CUBANET... INTERNACIONAL

Abril 24, 2000



Cuba: la huella carnal

Se condena a Cuba y no a China, dice el autor, sólo por el tamaño diferente de sus mercados. Cree que la Argentina habría debido abstenerse como Brasil.

TORCUATO DI TELLA. Politólogo y ensayista. Clarín digital, Domingo 23 de abril de 2000

Las Naciones Unidas han condenado a Cuba por violación de derechos humanos y no a China. ¿Tiene esto algún sentido? El gobierno chino es más represivo que el cubano -que también lo es- pero ha adelantado mucho en el camino de la privatización. Quizás ése sea el criterio o también podría ser, mejor dicho: es obvio que se trata de las dimensiones de su mercado, codiciado como pocos en la historia.

Lo que pasa es que hay una especie de gobierno mundial en formación y ese tipo de procesos nunca se ha dado de manera racional desde la creación de los estados nacionales europeos al fin de la Edad Media. Los imperialismos del siglo XIX fueron también, a su manera, intentos -al final frustrados- de formar gobiernos mundiales. Todos ellos se han hecho por una combinación de fuerza, avidez de mercados, protección de los productores nacionales y demanda de seguridad por parte de la población. Antes era para evitar las constantes luchas entre señores feudales y para que el gobierno central garantizara los derechos de la población que tenía que aguantar los abusos de sus mandones. Hoy la cosa se da en una escala mucho mayor, pero en el fondo es el mismo tipo de proceso. Y aunque el resultado a la larga pueda ser positivo para todos, lleva tiempo y se lo hace en general de manera muy poco prolija. Porque al formar unidades estatales mayores casi siempre hay alguien que se beneficia y alguien que se perjudica o, en el mejor de los casos, alguien que se beneficia mucho más que los otros.

Como ahora el gobierno que se está formando es mundial, hay mucho más en juego y son varios los centros de poder que quieren tener protagonismo. Eso crea bastante caos, quizá inevitablemente. Es así que los españoles trataron de aplicarle normas supranacionales a Pinochet, lo que quizá sea un paso hacia un poder judicial mundial, pero de aplicación muy ocasional y contradictoria. La reacción que cada uno tiene ante estos hechos depende en gran medida de sus preferencias ideológicas. De este modo quienes han estado contentos con la "interferencia" sobre la soberanía chilena pueden ahora escandalizarse ante una condena que realmente se hace de manera tan arbitraria como la que eligió a Pinochet, cuando había tantos otros en igual o peor situación, empezando por varios a quienes nadie molesta en España, como dijo en su momento el mismo Felipe González.

¿Pero entonces no hay que hacer nada, y preocuparse cada uno sólo de lo que pasa en su casa? Eso tampoco es una solución. Creo, sí, que la responsabilidad principal para arreglar las cosas está en la población de cada país, y cuando los de afuera vienen a opinar hay que preguntarse por sus intenciones. Así, por ejemplo, hoy en los Estados Unidos hay un amplio sector, tanto sindical como empresarial, que teme una apertura al comercio internacional, especialmente con China, donde se pagan salarios de miseria. Pero como no es fácil cerrarle a China el camino hacia una integración al mercado mundial, simplemente diciendo que sus salarios son bajos, se arma el argumento de que usan trabajo infantil y carcelario, no permiten la existencia de sindicatos genuinos y persiguen a las sectas religiosas y a los tibetanos. Esto estuvo presente, entre otros lugares, en las famosas protestas de Seattle. La preocupación de quienes se manifestaban allí es comprensible y hasta encomiable, pero básicamente es una pantalla. Porque aun cuando China diera más libertades a su población, permitiera sindicatos libres (digamos, como en la India) y dejara en paz a las sectas y a los tibetanos, igualmente su competencia va a ser mortífera, porque nada de eso hará subir mucho los salarios. Y en ese momento habrá que buscar otra pantalla creíble.

El tema económico de los efectos de la globalización da para mucho y espero tratarlo en otro momento. Es complejo, con fuertes razones de ambos lados. Pero hay que evitar confundirse acerca del peso real de cada argumento, aun cuando los grupos de interés tratan precisamente de confundir y mezclar las cosas.

En el caso de Cuba, los intereses económicos son mucho menores, y además está en el patio trasero, de manera que se le pueden aplicar con más soltura las normas generales del derecho. Pero en este tema del avance o retroceso en el camino de la formación de un gobierno mundial, los países de América latina deben ir con cuidado. No hay que desentenderse de la necesidad de tener organismos supranacionales que ayuden a los ciudadanos de cada país. Pero esos organismos es mejor que sean regionales y entre países de parecido nivel de desarrollo. Por eso lo mejor es tener órganos genuinamente latinoamericanos, empezando por los que ya funcionan en el nivel económico, como el Mercosur, que también tuvo su intervención para impedir el golpe de Oviedo en Paraguay hace un par de años.

El caso particular de Cuba suscita, incluso en los Estados Unidos, reacciones muy disímiles. Hay un amplio sector de la opinión pública, por ejemplo, que condena el embargo económico que se le sigue aplicando a Cuba, que está totalmente desactualizado y sin sentido. La búsqueda de cambios en esa área no es de ningún modo una defensa del régimen de Fidel Castro, aunque puede parecerlo en un análisis simplista. Y lo mismo ocurre con quienes promueven visitas de estudiantes -los turistas ya van- para propender a un mejor conocimiento mutuo. Aunque algunos ingenuos puedan volver encantados con Fidel Castro, es mayor el efecto que ese tipo de intercambios produce sobre los cubanos, hambreados de información e ideas distintas. En la situación actual, intensificar los contactos de todo tipo, empezando por los comerciales sin descuidar los culturales, ayuda a normalizar las cosas, genera fuerzas de cambio y da un imprescindible apoyo a quienes luchan en la isla por mayores libertades públicas. En eso debería concentrarse nuestra diplomacia; lo demás es un formalismo.

Hubiera sido mejor abstenerse como tantos otros países del continente, y sobre todo buscar una posición común con nuestros vecinos, empezando por los que están en el Mercosur. No era fácil, porque Chile y Brasil optaron por posturas contrarias.

Pero la historia no se terminó y hay que preparar las condiciones para que en el futuro tengamos relaciones realmente íntimas con nuestros socios en la región, no con las grandes potencias.

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