CUBANET ...INDEPENDIENTE

13 de abril, 2000



Carlos Carreño: un maestro clandestino

Tania Díaz Castro, Grupo de Trabajo Decoro

LA HABANA, abril - Hasta que marchó al exilio, en 1987, Carlos Carreño fue maestro de varios idiomas, pero sobre todo de japonés y chino, de forma clandestina, pues a partir del triunfo revolucionario de Fidel Castro comienza a estar prohibida la enseñanza privada. Sin embargo, oculto con sus alumnos en la parte trasera de su humildísima vivienda, ubicada en el famoso Pasaje del Prado, frente al Capitolio Nacional, enseñaba además ejercicios de Judo; casi siempre sin cobrar un centavo.

Pese a ser un personaje muy singular, posee una historia igual a la de cualquier otro cubano de estos años de totalitarismo. Es por eso que ya en 1959 le clausuran su Academia de Judo, fundada a principios de los años cincuenta, una de las más antiguas del país. En su mismo local vivió el Profesor Carreño largos años, hasta que en 1985 su casa, y todo el Pasaje, se desplomara en pocos minutos, por falta de mantenimiento.

Inspiraba sospechas al G-2 (policía política) este hombrecito de rostro inofensivo, siempre risueño, de manos muy pequeñas, pero que podía vencer a un contrincante armado o a un grupo de hombres con sólo utilizar sus manos y piernas y sin hacer grandes esfuerzos.

Los "barbudos" que cerraron arbitrariamente su Academia alegaron que como el ejército rebelde de Castro desconocía esa técnica japonesa, él no podía hacer uso de la misma en ninguna parte; tampoco enseñar ningún idioma. Sin embargo, un día llegaron a su casa y le propusieron que enseñara Judo al ejército, a lo que el Profesor se negó. Había estado preso injustamente en La Cabaña, acusado de contrarrevolucionario, y no quería nada con el Gobierno actual.

Al poco tiempo aceptó un trabajo como maestro de chino en la Embajada China en Cuba para enseñar a los hijos pequeños de los diplomáticos. A los pocos meses volvió el G-2 a su casa y lo detuvieron, acusado del supuesto delito de espiar al servicio de Mao, entonces presidente de China. De nuevo en La Cabaña, en espera de un segundo juicio que tuvo lugar dos años después, Carreño convive con los presos políticos que compusieron más tarde la célebre Prisión Histórica de los Plantados.

Cuando lo conocí, en 1971, era un oscuro empleado del Instituto Cubano de la Pesca, traduciendo textos rusos de técnica de pesa que jamás se usaron en Cuba. Comencé a estudiar japonés con él (idioma que no se ofrecía en ningún centro estatal) e incluso me enseñó mi buen amigo algunos movimientos de defensa personal.

Aprendí a querer a este inteligente y bondadoso hombre, y no lo he vuelto a ver desde que vive en Miami. Alguien me dijo que por haber perdido totalmente la visión sólo ofrece clases prácticas de chino, japonés, inglés, italiano, francés, alemán, ruso y hasta un poco de coreano.

Muchas veces me contó su historia, los años que vivió en el Barrio Chino de Nueva York, allá por los años cuarenta; los éxitos de su tío Mario Carreño, hermano de su padre y uno de los pintores más destacados del siglo que termina, amigo de Picasso, galardonado con premios nacionales en distintos países y quien murió en Santiago de Chile, a los 86 años, en 1999.

Con su buen humor y su inalterable serenidad, algo raro en un cubano, me contaba la sensación que experimentó al ver desplomarse el techo de su vieja academia mientras leía y cómo, al salir de ella junto a su esposa y sus dos hijos, vio también caer las casas colindantes del Pasaje. Allí murió, me dijo, un cantante de ópera mientras dormía, amigo suyo. Otros vecinos sufrieron heridas graves. Varias veces se quejaba, diciendo que todo lo había previsto y que así lo notificó a las autoridades gubernamentales del barrio, las que nada hicieron por evitar el derrumbe.

- Lo más triste que me ocurrió -me dijo- fue sentir una gran impotencia al no poder sujetar con mis manos las vigas y columnas que caían como si se tratara de escenarios de un filme.

Me hizo saber que aquél fue el día más triste de su vida, cuando vio desaparecer para siempre el pintoresco y antiguo Pasaje del Prado, que en otros tiempos estuviera lleno de comercios, fondas, cafetines, y donde su concurrida Academia de Judo era el centro de mayor atracción.

Han transcurrido casi tres décadas del día en que toqué por vez primera a su puerta, y me parece que fue ayer que descubrí a una de las personas más nobles y sencillas de este mundo.



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