Araceli Perdomo. Publicado el domingo, 23 de abril de 2000 en El Nuevo Herald
Era el primer día de los ázimos, cuando se sacrificaba el Cordero, pero la comunidad cubana no andaba en busca de un cenáculo para celebrar la Pascua. Al pie de la humilde casita, un pueblo en diáspora hacía turnos en constante vigilia, porque temía que
nuevamente, el Hijo del hombre, representado figurativamente en aquel niño indefenso, fuera a ser entregado.
Las autoridades federales celebraban constantes reuniones para urdir los planes de aprehensión mediante el engaño, pero algunos advertían: ``Durante la fiesta no, para que no haya alboroto en el pueblo''. Inútil consejo. Los Judas de siempre, atraídos por las
treinta monedas de plata ofrecidas a 90 millas de distancia, buscaban cualquier oportunidad para entregarle.
Y como en una humilde representación del drama más trascendental de la humanidad, llegó el momento de la traición. Bastaría con atacar al pastor y dispersar a las ovejas. Así fue.
El resto ya lo sabemos de sobra en Miami y en todo el planeta. Una infamia indigna de la nación más libre y democrática del mundo. Aquel muchachito dulce y tierno que nos robó el corazón durante cinco meses con sus vivencias trágicas y sus esperanzas
recién estrenadas, se convirtió en un fardo de lágrimas y terror en brazos de sus violentos victimarios. Pobres de ellos. Más les valdría no haber nacido.
Las imágenes inauditas de esta acción comando recorren el mundo provocando las peores reacciones. A corta distancia, el régimen castrista trata de disimular su alegría por el botín inocente que le regala un ejecutivo amoral y cobarde, dispuesto siempre a mentir
y a arrodillarse para salir airoso de sus propios errores. Junto al caudillo feroz, la plebe se agita y repite enloquecida: ``Crucifícalo''.
¿Qué podemos hacer? Los cubanos, gente de ley, trabajadora, siempre dispuesta a perdonar las traiciones de que hemos sido objeto en más de cuatro décadas de exilio, ya no podemos confiar más. Y en el dolor de este inocente sacrificado en vísperas de la
Pascua vemos reflejadas la pasión y crucifixión de nuestra patria, negada no tres veces, sino mil por los mismos que dijeron representar la ley y la libertad. Pero ojo, que el llanto y la furia por esta nueva infamia no nos haga perder de vista el objetivo. Sopesemos las opciones y
juguemos bien nuestras cartas, limpias y valiosas, aunque el oponente haga siempre trampa con sus naipes sucios.
Porque este balserito vivaracho no es el objetivo del enemigo. Elián es sólo un símbolo, el corderito pascual sacrificado en el altar de una falsa ley a golpes de ambición y envidia. El victimario mayor lo dijo no hace tanto tiempo. Recordemos las palabras exactas que
pronunciara en Cuba: ``Este cordero no podrás devorarlo jamás ni con aviones, ni con armas inteligentes, porque este cordero tiene más inteligencia que tú y en su sangre sólo tiene y tendrá veneno para ti''. El verdadero objetivo de este sacrificio pascual
es el prestigio del exilio, su futuro en la comunidad norteamericana, su influencia en el destino de la causa de la libertad de Cuba y por qué no, de Estados Unidos, que deben primar en nuestros corazones leales de cubanoamericanos.
Hay que seguir en vela y guardar la espada, para no perecer por ella. Todos unidos, como nunca antes, en la defensa de la verdad y de la democracia pero sin caer en la tentación de la violencia por mucho que nos duelan las heridas. Mostremos al mundo el rostro digno de un exilio coronado
de espinas que no se rinde, con plena confianza en la ley de los hombres de buena voluntad y en los designios de Dios. Porque aunque ayer volvieron a repartirse nuestras vestiduras, hoy resucitaremos con el Cordero pascual. Fe y adelante.
aperdomo@herald.com
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