Franz en La Habana
Lázaro Echemendía, Cuba Press
SANTA CLARA, abril - Veinte años después, y por segunda vez en la historia, archamos combatientes contra una embajada no precisamente americana.
Hoy somos otra generación los marchantes, si bien la combatividad no ha mermado: ofensas, maldiciones, desgañitares patrióticos, cuellos hinchados. Acordándonos, entre grito y grito, del bombo, tal como nuestros valientes predecesores que gritaban "gusanos"
frente a la embajada del Perú con intensos deseos de arrastrarse.
Yo, sentado frente al televisor, llegué a sentirme parte de la masa. Dos locutores, en especial el hombre, visiblemente enardecido, elogiaba "la unidad, la cohesión y el hermanamiento de un pueblo culto como el nuestro", motivado acaso por uno de los coros: "¡Checos,
se caen en la mierda!", u otro no menos insigne: "¡Descara'os, salgan!"
Seguido, y como para no malcriar su garganta, insultó con anacrónico fervor a un país hermano, tildando la moción ginebrina de "acto cobarde del gobierno checoslovaco".
Poco después, su delirio le llevó a incurrir en peligrosos excesos, al llamar "afectados" a los marchantes, apostrofándole su compañera... "convocados". "Sí", rectificó él, "convocados".
Al punto, y como para reparar su desliz, apuróse a improvisar una patriótica metáfora: "Miren a nuestro símbolo, la palma real, nuestro símbolo nacional, clavado como un puñal en el propio patio de la embajada checa".
"¿Y si la palma estuviese pidiendo asilo político?", preguntó alguien desde la sala. Las carcajadas apenas me dejaron escuchar su referencia a "estos días de Girón en que nos aproximamos a otra victoria, a otro Girón político".
Afortunadamente, segundos después, pude oír con claridad, a través por supuesto de Radio Martí, el resultado de la votación en Ginebra.
Tanto más ilustrativas fueron las entrevistas previas a la marcha, sobre todo a los más jóvenes. "Estamos aquí defendiendo nuestra verdad", dijo una muchacha. "Y ¿qué piensas de la moción checa contra Cuba?", preguntó
quien entrevistaba. A lo cual la joven respondió: "Vamos a demostrarle a los checos que vamos a seguir luchando por el regreso de Elián". Los ojos del entrevistador confirmaron mi temor: Elián se encontraba en Praga. Otras entrevistas corroboraron la noticia.
Un moreno de escasos treinta años y labia inextricable expresó: "... que bajen al fondo, porque es muy lindo mirarlo todo desde arriba". Develaba acaso el deseo irredento de los marchantes, viajar a USA a... hmm... manifestarse contra el Congreso.
Otra vez el pueblo marchando combatiente. Tan emocionado, tan distraído me sentí, que marchaba. ¡Traidores! ¡Lacayos! ¡Marionetas!, voceando a ritmo de sol y marcha.
Pronto me atrapó el cansancio. A mi lado alguien gritó: "Traidores, son unos traidores por condenar a Cuba". Mis fatigadas piernas temieron por otras veinte embajadas. "Es imposible, se necesitaría un mes", receloso intenté serenarlas. Me lo
impidió un grito: "¡Abajo la mentira!", que las hizo saltar temerosas de una inminente grieta en la tierra.
Por fin, después de otros mil sobresaltos, logré sobreponerme. Ya no importaría el sol o el cansancio de mis piernas. Marcharía hacia la eternidad si era preciso.
Me hechizaba un imposible, me seducía la idea de resucitar a un muerto. Comencé a pedir, a implorar, a rogarle que resucitase, porque su gran obra estaba aún por hacer, y de no acudir me haría sentir un ladrón que usurpaba su gloria.
Lástima, no podría resucitarle. Desalentado, casi abatido, llegó otra luz en mi auxilio. Estábamos allí, definitivamente, una multitud, más de cien mil personas, un pueblo entero, honrando, encarnando, sublimando la obra del más ilustre, del más
insigne de los checos: Franz Kafka.
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