Raúl Rivero. Publicado el viernes, 14 de abril de 2000 en El Nuevo Herald
La Habana -- La resistencia pacífica no es una propuesta de la CIA, ni un programa del exilio cubano, y no responde a caprichos ni empecinamiento de nadie. La resistencia pacífica es un plan de Dios.
Eso es lo que piensa el doctor Oscar Elías Biscet y me lo dijo el verano pasado en un momento de reposo, desde un sillón de mimbre en la sala de una casa de esta ciudad, donde nació hace 37 años.
Fue una conversación tranquila y, para mí, a veces sorprendente. Porque cuando pensaba que lo tenía encasillado como un tipo mesiánico, impulsado por cosas místicas, Biscet se mostraba en pullover, a ras de tierra, como lo que realmente es y quiere ser: un
activista cívico, un promotor de libertades. El busca recursos en su fe y en sus creencias, para salir a la calle a encarar la atmósfera hostil en la que batalla contra la pena de muerte, el aborto y el inmovilismo.
Allí se aprovisiona su espíritu para que la materia soporte. Allí, seguramente, halló la voz que le dijo varias veces ``Dios te ama'' al policía que lo quemaba con un cigarro. Muchos de sus amigos y seguidores creen que en esos prados remotos tuvo que encontrar
la voluntad y el valor para cruzar las manos a la espalda mientras alguien lo golpeaba hasta hacerle saltar dos dientes.
Sus convocatorias al parque Butari, sus marchas cívicas por la barriada de Lawton, erizada de policías y de voluntarios de las brigadas de respuesta rápida, han tenido siempre un azaroso signo de riesgo y victoria. ``No importa cuántos caigan presos o golpeen por el
camino, si llega uno solo de nosotros. Cumplimos, se produjo la acción y llegó el mensaje'', me dijo aquella tarde.
La personalidad de Biscet dentro del movimiento de oposición pacífica interna es una presencia compleja. Algunas corrientes de pensamiento no comparten sus métodos. Pero activistas y dirigentes respetan la entrega y la vocación de servicio de ese médico que
perdió, primero, su empleo y su casa, y, después, la libertad.
En su discurso, que ha ido ensanchándose en los últimos meses sin tomar la opulencia, aparece permanentemente su énfasis en conseguir espacio para la libertad de expresión.
Su cuerpo de ideas acerca del proceso de cambios en Cuba, incluye también una apertura gradual del proceso democrático, en el que le otorga un rol predominante a la participación activa de los hombres y mujeres que ahora callan y concurren obedientes y dóciles a los
requerimientos diarios del gobierno.
Acusado de escándalo, es un hombre silencioso que se expresa en voz baja y usa más la persuasión que la fuerza de las cuerdas vocales. Procesado por alborotador, sus pretensiones tienen habitualmente ribetes solemnes y moderados. Los gritos, el desorden y la violencia es la
cuota que aportan en abundancia sus adversarios, en las contiendas que han protagonizado en contra de la pena de muerte y el aborto. Por el tiempo en que se produjo nuestro diálogo, Biscet estaba por iniciar una cadena que lo llevó en pocos meses 25 veces a prisión. La cadena se
rompió en noviembre del 99 cuando se le inició un proceso judicial que lo tiene ahora en la cárcel Cuba Sí, de Holguín, en la zona oriental del país, condenado a tres años de privación de libertad. Su ideario y su vida de opositor pacífico
lo presentan despojado de retórica, al borde de la sencillez; dueño de una especie de segunda naturaleza, que lo impele a la información y al afán --¿debí decir la pasión?-- de sabiduría. Para la primera visita en el centro penitenciario, Biscet
pidió a su esposa Elsa Morejón esta lista de libros: la Biblia, dos textos sobre Mahatma Gandhi, un diccionario de inglés y mucha poesía clásica española. De las notas de aquel encuentro con el médico, acabo de sacar una observación que escribí
--para que no se me olvidara-- dos veces, entre los apuntes. Con mi letra críptica de reportero anoté que el hombre que hablaba conmigo era terrenal, lúcido y pragmático.
© El Nuevo Herald / Cuba Press
Copyright 2000 El Nuevo Herald |