CUBANET... INTERNACIONAL

Abril 4, 2000



Cambios en el discurso

Enrique Patterson. Publicado el martes, 4 de abril de 2000 en El Nuevo Herald

Cualquiera que lea la prensa cubana, notará un deslizamiento significativo en el discurso político cubano en cuanto a la razón fundamental que mantiene vivo el diferendo histórico Cuba-Estados Unidos. Por momentos, pareciera que la cúpula cubana desecha la esencia del argumento tradicional y que el conflicto de marras carece de su sustancia histórica originaria. El imperialismo norteamericano ya no aparece como el elemento que justifica la necesidad de --y quien quiere por todos los medios destruir a-- la revolución cubana y hasta anexarse el país de ser posible. Según el discurso castrista un factor, antes ``lacayo'' y secundario, ha tomado preeminencia; hasta el punto de que se impone a veces a la voluntad y los intereses nacionales norteamericanos: me refiero a lo que se le ha dado en llamar la ``mafia'' o el ``cartel'' de Miami.

El argumento tiene tremendas implicaciones que estoy seguro a la dirigencia cubana --acostumbrada como está a ser relativista en el uso de sus propios argumentos-- no le importan. Sin embargo, cualquiera que siga la trayectoria del discurso castrista puede percibir lo contraproducente del deslizamiento conceptual. El argumento castrista tradicional establece que la única forma de mantener la soberanía y la independencia cubanas frente al ``imperio'' es con un gobierno totalitario que garantice la unidad sin fisuras de todo el pueblo detrás de un líder indiscutido. Cuba es un caso tan excepcional que la hace diferente a México o a Canadá, países que comparten una extensa frontera con los Estados Unidos, y diferente incluso a Bahamas, más cercana que Cuba al ``coloso del norte''. Además, Cuba es una nación cuya sociedad goza de una unidad tan rara y especial, que la existencia de opiniones organizadas opuestas a las que están actualmente en el poder sólo es posible si sus portavoces funcionan como lacayos repetidores de Estados Unidos.

La política del castrismo de exportar la oposición, fundamentalmente a Norteamérica, es congruente con esta visión. Si los opositores son agentes o lacayos norteamericanos, pues allí, en Norteamérica, es el lugar donde deben estar, como enemigos no ya del gobierno sino de la nación, y como tales deben ser tratados: sus más nimios bienes deben ser confiscados y, para visitar a sus familiares en el país deben pedir visa. El principio es claro: si van a servir a los intereses del enemigo, pues que lo hagan desde su territorio.

En la historia de este discurso los norteamericanos y el imperialismo, aparecen siempre como el principio sustancial y causal del diferendo, mientras que el exilio en este caso no es otra cosa que un instrumento que cambiará de posición tan pronto como así lo consideren sus poderosos mentores.

Ya no. En el discurso que ahora sale de La Habana, el exilio ha pasado a ser una entidad con sustancialidad propia, convirtiéndose en una mafia con intereses específicos que, a la vez que se opone al gobierno cubano, presiona y hasta hace cambiar el rumbo de la política norteamericana hacia la isla. A los ojos del castrismo, y hasta de ciertos críticos del patio, el exilio ya no es más un instrumento de la política norteamericana, sino que es esta política la que a menudo se convierte en instrumento de la ``mafia'' exiliada. Es claro que el concepto de ``mafia'', ``apátrida'' o ``gusano'' tiene en tal discurso, de acuerdo a las circunstancias, un contenido amplio o restrictivo. Los cubanos que a chorros visitan la isla y mantienen la economía a flote no forman parte de la mafia; y a la vez serán parte cuando --acertados o no-- apoyen mayoritariamente la permanencia de Elián en Estados Unidos o cualquier otra agenda contraria a la de Castro. Igualmente, el gobierno norteamericano dará muestras de cordura cuando coincida con algunas posiciones del gobierno de La Habana, y estará chantajeado por la ``mafia'' exiliada en los casos opuestos.

Lo que no parece advertir este discurso es que al poner en el exilio la responsabilidad por el estado de las relaciones Cuba-Estados Unidos, serrucha el fundamento de su discurso histórico y de su estilo de gobierno. Han pasado a poner el problema en su dimensión primaria, como un problema entre cubanos. Ningún gobierno sensato, por el bien del país, se negaría a negociar con una oposición tan poderosa que de ella depende la relación de la islita con el país mas poderoso del planeta.

El argumento de que no hay por qué hablar con la oposición sino con sus sostenedores los norteamericanos se derrumba, dándole a la oposición exiliada un valor que hasta ahora se habían negado a reconocerle. En un estadista serio, los nuevos argumentos podrían interpretarse como el inicio de un proceso de apertura y negociación. En este caso, no.

© El Nuevo Herald

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