CUBANET... INTERNACIONAL

Abril 18, 2000



Las dos Cuba de Elián González

Irving Louis Horowitz. El Nuevo Herald. Publicado el domingo, 16 de abril de 2000

``Dios nos lo trajo para esperanza de Cuba'', dice un joven llamado Jimmy Farfan frente a la casa donde está viviendo Elián González. Ya sea Dios, el niño Moisés o ninguno de los dos, es evidente que en Miami se está desarrollando un acontecimiento con carácter de crisis nacional. El niño --traído de Cuba a fines de noviembre del año pasado por su madre, que murió en el traicionero viaje a EU-- sobrevivió dos días en alta mar antes de que lo rescataran y entregaran a su parientes de Miami. Mientras tanto, el gobierno cubano, en representación de los intereses del padre, demandó la inmediata devolución del niño. El padre y otros familiares en la isla habían expresado claramente su deseo de reunificación. Difícilmente se hubiera podido dibujar con mayor sencillez la historia de las dos Cuba.

Si Elián González debe permanecer en EU o ser devuelto a Cuba, si ha sido liberado o capturado, si su situación es un trauma personal o un problema político, el asunto ha tensado las relaciones cubanoamericanas a un nivel difícilmente concebible hace sólo tres meses. Es como si todos los interesados comprendieran que se está decidiendo algo mucho más que el destino de un niño. Más probablemente es el destino de un pueblo que vive en dos comunidades diferentes bajo condiciones radicalmente polarizadas. En todos los análisis elaborados a través de los años por los que deben de saber sobre la sociedad cubana, no conozco ninguno que haya vinculado el destino de la dictadura cubana --y, de paso, también una pequeña parte de la democracia norteamericana-- a un niño de seis años que perdió su madre, está sin padre y cuyo futuro está imbricado con políticas nacionales.

The New York Times se ha lanzado sobre el asunto con su acostumbrada suficiencia liberal. Pero sus reportajes arrojan luz sobre algo más amplio. Uno se imaginaría que con 40 años de perspectiva en relación con su casi descarada propaganda de la fe castrista (empezando con la serie de entrevistas de Herbert Mathews en 1958 que llamó la atención del mundo sobre el dictador cubano), ese augusto periódico mantendría, por lo menos, una elemental prudencia. Nada más lejos de la verdad. Todo lo contrario, mientras más expuesto queda el carácter totalitario del régimen cubano, más se reafirma la convicción del periódico de que se debe levantar el boicot contra Cuba, que se ``debía empezar la normalización de las relaciones económicas'', y que habría que elevar los contactos políticos al nivel que existe entre estados amigos. Tan estridente es la posición de The New York Times que hasta los lectores de periódicos liberales hermanos como The Washington Post y Los Angeles Times tienen que sentirse incómodos. Y, en efecto, el 5 de marzo The Washington Post planteó en un editorial que el problema de Elián González representa ``un drama muy cargado emocional y jurídicamente'', y observaba que, en términos de la situación política en Cuba, ``es algo colateral, y probablemente la razón por la que Castro le extrae cada onza de efecto propagandístico que puede''.

Pero es el The New York Times del 1 de abril el que se lleva el premio en cuanto a borrar cualquier distinción entre noticias y editoriales, entre los hechos y la ideología. Al haber fallado miserablemente en su intento de presentar como un planteamiento de fanáticos de extrema derecha la posición de los que en Miami quieren asegurarle al niño status como residente permanente y, observando con desmayo la formación de una amplia coalición dentro de Miami que rechaza su regreso a Cuba, la primera página del periódico presenta una artículo de Rick Bragg que alega que la situación ``subraya una práctica secesión de Miami''. Hasta las citas presentadas por Bragg como representantes de posiciones extremistas difícilmente llegan a ser más que un desafío al fallo del Departamento de Justicia de que el niño debe de ser devuelto a su padre. No ha habido un solo lema de secesión. En realidad, los defensores de Elián alegan lo inverso, que es sólo dentro de EU dónde el niño puede esperar algo parecido a la normalidad. Ni una sola voz dentro de la comunidad cubanoamericana se ha levantado para apoyar la violencia, a no ser la violencia que se deriva de una defensa, tipo Martin Luther King, de la libertad de conciencia.

El artículo muestra declaraciones que intentan presentar un estado de ánimo secesionista y desafiante de la ley en Miami. Como cuando Lisandro Pérez, que encabeza el Cuba Research en la Universidad Internacional de la Florida, alega que ``ésta es una ciudad separada. Ahora tenemos nuestra política exterior local''. Claro que Miami es diferente. Tiene una cultura local distinta, pero no más que Nueva Orleans o, dicho sea de paso, que la misma Berkeley en California. Esas diferencias, en ocasiones, ponen a la ciudad contra el estado --e inclusive contra la nación. Pero, a diferencia de los llamamientos a la separación de EU por los supremacistas blancos de Alabama, éstos nada tienen que ver con una secesión, ni en intención ni en ideología.

Utilizar este tipo de retórica es invitar a la intervención federal en los asuntos de una pequeña comunidad. La entrevista con David Abraham, profesor de derecho migratorio en la Universidad de Miami, hace justamente eso. El profesor hace muy clara su acusación de secesión al trazar un paralelo con los desafíos de los años 50, simbolizados por la resistencia a la integración escolar en Little Rock, Arkansas. El profesor Abraham observa: ``Lamentablemente, pudiera tomar una abrumadora demostración de fuerza para probar que el sur de la Flrida es parte de EU''. La lucha por el destino de Elián, que no sólo implica problemas morales sino también de jurisdicción, no es ningún esfuerzo por subvertir la legalidad norteamericana sino por demostrar quién define y ejecuta esa ley.

La última pieza de este rompecabezas es la demonización de la comunidad cubana de Miami por su posición anticomunista. Lejos de ser considerada como una parte bona fide de la experiencia norteamericana en el siglo XX, la ``mafia de Miami'' es presentada ahora como el enemigo, como el extraño, precisamente por el vigor de su anticomunismo. De nuevo, Lisandro Pérez tiene, al menos, el mérito de definir claramente los términos del problema. Alegando que la posición de la comunidad cubanoamericana ``tendrá implicaciones negativas'' para el norteamericano promedio, continúa afirmando que ``los cubanos han sido malcriados por el gobierno norteamericano en el pasado. Miren el expediente. Han recibido estaciones de televisión y estaciones de radio para transmitir su mensaje a Cuba''. Pero ese mensaje es simplemente el mismo que se transmitía por Radio Europa Libre, un mensaje de esperanza para los que estaba atrapados bajo el yugo del comunismo. Y una advertencia de que se podía contar con los norteamericanos para apoyar la causa democrática.

Según el caso de Elián se desarrolla, se hace cada vez más claro que el Lobby Cuba y su extraña alianza de congresistas y apologistas de la izquierda simplemente quiere negociar sin problemas con Castro. Ven esto como una extraordinaria oportunidad para clavar una cuña fatal entre la comunidad cubana --el grupo latinoamericano más exitoso en la sociedad norteamericana-- y el resto del pueblo norteamericano. El objetivo de Castro no es sólo convertir a Elián en víctima sino destruir el delicado sentido de comunidad que ha unido a los cubanoamericanos con su nuevo país en estos 40 años.

La elaboración de la primera plana y de la página editorial de la revista Time no pudiera ser más obvia que en la comparación que hace Anthony Lewis entre Little Rock en 1957 y Miami en el 2000. Lewis se refiere a como ``turbas aullantes confrontaban a los alguaciles federales que aplicaban la ley'' y pregunta: ``¿vamos a ver esto nuevamente en Miami?''. Esta retórica disfraza la relación, mucho más obvia, entre el Miami de hoy y el Birmingham de Martin Luther King de los años 60. ``El concepto de ley'' que preocupa tanto a Lewis tiene sus límites. Los manifestantes de Birmingham probaron esos límites. Bien pudiera ser que ésta fuera otra ocasión en que se prueben los límites de la ley, y se encuentren deficientes. Después de todo, es una situación insólita cuando una madre lleva a su hijo por aguas peligrosas, pierde la vida tratando de escapar de una tiranía, y luego el niño sobrevive. Sólo para que ahora el gobierno nos sermonee sobre ``los derechos paternos'' --como si fuera un vulgar problema familiar. Los que en el pasado ni siquiera mencionaban los derechos paternos ahora están haciendo sus loas. La ley puede ser clara, pero la situación concreta no lo es.

La utilización del niño como un peón político es una catástrofe personal. Negar que sea un peón sería un disparate político por parte de todos. El destino de Elián González es un triste detalle en el complejo mosaico de la vida cotidiana. Pero justamnte son estos detalles singulares los que le dan significado a la frase ``política de los símbolos''. La comunidad cubana ha comprendido muy bien que éste es un momento definitorio en su extraña confrontación con su benévola nueva patria. Patria que, junto con su tradicional historia de refugio de inmigrantes y disidentes, también tiene otra de aislacionismo y antiinmigración. Es muy probable que Miami haya hecho un mal trabajo en educar al resto de EU en el significado del caso de Elián. Hay que decir que esta notable comunidad de singular solidaridad y elevado nivel de éxitos económicos y educacionales no es ninguna ``turba''. De ninguna forma o manera está dedicada a la secesión de EU. Los cubanoamericanos no son un grupo dedicado a luchar contra el imperio de la ley. Lo que sí tienen, y lo que los mantiene unidos, es una relación especial con la dictadura cubana. Por consiguiente, la comunidad cubanoamericana tiene una especial necesidad de resistir los intentos de Castro. No puede aceptar que, pese a 41 años de implacable dictadura, éste pretenda legitimidad y normalidad.

Las comunidades, no menos que los individuos, siempre son libres de escoger sus batallas o sus campos de batalla. Bien pudiera ser que Elián González sea devuelto a esa isla de la tristeza que se llama Cuba. Bien pudiera ser que se exija el cumplimiento de la ley a los cubanoamericanos --curiosamente, quizás la comunidad más respetuosa de la ley en una ciudad no muy conocida por exquisiteces como el respeto a los demás. Si hay que conseguir el cumplimiento de la ley mediante una masiva intervención federal en los asuntos de Miami, entonces ésta recordará las muchas intervenciones que, en el pasado, impusieron la ley a costa de los derechos individuales. Tendrían que establecerse paralelos con los huelguistas de las minas de Colorado, con los radicales que buscaban libertad de expresión durante los asaltos de Palmer y, sí, con el alcalde Bull Connor de Birmingham y de cómo utilizó perros en su intento de imponer la ley. Ley creada como entidad abstracta y antepuesta a nuestro sentido de compasión y justicia.

Indudablemente, a corto plazo, el abrumador poder del gobierno federal va a ganar la batalla. Cuando Elián se haga un hombre y la pesadilla del castrismo sólo sea un siniestro recuerdo, podrá determinar por sí mismo dónde quiere vivir, y con quién. Pero devolver a Elián González a Cuba bajo la amenaza de las armas norteamericanas va a hacer muy poco por el imperio del derecho y mucho por la fuerza de las armas. La comunidad cubanoamericana exiliada se ha mostrado una digna sucesora de las anteriores olas de leales inmigrantes a EU. Pero satisfacer la cínica agenda de un dictador, que ha aprovechado una oportunidad estratégica para tratar de introducir una cuña entre los cubanoamericanos y el resto de nuestro pueblo, sería una tragedia de incalculable alcance. No creo que este gobierno, ni ningún otro, pueda apoyarla. Y, sin embargo, esa tragedia se está fraguando. La incapacidad de la comunidad cubanoamericana para movilizar al pueblo norteamericano junto a su causa lo hace prácticamente seguro. Lo que está muy lejos de ser seguras son las consecuencias que, a largo plazo, va a tener esta dramática confrontación.

IRVING LOUIS HOROWITZ - Profesor emérito distinguido Hannah Arendt de ciencias políticas y sociología de la Universidad Rutgers, es un reconocido escritor y experto en asuntos cubanos.

© El Nuevo Herald
Copyright 2000 El Nuevo Herald

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