Tercermundismo, llanto de la impotencia
Mario J. Viera González, Cuba Voz
LA HABANA, abril - Si algo lega a la historia universal el último cuarto del siglo XX es la corriente político- sociológica del tercermundismo. El tercermundismo es un movimiento agradable para inconformes intelectuales de los países desarrollados, que se sienten
henchidos de sentimientos filantrópicos hacia los más pobres del planeta y que en el fondo no es más que una forma disimulada del paternalismo "civilizado" hacia los "bárbaros", que tal vez animara también en los corazones de algunos romanos de
la época de los Césares.
Por otra parte, el tercermundismo le viene muy bien a políticos incompetentes, para presentarse a sí mismos como adalides de las fuerzas del futuro y de un nuevo reordenamiento mundial. El tercermundismo es una buena justificación de los errores y desaciertos de gobernantes
a quienes más les interesa el poder propio que el bienestar de sus pueblos, arrojando las culpas de todos los males sobre los países ricos a los que tranquilamente catalogan de imperialistas y neocolonizadores.
Alguna culpa en realidad le cabe a muchos de esos países ricos por los sinsabores de las naciones más pobres, pero no toda la culpa es de ellos. Los viejos imperios europeos que se repartieron el Africa quizás sean culpables, si no del atraso estructural de sus antiguas
colonias, de la amalgama de etnias que dejaron en los territorios, que al concederles la independencia se constituyeron en naciones soberanas y que tantos conflictos han generado.
Conflictos tribales, caudillismos, guerras civiles prolongadas, militarismo, golpes de Estado, corrupción administrativa, han sido notas constantes en el desenvolvimiento histórico de la inmensa mayoría de los países que en Asia, Africa y América Latina
conforman ese bochornoso estrato global que se denomina Tercer Mundo. Todos esos conflictos más que la intromisión foránea crearon al Tercer Mundo. La colosal deuda externa que frena el desarrollo económico de estos países tiene su origen en los vicios de formación
de muchas de estas naciones.
Desde que alcanzaron su independencia ninguno de los países de América Latina ha estado libre de dictaduras o de gobiernos autoritarios y corruptos. La gran Colombia de Simón Bolívar cayó como consecuencia de las contradicciones entre sus caudillos, uno de los
cuales fue el propio Bolívar, que se había autoproclamado presidente vitalicio. Colombia conoció una guerra civil de 50 años entre Liberales y Conservadores; la existencia de gobiernos dictatoriales, y actualmente un prolongado estado de desorden social de varias décadas,
en el que se entremezclan narcotraficantes, guerrilleros izquierdistas y paramilitares.
Tristemente célebres han sido los nombres de Trujillo, los Somoza, los Duvalier, Pérez Jiménez, Stroessner, Batista, que en determinados momentos al tambor batiente de la guerra fría y la política de contención del comunismo contaron con el respaldo de
varias administraciones de los Estados Unidos, pero que en definitiva eran especímenes propios de una tradición de hombres fuertes que en el siglo XIX se impusieron como caudillos, como Rosas, Francia y Porfirio Díaz. Más tarde aparecieron las dictaduras militares en
Argentina, Brasil, Chile, Uruguay.
Africa ha conocido verdaderos horrores y verdaderos demonios. El horror de Ruanda y el demonio de Mobuto Sese Seko como nombres arquetipos. Tierras que guardan inmensas riquezas naturales y pueblos sumidos en la mayor miseria. Una revisión de la historia reciente del continente, en un
lapsus de 40 años, deja un saldo de luchas tribales, de actos genocidas y de gobiernos represivos, totalitarios y corruptos.
Con la honrosa excepción del Japón, los regímenes asiáticos se han caracterizado por la violencia étnica, la violación de los derechos humanos, el fundamentalismo fanático-religioso y la existencia de figuras como Suharto, Sukarno, Komeihni, Kin
Il Sung y Sadam Hussein.
América Latina comienza a dar pasos hacia la consolidación de sus instituciones democráticas y el respeto de los derechos y libertades de sus ciudadanos, pero aún quedan focos de conflictos, la amenaza latente de las instituciones militares, la corrupción
administrativa y otros vicios que pueden propiciar la aparición de caudillos populistas y autoritarios. La carga que representa su deuda externa viene de muchos años de conflictos internos y del mal desempeño de los gobiernos militares y de los civiles corruptos.
No puede haber desarrollo económico donde se violen los derechos y libertades ciudadanas y la democracia sea una mascarada. No puede haber desarrollo económico donde no haya transparencia gubernamental y no exista una prensa independiente y alerta. El tercermundismo es la filosofía
de la impotencia cívica. Los pueblos de esa franja de miseria que se conoce como Tercer Mundo deben primero mirarse hacia adentro y emprender la reforma de sus instituciones. Deben hacerse respetar por su industria y su capacidad para el trabajo, luego han de sentarse a la mesa de
negociaciones para conveniar tratados con los otros y no llorar la miseria que ellos mismos se forjaron. Mientras no hagan cambios internos y se conformen con arrojar sus propias culpas sobre el satánico imperialismo, los países del Tercer Mundo seguirán siendo las villas
miseria de un mundo globalizado.
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