CUBANET... INTERNACIONAL

Abril 19, 2000



El niño más famoso del mundo

Jorge Ramos Avalos. Publicado el miércoles, 19 de abril de 2000 en El Nuevo Herald

Por fin vi a Elián. Tres veces. Sólo por unos segundos. Pero lo vi.

Iba vestido con una camiseta amarilla y un overol azul de mezclilla que le quedaba un poco grande. Estaba descalzo.

``Ahí está'', gritaron unos periodistas que me acompañaban frente a la casa de la familia González. Click. Click. Click. Las cámaras empezaron a tronar, secas, abruptas, como gallinas con tos. Me sorprendí conteniendo la respiración. Dejé de parpadear. No quería perderme el momento. ``Este es el niño que está causando una revuelta a nivel internacional'', pensé. ``El niño más famoso del mundo''.

La primera vez que lo vi, Elián salió a patear un pelota --¿preferirá el fútbol soccer al béisbol? En el patio había cuatro o cinco niños que lo habían ido a visitar ese sábado; la familia González de Miami es muy extensa. La pelota voló y Elián se esfumó.

La segunda aparición del niño-símbolo fue sólo un flashazo. Elián salió de la cocina hacia el patio --a un ladito de donde están la lavadora y la secadora, el barbecue y la mesa de plástico blanco--, tomó a uno de los adultos por la mano y lo jaló hacia el interior de la casa. (Más tarde me enteraría de que ese día Elián esperaba una llamada de su padre desde Washington y que estaba un poco alterado por la situación.)

La tercera vez que vi a Elián, salió corriendo a la resbaladilla --amarilla brillante, igual que su t-shirt-- que Lázaro, su tío abuelo, instaló en la parte de atrás de la casa. Luego, volvió a desaparecer como un rayo. Eso fue todo. Unos segundos por aquí y otros por allá. Pero como periodista no podía seguir hablando de este niño sin haberlo visto. No podía.

A lo lejos, Elián me pareció más pequeño que en las imágenes que había visto por la televisión. Lo sentí frágil. Rompible.

Cada movimiento de Elián en el patio era registrado. Las antenas de satélite llenaron de agujas el cielo. Para tejer de palabras la radio, los diarios y la internet. Para planchar de imágenes la tele. Frente a la casa de los González conté 16 carpas con decenas de periodistas, locales e internacionales, acampando. Todos elianizados. Todos alienados del resto del orbe. En estos días --no hay duda para ellos-- éste es el ombligo del mundo. Antes fue Kosovo. Hoy es La Pequeña Habana.

Y en medio de este desplante de tecnología y recursos, me dio pena pensar que el niño juguetón que vi no había salido de esa modesta casa de dos cuartos durante los últimos cuatro días debido al temor de sus familiares en Miami de que fuera detenido por agentes federales y enviado con su padre. Si mi hijo y mi hija tuvieran que quedarse cuatro días encerrados en la casa nos volveríamos locos, todos. En cambio, Elián parecía estar manejando la situación bastante bien, con una madurez muy por encima de su edad.

¿Por qué este niño es tan especial? ¿Qué ha hecho que toda una comunidad haya salido a defenderlo? ¿Cómo terminaron los cubanoamericanos enfrentados, simultáneamente, al gobierno de Bill Clinton y al régimen de Fidel Castro?

Las respuestas estaban ahí, en la calle, para quien quisiera oírlas. A un lado de la casa de los González, cientos de personas actuaban como guardias personales de Elián. La policía de Miami las mantenía controladas detrás de unas barreras metálicas. Pero los gritos no tenían límites: ``Elián no se va, Elián no se va''.

Los cubanoamericanos están más unidos que nunca en torno a este caso. Una encuesta del diario The Miami Herald asegura que 83 de cada 100 cubanos quieren que Elián se quede con sus familiares en los Estados Unidos. Jamás, en la década que llevo viviendo en Miami, había visto a tantos cubanos con tantas diferencias --de origen, clase social, edad y educación-- unirse en una sola causa. Jamás. Y a esto habría que sumar que 55 de cada 100 hispanos no cubanos también quieren que el niño se quede. O sea, que los vecinos hispanoparlantes de los cubanos --nicaragüenses, colombianos, venezolanos, mexicanos, hondureños-- les están echado una mano.

Por otra parte, es cierto que la mayoría de los negros y los blancos no hispanos del sur de la Florida preferirían (según la misma encuesta) que Elián fuera entregado a su padre. Pero de acuerdo con varios cubanos con quienes conversé frente a la casa de los González, esas opiniones y divisiones surgen porque hay mucha desinformación en los Estados Unidos sobre los abusos de la dictadura de Fidel Castro.

``Ellos no entienden nuestra tragedia'', me dijo Ramón Cala, uno de los voluntarios que protegen la casa donde vive Elián. Y luego, sugiriendo que ha habido un tinte de racismo anticubano, antihispano y antiinmigrante en esta crisis, me dijo: ``Si el niño hubiera sido un alemán de ojos claros, el cuento sería distinto''.

Otro de los voluntarios --vestido con una camiseta que decía en inglés: No Castro, No Problem-- me explicó que éste no es un caso típico de custodia familiar. ``Aquí hay que considerar que estaríamos destruyendo al niño si permitimos que regrese a Cuba'', me dijo. ``Y esto es algo que no entienden los que no son cubanos y no conocen las desgracias que vive el pueblo cubano''.

No sé cómo va a acabar esto. Pero independientemente de que Elián se quede o se vaya, la voz de la comunidad cubanoamericana, denunciando internacionalmente la opresión con que se vive en Cuba, tiene que manchar la imagen de color de rosa que aún goza el régimen de Castro en algunos países. Después de lo de Elián, ya nadie podrá decir que nunca había oído que en Cuba encarcelan y ejecutan a personas sólo por opinar distinto que Castro, sólo por ser demócratas. Después de esto, ya nadie podrá excusarse de tener una sordera selectiva sobre los 41 años de la dictadura castrista.

De pronto, me encontré caminando a Lázaro, el tío abuelo de Elián. Camiseta gris sin mangas, jeans, lentes obscuros, top-siders sin calcetines, cigarrillo prendido y el peso de muchos mundos en sus espaldas. Le pregunté cómo estaba. ``Aquí, ya ves, chico'', me dijo. ``Tratando de que este muchacho viva en libertad''.

© El Nuevo Herald

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