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Abril 5, 2000



La locura de Castro

Alejandro Armengol. Publicado el miércoles, 5 de abril de 2000 en El Nuevo Herald

En Cuba más de un psiquiatra guarda en su escondite preferido o atesora en su mente un estudio que demuestra la locura de Fidel Castro. Desde hace años se realizan esos análisis y muchos de sus autores han terminado en la cárcel o, lo que es más paradójico, sometidos a un tratamiento psiquiátrico.

Primero fueron las teorías sobre la paranoia o los rasgos paranoides de Castro. Aunque paranoia y paranoide perecen sinónimos, cada término tiene características propias en la psiquiatría. Un paranoico es una persona que sufre una disfunción mental en la que no hay alucinaciones, y cuya conducta y respuestas emocionales están influidas por ideas de grandeza y delirios de persecución, aunque su inteligencia se mantiene intacta. Por su parte, un paranoide es por lo general un enfermo que padece de estados paranoides. Por lo común es un esquizofrénico cuya mente evidencia un grado mayor de deterioro, y cuyas ideas de grandeza y persecución se asocian a falsificaciones de la memoria y alucinaciones auditivas.

Mientras el paranoide es relativamente fácil de discernir --el caso clásico del loco que se cree Napoleón--, el paranoico puede pasar por alguien normal y sólo los que están a su alrededor sufren su locura. Las situaciones más comunes de paranoia son las que involucran a cónyuges celosos en extremo y seres que imaginan ser víctimas de una conspiración.

Resulta fácil entender que desde los inicios de la revolución cubana surgiera la sospecha de que Castro es un paranoico: sus ideas fijas, sus fobias y obsesiones siempre llevaron a creer en la presencia de un comportamiento anormal. Sin embargo, de existir el padecimiento --y hay razones de sobra para pensar que así sea--, éste ha obrado en favor del mal, que en este caso no es la enfermedad sino el enfermo. Para él, no hay mejor terapia para aplacar el delirio de persecución que acabar con los supuestos perseguidores. Castro ha hecho de la paranoia un instrumento más para perpetuarse en el poder.

En los últimos meses, sin embargo, se han notado síntomas de otro tipo de trastorno. Las fallas de la memoria --especialmente de lo que se conoce como memoria a corto plazo--, la incapacidad para recordar fechas, simples datos e informaciones adquiridas recientemente, la dificultad para efectuar operaciones matemáticas simples, los errores frecuentes en los cálculos aritméticos, la disminución de la capacidad para conceptualizar o discernir y la evidencia de problemas de orientación pueden ser manifestaciones de una demencia con un grado medio de avance. De lo que se trata en este caso es de señales que apuntan hacia un trastorno orgánico.

De existir una demencia, estos síntomas se harán más agudos en los próximos meses. Nada detiene el daño cerebral. Pero, más allá del análisis psicológico, se encuentra el peligro de juzgar toda la situación de la isla en función de la locura del gobernante. En este sentido, no se puede hablar de un cambio en las tácticas y estrategias de Castro que pongan en duda su capacidad mental. Por disparatados que parezcan, son los mismos procedimientos que le han permitido mantenerse en el poder durante tantos años. La falta de escrúpulos, la terquedad y el aventurerismo que exhiben sus acciones responden más a una sagacidad política --que siempre le ha dado buenos resultados-- que a cambios emocionales. En resumidas cuentas, no se puede negar que mantiene un férreo control sobre los aspectos esenciales del país.

Como en el caso de más de un dictador, a veces las explicaciones que tienden a presentar al gobernante como un ser único, responsable de los hechos históricos, son preferidas frente a las que tratan de analizar las situaciones sociales como propiciatorias de su surgimiento. En ocasiones se ha ido demasiado lejos --por ejemplo, las supuestas aberraciones sexuales de Adolf Hitler y las posibles relaciones sexuales con su sobrina Geli Raubal, quien terminó suicidándose con su pistola, se han usado para explicar hechos como el odio del líder nazi hacia los judíos y el Holocausto. No cabe duda de que existe una resistencia a creer en la banalidad del mal, a considerar como una anormalidad la existencia de seres capaces de producir un daño enorme a naciones y pueblos. En realidad, abundan más las patologías exacerbadas por un poder desmedido que los sicópatas que llegan a gobernar naciones.

En el caso de Cuba, no sólo se debe analizar cómo Fidel Castro se convirtió en Castro, sino también las circunstancias que permitieron la existencia de un Castro. Hay que preguntarse además por los factores que posibilitan que el país sea gobernado por una mentalidad que utiliza el caos controlado como una carta de triunfo político. Y no deben dejar de analizarse tampoco las implicaciones de tantos años de gobierno voluntarista sobre la mente de los ciudadanos. Al igual que analizar la mente de Castro, hay que indagar los efectos que sus acciones tienen sobre la personalidad de los cubanos. Quizás sea menos sensacionalista, pero es igualmente necesario.

© El Nuevo Herald

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