivas del esperpento cruel, no siempre se ha atendido lo suficiente a la de la madre muerta. Quizá convenga no olvidarla y rendirle póstumo homenaje. Una mujer que, probablemente sin saberlo, dio cumplimiento al inmortal mandato cervantino según
el cual los hombres deben arriesgar su vida para defender su libertad. Y para defender su libertad y la de su hijo emprendió un viaje, que fue su último viaje, para abandonar su tierra asolada por la dictadura, con la esperanza de llegar a las riberas de la libertad. La madre de Elián
entregó su vida para que su hijo pudiera crecer en una tierra libre. No logró vivir para verlo, pero sí consiguió que su hijo lo lograra. Ahora, las leyes humanas han querido frustrar su última voluntad. Después de la entrega de la custodia al padre, legal
con arreglo a la legislación de Estados Unidos, comienza un proceso que aún puede ser largo, aunque el final previsible es el regreso del padre manipulado con su hijo a Cuba. Ningún amante de la libertad podrá alegrarse con el triste desenlace de tan triste suceso. Como
si Elián no hubiera tenido bastante con perder a su madre en la mortal aventura de la libertad, ha tenido que soportar además la violencia de verse convertido en objeto de las disputas entre las dos Cubas, que, una peor que otra, han querido helarle el corazón.
Ignoro, aunque lo dudo, si han triunfado el Derecho y la Justicia, pero estoy seguro de que la memoria de una madre muerta obliga a contemplar con dolor el hecho de que el hijo por cuya libertad murió pueda regresar pronto a La Habana. No sé si han triunfado Castro, Elián,
su padre o la justicia de Estados Unidos. Estoy seguro de que ha perdido su madre. Yo, por mi parte, incluso por encima de Elián, me pongo del lado de su madre muerta, náufraga en el Caribe y mártir de la libertad.
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