CUBANET... INTERNACIONAL

Abril 6, 2000



Una costosa decisión

Daniel Morcate. Publicado el jueves, 6 de abril de 2000 en El Nuevo Herald

El caso de Elián González se ha convertido en un desastre de relaciones públicas para el gobierno del presidente Clinton y potencialmente para la campaña electoral del vicepresidente Gore. Pero se trata de un desastre que la Casa Blanca cocinó a fuego lento. Digamos que es una consecuencia lógica, inevitable tal vez, de siete años de incomprensión y subestimación del fenómeno castrista y de crasas torpezas en el manejo de la política hacia Cuba y los exiliados cubanos.

En lo que se refiere a la isla, Clinton y sus válidos se han comportado conforme al modelo entre idealista y bobalicón que a través del tiempo ha caracterizado la política exterior de los gobernantes demócratas. (Remember Jimmy Carter?) Consiste en proyectar con ingenuidad sus buenas intenciones hacia los peores enemigos de este país y de los valores democráticos y liberales que éste encarna. La expectativa nunca realizada de esa política pusilánime es encauzar por el camino recto, mediante gestos generosos, a dictadores que literalmente viven del odio a los Estados Unidos.

Es así como el gobierno de Clinton luchó a machamartillo por suavizar el embargo a Cuba; coauspició una encuesta amañada en la isla para sugerir que la mayoría de los cubanos rechaza las presiones económicas; dejó fracasar la ofensiva de denuncias contra Cuba ante la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas (ONU); trazó pactos migratorios con La Habana para ayudarle, en vano, a erradicar el embarazoso éxodo de balseros; promovió ``intercambios'' culturales y deportivos en los términos limitados que convienen a la dictadura; le echó tierra encima al asesinato de cuatro miembros de Hermanos al Rescate (HAR); y minó la influencia de los exiliados sobre la política norteamericana hacia Cuba y el amparo que las leyes de este país daban a los fugitivos del castrismo.

A cambio, Castro le mandó a Clinton un caótico éxodo de más de 30,000 balseros en 1994 y amenaza con enviarle otro cada vez que desea algo de Washington; asesinó a los civiles de HAR, tres de ellos norteamericanos; embistió una flotilla de exiliados que realizaba una manifestación pacífica junto a la costa habanera; infiltró espías en agencias sensibles del gobierno norteamericano; mediante acuerdos ventajosos para él, convirtió el dinero de los exiliados en el segundo rubro más importante para su régimen después del turismo; y nunca dejó de insultar a Clinton y sus asesores, calificándolos de cobardes, idiotas y mentirosos, epítetos que revelan el desdén que el dictador y sus secuaces sienten por el equipo clintoniano. Al presidente le habría convenido escuchar advertencias como la de Brian Latell, ex analista de la CIA, de que ``Castro no va a ceder una pulgada'' porque ``en su fuero interno desprecia a los Estados Unidos''.

Fue en ese espíritu de colaboración no correspondida que el gobierno de Clinton se puso de acuerdo con La Habana para devolver a Elián a su padre en la isla sin someterle a un proceso justo en una corte de familia. Los suspicaces creen, probablemente con razón, que la devolución es parte de un quid pro quo cuya primera fase fue la inusitada decisión de Castro de aceptar a los reclusos cubanos que se amotinaron en la prisión de Saint Martin, Luisiana, el año pasado. Esta hipótesis explicaría la obstinación con que el gobierno se ha afanado en deportar a Elián. Y pondría en perspectiva la obtusa andanada de ataques y ultimata a los familiares que mantenían la custodia temporal del niño en Miami; las frecuentes expediciones de norteamericanos simpatizantes de la dictadura que previsiblemente dan fe del paraíso familiar que aguarda a Elián en Cárdenas; y el extremo recurso de poner a un abogado del propio Clinton al servicio de la repatriación del niño.

A menos que sufran un ofuscamiento colectivo, los exiliados y sus descendientes les pasarán la cuenta a los demócratas. La ocasión propicia serán las elecciones de noviembre, cuando Gore probablemente pagará los platos rotos en la Florida y Nueva Jersey, donde el voto cubano cuenta y a menudo decide. Es casi seguro que la mayoría de los cubanos votará por el republicano George W. Bush, dándole los elevados porcentajes de su sufragio que les dieron a su padre (84 en 1988) y a Ronald Reagan (88 en 1984). Así se borraría de un plumazo el paciente trabajo que habían realizado los dirigentes demócratas de la Florida para captar votos cubanoamericanos. Fruto de ese trabajo fue el 40 por ciento del respaldo cubano que en 1996 ayudó a Clinton a conquistar nuestro estado, tradicional bastión republicano en los comicios presidenciales.

Gore ha procurado distanciarse. Desde el principio ha favorecido un proceso legal justo para el niño. Y la semana pasada respaldó una propuesta en el Senado para otorgarle la residencia legal a fin de protegerle de la deportación. Su rival, Bush, lo acusó de haber ``cambiado de posición'' sobre el caso por oportunismo político. Pero lo cierto es que, independientemente de la sinceridad de Gore, su suerte parece estar echada entre los cubanoamericanos. La mayoría pensará, no sin razón, que un Gore presidente se rodearía de asesores del mismo talante que los de Clinton. El vicepresidente les debe esa suspicacia a su jefe y a los ideólogos miopes que le hicieron perder la brújula sobre Cuba desde el inicio de su mandato.

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