CUBANET... INTERNACIONAL

Abril 13, 2000



Cubanofobia

Daniel Morcate. Publicado el jueves, 13 de abril de 2000 en El Nuevo Herald

Ya es tradición que cualquier controversia que involucre a exiliados cubanos sirva de pretexto para destilar cubanofobia. Por su intensidad y amplia difusión, la disputa sobre Elián González ha elevado el fenómeno a nuevas alturas. Los colegas Liz Balmaseda, Andrés Oppenheimer y Jorge Ramos han tratado el tema con perspicacia en recientes columnas. Pero quisiera hacerle ciertas precisiones, para satisfacer la curiosidad de lectores y amigos con quienes lo he abordado en la ríspida informalidad de pasillos y cafetines.

Llamo cubanofobia a la tendencia de ciertos políticos, periodistas y académicos a despotricar (en vez de meramente criticar) contra los exiliados y sus descendientes, ampliando y generalizando los defectos individuales de algunos miembros de la etnia hasta sugerir que son evidentes, abrumadores, intolerables. Suele acompañar a esa actitud retrógrada el regateo de los aportes que muchos cubanos hacen a las comunidades donde residen. Y la complementa la marcada preferencia que sienten quienes la adoptan por cubanos que, en sus proyecciones públicas, se comportan como si experimentaran un gran complejo de culpabilidad.

De hecho el cubanófobo más furibundo y ``convincente'' suele ser de origen cubano. Por eso lo buscan como a oro fino las juntas de ciudadanos influyentes, las secretarías federales, las facultades de historia y sociología, las páginas de opiniones de los diarios, los micrófonos de la radio y la televisión. Bajo el barniz de la imparcialidad, este exótico ejemplar esconde un sexto sentido para entender qué prejuicios sobre el resto de los cubanos esperan que repita aquéllos que le cortejan o le pagan. Nuestro personaje suele ser un oportunista redomado. Pero su arribismo parece auténtico cuando va revestido de resentimiento hacia su propia etnia. Sus enemigos no son los demás cubanos, como podría creerse, sino el espejo implacable que día a día le devuelve la propia imagen.

Interlocutores me preguntan qué provoca la cubanofobia. Y en el tono de sus preguntas he detectado un conato de autoflagelación, el deseo de descubrir rasgos inherentes a la idiosincrasia cubana que supuestamente chocan a otras criaturas. Sospecho que el problema es mucho más simple y complejo a la vez. La cubanofobia es un subgénero de la xenofobia, del miedo y rechazo viscerales a personas que piensan, hablan, gesticulan y se comportan diferente a como lo hacen los miembros de la cultura que se percibe como dominante. En lo esencial no se diferencia de la fobia a los haitianos, colombianos o nicaragüenses que en nuestras comunidades profesan muchos, incluyendo algunos cubanos.

Pueden identificarse factores que estimulan la cubanofobia. Uno es la incapacidad de los medios angloparlantes para informar con amplitud y seriedad sobre asuntos cubanos y, en particular, sobre la naturaleza del régimen de Castro. A 41 años de esa pavorosa dictadura, los medios nacionales continúan subinformando sobre sus excesos y pintando a los exiliados como el obstáculo para que Cuba evolucione hacia la democracia y una economía de mercado. Para esto se valen de clisés que reducen a los cubanoamericanos a un puñado de gente vociferante, irracional, resentida; y de analistas que seleccionan para que corroboren tales clisés.

Una nueva encuesta del Herald revela que la mayoría de los miamenses cubanoamericanos e hispanos en general favorece la permanencia de Elián en EU, mientras que una mayoría de afroamericanos y anglos favorece su devolución a Cuba. Esa división es un vívido reflejo de las informaciones diferentes que manejan los hispanos y los no hispanos. Y es que en el caso de Elián, como en muchos otros que atañen a los latinos, los medios hispanohablantes han llenado el vacío que han dejado los angloparlantes. El reciente foro que moderó Ted Koppel en FIU fue una refrescante excepción a la regla de cómo los medios angloparlantes han desinformado sobre este caso. Pero también fue un esfuerzo tardío e insuficiente para que los norteamericanos entiendan que el gobierno de Clinton pisoteó los derechos del niño náufrago al negarle un proceso legal justo.

La cubanofobia se alimenta asimismo de la insolidaridad, uno de los rasgos humanos más irreductibles; y de la percepción que tienen algunos de que la comunidad cubanoamericana se ha sustraído a la norma de asimilación mediante la cual los inmigrantes dócilmente iban ocupando un lugar secundario en la sociedad hasta que llegaban a confundirse con el todo. Esta percepción también emana del prejuicio, pues ignora que los cubanos se han transformado en norteamericanos y precisamente por ello acumulan influencia política y económica. Pero sucede que a los cubanófobos les resulta más fácil achacar la lucha por Elián a la irracionalidad y al capricho de los cubanoamericanos que a su capacidad de defender sus criterios mediante el ejercicio de sus derechos civiles y a su comprensión de la naturaleza pugnaz de nuestra democracia. Entre esos derechos se halla, por cierto, el de desobedecer leyes y decisiones arbitrarias como las que condenan a Elián a un destino incierto en un país totalitario, junto a un padre que rezuma odio y temor.

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