ldo Ortega Jarpa. El Sur, Chile. Domingo 23 de abril de 2000
Con la típica convicción de quien no puede controvertir al orden establecido sin correr el serio riesgo de ser castigada, la CNN, el único medio de comunicación occidental tolerado en Cuba, no ha cesado de informar sobre los delicados movimientos que el Departamento
de Estado Norteamericano y Juan Miguel González realizan por estos días en la Pequeña Habana, intentando convencer a Lázaro González y la numerosa comunidad de exiliados cubanos que entreguen a Elián, regresarlo a la isla y someterlo al sistema educacional
de Castro.
A estas alturas el niño es una disputa de fuerza, donde por desgracia el gobierno norteamericano claudica frente a un problema para ellos menor. Por cierto, la calidad de vida o los derechos de un niño abandonado en el mar no reviste la misma importancia que la influencia de Saddam
Hussein en el Golfo Pérsico, razón seudoética suficiente para que el faro del mundo libre esté dispuesto a desembarazarse del molesto asunto lo más pronto posible. El gran debate por estos días está centrado en la forma mediante la cual el niño
Elián será devuelto a su padre, si por la vía de la negociación o de la fuerza o si serán mujeres policías de civil o Mickey Mouse, o el osito Barney, quienes se aventurarán a llevarse al pequeño naufrago de vuelta para evitar la reacción
adversa de quienes le defienden, sabiendo que le espera todo aquello de lo cual muchos isleños han preferido huir.
Castro es un tipo astuto, con un manejo publicitario que ya se quisiera cualquier candidato del mundo libre en una elección competitiva. No ha escatimado esfuerzos, desde multitudinarias concentraciones exigiendo la vuelta del presunto cautivo, pasando por lastimeras imágenes de la
sala de clase de Elián con la mesa vacía y sus compañeritos exigiendo su vuelta, e incluso la promesa no cumplida de enviarle el pupitre de clase a estados Unidos en un acto de afecto que debiera impactar a más de una inadvertida víctima del superficial tratamiento
de algunos medios en torno a la noticia.
Más allá de Elián, subsisten varias preguntas cuyas respuestas evaden algunos círculos de izquierda que mientras han condenado duramente algunas dictaduras militares latinoamericanas, vuelven la vista con aire inocente y desprevenido cuando el debate apunta a las
condiciones de un puñado de personas, a las cuales en el corazón del caribe, se les niegan los derechos más esenciales. Por estos días he leído algunos artículos periodísticos del escritor colombiano García Márquez, en su último
libro editado "Por la libre". Resulta desalentador comprobar que el compromiso político de quien se supone representa lo más granado de la intelectualidad latinoamericana, pierde toda objetividad en las loas que brinda al sistema cubano, al falsear absolutamente la realidad
en una publicación superventas muy susceptible de convencer equivocadamente en un continente, donde por desgracia, la cultura y la capacidad de análisis no son un patrimonio extendido.
El siglo veinte nos ha dejado una gran lección, en que nadie tiene el derecho de oprimir a nadie. El mundo que comenzó en 1914 terminó en 1989, pero no para Cuba, donde la libertad de un niño todavía depende de la capacidad de nado de su madre para cruzar el
estrecho de la Florida. Si Elián no hubiera quedado solo en las aguas, nada habría pasado y probablemente se hubiera adaptado a una nueva realidad, muy distinta de la que está a punto de volver a vivir. Un moderno Moisés y un faraón que no entiende que tarde o
temprano pueden abrirse las aguas, en una aventura totalitaria que ya lleva demasiado tiempo, como el eslabón oxidado de una bruñida cadena de países libres donde todavía falta Cuba.
Waldo Ortega Jarpa
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