El manisero se va
Manuel Vázquez Portal, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, 12 de abril - En los primeros años de la década de los noventa, los maniseros se hicieron más famosos que en los momentos en que Rita Montaner o Bola de Nieve pusieran en boga el popular pregón de Moisés Simons.
Vender maní en una esquina fue la tabla de salvación de muchas familias cubanas. El período especial arreciaba. La jama (cualquier alimento sólido) se desaparecía. Los precios se disparaban. El jineteo (prostitución) crecía. En cualquier esquina
te degollaban por una bicicleta. La gente se fajaba hasta porque la brisa soplaba. En fin, el neoliberalismo socialista daba sus primeros pasos. Un capitalismo de timbiriches y portales se instaló en el país.
Fue la época del surgimiento de las paladares (pequeños restaurantes de cuatro mesas en inmuebles particulares), las pizzerías caseras, los puestecitos de café, los ventorillos de fritangas. El llamado trabajo por cuenta propia vino a equilibrar el desbalance entre
los salarios y el costo de la vida.
El empleo más socorrido fue, por supuesto, el de vender maní. Cualquier negocito requiere de un capital mínimo y la gente en Cuba no andaba como para hacer inversiones. Salvar el estómago, lo que venía siendo salvar la vida, era el imperativo. Así que
se declinaron títulos universitarios, vanidades sociales, defectos físicos, y sin muchos miramientos un ejército de vendedores invadió las calles.
Como vender maní no requiere de especialización ni experiencia, y mucho menos fortaleza, se lanzaron a la competencia coroneles y doctores, ancianos y minusválidos. Era rara la esquina en la cual no se escuchara el conocido: "Vaya, calentico; maniiiiií, manisero".
Como era rara también la cola (fila) en que la gente no sostuviera entre las manos un cucurucho y entretuviera las mandíbulas con el monótono crujir de los granitos.
Sin embargo, de hace un tiempo a esta parte, el enjambre de expendedores ha disminuido ostensiblemente. Y no es que las penurias económicas hayan disminuido en el país, ni que todo el mundo se haya exiliado o que hayamos alcanzado el desarrollo. Lo que ocurre es que la gente se ha
cansado de nadar y morir siempre en la shopping. Ganarse cuatro pesos voceando durante todo un día para luego gastarlos en un minuto no es cosa que estimule mucho.
Así es que el manisero se va. Se va extinguiendo. Y realmente le vamos a echar de menos porque muchas veces, en las largas esperas del camello (camiones de carga adaptados como transporte público), en las colas del policlínico, en las angustiosas horas del apagón
(corte del servicio eléctrico a la población para ahorrar combustible), nos acalló la gritería de las tripas. Y gracias a él no "cantamos el manisero".
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