CUBANET... INTERNACIONAL

Abril 5, 2000



Elián: mucha política, poca humanidad

La Nación Line. Editorial. 05.04.2000

Al parecer, la cruel odisea de Elián González, el niño cubano azarosamente llegado a Miami, se aproxima a su fin. Ciertamente, el frente tormentoso constituido por las dificultades aún interpuestas no se ha disipado, y tampoco se han aquietado las pasiones despertadas por el caso, pero, así y todo, es de creer que en poco tiempo podrán ser cumplidas las disposiciones judiciales y administrativas que ordenan el reintegro del niño a la isla, para que allí pueda continuar su vida en compañía de su padre.

Visto retrospectivamente, se diría que se trató de un asunto que no ofrecía mayores márgenes para la discusión. Es probable que un día los historiadores -si es que la historia llega a recoger este infortunado hecho- encuentren difícil comprender lo ocurrido. En principio no era sino una criatura, prodigiosamente salvada de la muerte, en medio de una huida desesperada en la que había perecido la madre. Le quedaba el padre y éste vive en Cuba, donde ha transcurrido toda la existencia del niño. Los pasos por seguir eran -pues- obvios y no alcanzaría toda la mala dialéctica del mundo para ocultarlos.

Pero al darlos se mezcló la política. En honor a la verdad, cabe decir que no fueron las autoridades de Washington las que cedieron a la tentación de obtener provecho del drama. Por el contrario, desde el primer momento el gobierno de los Estados Unidos se puso abiertamente del lado del derecho reconocido y explícito, y también del sentido común y de la humanidad. Su posición fue clara y fueron prudentes los métodos a los que apeló para hacer cumplir, siquiera, con lo que preceptúan las sociedades civilizadas.

No tuvo por contrincante en esta ocasión al sempiterno Fidel Castro, al margen de la perpetua retórica zumbona de los discursos de éste, sino, por curioso que resulte en el futuro, a los enemigos del tirano caribeño, refugiados desde hace décadas en Miami. La pasión desbordada, el entusiasmo unánime que ha exhibido esa comunidad en su singular decisión de impedir el regreso de Elián a Cuba, es un dato significativo en la medida en que su planteo no admite otra explicación que el largo sometimiento de esa agrupación de cientos de miles de personas a una extrema y torturante presión emotiva.

El grupo, asentado en el sur de la Florida desde hace unos cuarenta años, lapso en el que ha conseguido consistente inserción en la sociedad norteamericana, ascendiente notorio y apreciable influencia financiera, se encontró esta vez muy solo, defendiendo una causa de antemano perdida, aislado de la población anglosajona con la que convive y extrañamente distante de los manejos del Capitolio y la Casa Blanca.

Esa impensada soledad debe de haber agriado sus ánimos. Se diría que consideró necesario imponerse, mostrar que su capacidad de influencia está íntegra, aspecto en el que acaso influyeron intereses ligados con las elecciones presidenciales. Se agitó el cadáver de la madre de Elián, se pidió para éste _de seis años_ primero libertad y luego oportunidades económicas, y no se vaciló en suscitar una sórdida disputa entre parientes que ya no habrían de verse más.

Es claro que el régimen castrista percibe cada vez más cercano su fin. Diríase que está resignado a morir, vencido no por complots sino por la historia y la biología, pero pareciera que su vejez no es sólo suya sino de toda una época y abarca, asimismo, a la variada diáspora de sus víctimas. A menudo se habla de desinterés por la política o por la ideología como rasgo característico del este tiempo. Es posible que así sea en determinados ámbitos, pero no lo es en todos.

Apropósito de Elián, por ejemplo, la política y la ideología se lo tragaron todo, al punto de no dejar ni un resquicio de piedad para un pobre niño, vapuleado, humillado y utilizado como moneda de cambio en una transacción que no se vuelve menos torva porque sus protagonistas, antaño, hayan padecido contrariedades y persecuciones que nadie puede ignorar o menospreciar.

Se argüirá que esa lúgubre exaltación colectiva tiene sus motivos y sus justificaciones, y también que no hubo intención expresa de dañar a Elián, sino que éste fue una desdichada casualidad ofrecida por el destino. Ninguna de esas razones carece de fundamentos, pero ninguna de ellas podrá enmascarar el terrible símbolo que este hecho representa en cuanto paradigma de la negación formal del derecho y de los sentimientos en aras de una opción política.

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