Por Jesús Hernández Cuéllar. Director de CONTACTO Magazine. CONTACTO Magazine
Cuando Fidel Castro asegura que la experiencia política cubana es única en América Latina, dice una verdad lapidaria. Pero en realidad es mucho más, es una experiencia única en todo Occidente.
Conocer gente de otros países ayuda a entender las razones de esta afirmación. Especialmente si se trata de personas que, por lo general de buena fe, señalan que en sus países se puede elegir a un presidente, pero muchos niños se acuestan con hambre. Que en
sus países existe libertad de prensa, pero muchas personas carecen de servicios básicos de salud pública y de empleo. Que en sus países se puede decir lo que se piensa, pero muchos jóvenes ven truncados sus sueños de recibir una educación
universitaria. Otros, con ciertos recelos hacia Estados Unidos, observan la presencia sostenida y aparentemente interminable del régimen cubano como un resultado de la lucha entre David y Goliah, o como la fábula del tiburón y la sardina. Washington tiene la culpa.
Luego entonces, si los niños y jóvenes cubanos reciben educación gratuita y obligatoria hasta el nivel universitario, y si la población cubana recibe servicios de salud pública sin costo alguno, todo lo demás pasa a un segundo plano. Pero, además,
si la crisis cubana en cuanto ausencia de libertades y derechos está regida no por las decisiones de un gobierno autoritario, sino por las supuestas presiones de Estados Unidos hacia La Habana -razonamiento un tanto kafkiano-, mejor no hablar de eso que pasa a un segundo plano.
Ha sido un trabajo excelente, posiblemente el único, junto a la labor represiva de la Seguridad cubana, que verdaderamente ha rendido frutos para el gobierno de Castro porque ha garantizado su permanencia en el poder durante casi 42 años.
Para la joven Geyden Barat, sin embargo, la experiencia fue diferente. Cuando concluía su noveno grado en Cuba, sus padres decidieron abandonar el país. Nada especial, reunificación familiar. Sorpresivamente supo que no podría continuar sus estudios. Hasta ahí
llegó la bondad de la educación gratuita del sistema cubano. Fue entonces que se percató de que pertenecía a una familia "traidora" a la Patria. La joven Barat no logró seguir sus estudios hasta que llegó a Estados Unidos, donde también
recibió educación gratuita.
Ella no ha sido la excepción, sino la regla. Otros muchos jóvenes cubanos han vivido y viven la misma experiencia aun cuando ni por la mente les pasa abandonar Cuba. Es cuestión de conducta política.
Y uno se pregunta, ¿cuánta dignidad hay en un sistema que obliga a demostrar visibles simpatías hacia él, para recibir a cambio educación gratuita y empleo? Porque el empleo decente tiene, igualmente, un valor de cambio en la sociedad cubana. Y mediante ese
valor de cambio surge lo que los cubanos llaman "la doble moral". Decir lo que no se siente en público, para no ser aplastado, y decir lo que verdaderamente se siente, sólo entre amigos íntimos.
Los servicios de salud han cambiado mucho en la última década. Cuba muestra, entre otras muchas fórmulas originales, el turismo de salud. Importantes clínicas y hospitales especializados, ofrecen servicios de alta calidad a cambio de dólares. Pero a esas
instituciones no pueden acudir los cubanos de a pie. Por ejemplo, ese cubano de a pie no puede beneficiarse de los servicios que actualmente recibe el ex futbolista argentino Diego Armando Maradona, a quien se le concede atención por problemas cardiovasculares y dependencia de la cocaína,
en Cuba.
Muchos dirán inmediatamente, es culpa del embargo de Estados Unidos. Pues los hechos indican lo contrario. Desde un año después de la desintegración de la Unión Soviética que trajo la suspensión de los subsidios del Kremlin a Cuba, 1992, la
llamada Ley Torricelli de Estados Unidos permite a ciertas firmas farmacéuticas norteamericanas vender medicamentos a Cuba. El gobierno de Castro, sin embargo, en lugar de comprar medicinas para el cubano de a pie, ha exportado las que fabrica a numerosos países de América
Latina.
Sólo en 1994, un año crítico para la salud pública en Cuba, el gobierno de Castro exportó medicamentos y suministros médicos por valor de 110 millones de dólares, y en 1995 esa cifra aumentó a 125 millones de dólares, según
un informe del Departamento de Estado de Estados Unidos. El mismo informe indica que durante 1996 y hasta julio de 1997, la Oficina de Control de Bienes Extranjeros del Departamento del Tesoro de EE.UU. expidió 68 licencias para la entrega de ayuda humanitaria a Cuba y 44 para la evaluación
de necesidades, mientras que el Departamento de Comercio aprobó 123 licencias de donaciones humanitarias. Estas cifras han sido aproximadamente las mismas o más altas en los años siguientes.
El punto del niño que se acuesta con hambre en algunos países de América Latina, no es diferente en la Cuba de hoy. Al igual que la salud a cambio de
dólares, existe en la isla caribeña la comida a cambio de dólares.
La libreta de abastecimiento (cartilla de racionamiento) que ha estado en vigor durante casi 40 años, ahora es casi inservible. Se trata de una canasta básica mínima que de todos modos hay que pagar, pero que se hizo obsoleta con el advenimiento de la economía
dolarizada a partir de 1993. Desde entonces, quien tiene dólares come, quien no los tiene apenas come. Los cubanos de la calle dependen de la ayuda de sus familiares en el extranjero para comer, y no todos tienen parientes fuera de Cuba. De manera que muchos niños cubanos también
se acuestan con hambre. La diferencia está en otro punto, un punto terrible. Muchos niños cubanos se acuestan con hambre y casi todos sus padres se acuestan con hambre y con miedo. Esto es lo importante.
Cuba es todavía el único país del Hemisferio Occidental donde a la gente se le encarcela por decir lo que piensa. El Dr. Oscar Elías Biscet, presidente de la Fundación Lawton de Derechos Humanos, y Vladimiro Roca, del Grupo de Trabajo de la Disidencia
Interna, son sólo dos ejemplos muy conocidos de opositores pacíficos cubanos que cumplen actualmente condenas a prisión por expresar públicamente sus opiniones.
Cuba es también el único país del Hemisferio Occidental en el que en la última década a una poetisa, María Elena Cruz Varela, se le ha hecho tragar una declaración de principios y luego se le ha condenado a prisión.
Es también la única nación del Hemisferio Occidental en la que 10,800 personas han entrado en una embajada, en 24 horas, a solicitar asilo político. Y el único en que su gobierno, también en la última década, ha hundido a un barco en que
huían más de 60 personas, con saldo de 40 muertos entre ellos 21 menores de edad.
Esto, sin dudas, es lo que convierte a Cuba en una experiencia única en Occidente. Una experiencia matizada por un esquema desconocido en otros países: el hecho de que el gobierno controle cada paso del ciudadano en el barrio a través de los comités de defensa de
la revolución, en el trabajo a través de la administración estatal y el sindicato oficialista; el hecho de que sea el gobierno quien decida qué libros puede leer el ciudadano y qué libros no puede leer, qué película puede ver, y cuál no, qué
obra teatral y cuál no, qué músicos puede escuchar y cuáles no. Qué ciudadanos pueden viajar al extranjero y cuáles no. Qué informaciones debe conocer el ciudadano y cuáles no, mediante medios de comunicación oficiales que han dictado
una misma pauta de loas al sistema durante más de cuatro décadas.
Si alguien conoce un país igual más allá de China, Vietnam y Corea del Norte, pero especialmente alguno en Occidente, habrá hecho un descubrimiento equiparable al de la velocidad de la luz.
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