CUBANET... INTERNACIONAL

Abril 26, 2000



Los pies en Miami y el corazón en Cuba

Agustín Tamargo. Publicado el miércoles, 26 de abril de 2000 en El Nuevo Herald

Como una leona a la que arrebatan su cachorro, Miami está hoy dominada por la furia. Lo está desde el sábado. Lo está desde esa madrugada siniestra en que la ciudad pudo ver por televisión, horrorizada, cómo un gobierno supuestamente civilizado cometía actos de pura y simple barbarie. Lo que ocurrió ese día, en plena Semana Santa, ha estremecido al mundo, no sólo a Miami, no sólo a los Estados Unidos, al mundo entero. No hay un solo periódico, hasta en los países más remotos, donde no haya aparecido en primera plana la fotografía. ¿Cuál fotografía? Esa, más que fotografía radiografía, en que un salvaje uniformado apunta con su arma negra pavorosa no a un narcotraficante, no a un terrorista, no al secuestrador de una familia, sino a un niño de seis años. El espanto reflejado en el rostro del niño posiblemente se borrará de su alma con el tiempo porque los niños tienden a olvidar. Pero de la memoria de los adultos, y sobre todo de la memoria indeleble de la historia, no la sacará nadie jamás. Ese día se vieron muchas cosas feas: puertas echadas abajo, cabezas rotas, empujones, culatazos contra infelices, señoras lanzadas al pavimento, y policías, muchos policías, una selva de policías, de aquí, de allá, de todas partes, como si se tratara de defender a la ciudad amenazada por un ejército invasor extraño. Y se vio sobre todo esto la forma en que un gobierno que se llama democrático trató y maltrató a una comunidad que sí es democrática y que no ha cometido más pecado que éste: el de defender a un inocente. El de tratar de impedir que se cometiera un atropello legal, moral y físico contra ese inocente. El de ratificar que ese niño, más que niño, es un símbolo: el símbolo de la libertad del exilio y de Cuba. Y que para muchos es preferible morir antes que tolerar que ese símbolo sea arrastrado por los suelos. Sí, Miami está furiosa, como una leona a la que le han arrebatado su cachorro. ¿Y cómo no ha de estarlo, si después de meses de intrigas, de trampas y de papeleo se ve al poderoso gobierno de Washington coaligarse con el temblequeante gobierno totalitario de La Habana para producir este hecho infame? Miami está que arde. El Miami cubano, el Miami del exilio, ha sido golpeado de la manera más fría e inmisericorde. Lo habían preparado todo de antemano. Miami caracterizado como capital de la intolerancia, Miami descrito como república bananera, Miami comparado con La Habana y sus brigada de repudio, Miami rebajado a la categoría de ghetto del tercer mundo, Miami definido como territorio autónomo separado de la Unión americana por una tribu desconocedora de las normas democráticas e ignorante de la ley. Nada les faltó por decir, en cuanto medio de comunicación tuvieron a mano. Salvo excepciones, la independencia de la prensa americana desapareció para dar paso a unos medios colaboracionistas del poder federal que había declarado antes como insurgentes a hombres y mujeres pacíficos que demandaban justicia. Así lo hicieron todo, fría y deliberadamente. Así dieron rienda suelta muchos a sus prejuicios y a su inapagable racismo. Ya entraron a saco en la casa, como habían planeado. Ya se llevaron al niño, como habían planeado. Ya lo entregaron a su padre para que éste se lo entregue a Castro, como habían planeado. Ya creen que todo terminó y que para ellos terminó bien. Pero no, todo no terminó y mucho menos bien. Porque el exilio está vivo. Porque el exilio tenía razón antes y la tiene ahora. Porque el exilio no habrá podido impedir que los guardias se lleven al niño, o que Janet Reno lo mande a Cuba. Pero sí puede impedir que sobre su honra, sobre su ejecutoria ejemplar de cuatro décadas enalteciendo a Miami, se siga derramando el veneno de la calumnia, del deshonor y de la injusticia. El niño Elián es sagrado, pero la honra del destierro cubano es tan sagrada como él. Y es esa honra la que el exilio va a mostrar en las calles esta semana. Primero, a puertas cerradas, con el arma poderosa de un silencio elocuente. Y después, con el desfile gigantesco por la Calle Ocho para que el pueblo americano pueda ver los rostros de estos hombres, mujeres, niños y ancianos, con la frente en alto y el alma limpia. Este pueblo admirable, esta noble masa humana, golpeada pero no vencida, a la que el dictador impúdico llama la mafia de Miami. Allí estaremos todos, en el silencio del paro primero y en los gritos dramáticos después reclamando justicia y libertad. Allí estaremos los cubanos de Miami para que nos oigan Washington y el mundo entero. Unidos por encima de cuanto nos separa. Disciplinados sin que nadie nos lo ordene. Y como siempre, ayer, hoy y mañana, con los pies en las calles de Miami, pero el corazón en Cuba.

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