Un sepulcro cercano
José Antonio Fornaris, Cuba-Verdad
LA HABANA, agosto - En el verano del 94, en sólo unas horas, desde el Malecón de Cojímar vi partir a muchos que anhelaban llegar a Estados Unidos.
Las embarcaciones eran disímiles y precarias. Pero de esos improvisados navegantes a los que más recuerdo es a cuatro jóvenes que en un neumático de tractor, sin ningún tipo de equipamiento y utilizando como remos sus propias manos, se entregaron a esa quimera.
También recuerdo a más de veinte personas que en una especie de canoa india larga, estrecha y muy frágil, se lanzaron al mar en busca de algo que evidentemente va más allá de veleidosas posibilidades económicas.
Era una estampida. Y en ese afán de huir nadie puede negar que los Estados Unidos salvaron muchas vidas. En la Base Naval de Guantánamo estaban miles de niños, jóvenes, mujeres y hombres de todas las edades. Ese fue un éxodo orientado y dirigido por el gobierno
de Cuba.
Durante esos días convulsos, la Seguridad del Estado visitó mi casa para proponerme la salida del país con mi esposa y dos hijos: ellos ponían la embarcación. Tras mi negativa, mandaron luego un mensaje en que podía incluir en la salida a toda mi familia
incluyendo a un hermano mío cuyos hijos tenían en esos momentos ocho meses y ocho años de edad. Luego insistieron en esto en dos ocasiones más.
En esos tiempos, la Ley de Ajuste Cubano no se mencionaba para nada y mucho menos se le calificaba de "asesina". Todavía a la política del gobierno de Cuba no le interesaba convertir en muertos inocentes e importantes a los cubanos que pierden y han perdido la vida en el
Estrecho de la Florida.
Para nada importaba a la política de La Habana que un nuevo y extenso sepulcro -estamos hechos a imagen y semejanza de Dios- hubiera surgido en las aguas que separan a Cuba de Estados Unidos. En ese estrecho, es muy probable que muchas almas no han podido subir al cielo y ahí haya
también cadáveres de almas.
En la historia del hombre, salvo en su época de recolector, siempre que se ha lanzado a aventuras desconocidas o peligrosas ha dejado a la familia a buen recaudo. Desde luego, esto es cuando está convencido de que los peligros que enfrentarán los suyos son menores si se
quedan que si marchan con él.
Durante la guerra hispano-cubana muchos mambises llevaron a sus familias a la manigua y esto era una gran impedimenta -así se le conocía- para las fuerzas que luchaban con las armas por la independencia; pero ellos pensaban -sus razones tendrían- que dejarlos en territorio
bajo el mandato español era someterlos a peligros mucho más serios porque quedarían totalmente a merced del enemigo, que llevarlas al campo insurrecto.
Sin querer comparar a los que salen de Cuba utilizando sus propios medios para dirigirse hacia las costas de la Florida con los mambises, aunque muchos de ellos también emigraron, creo que cuando arriesgan a sus seres queridos en esa dudosa empresa lo hacen también pensando que es
preferible someterlo a un riesgo inminente pero con posibilidades, si se logra el objetivo, de vivir en alguna medida como un verdadero ser humano, que dejarlos detrás sumidos en una realidad totalmente hostil y en las perspectivas de un futuro que es la repetición de cuarenta años
sumidos en una abyecta negación.
No son cantos de sirenas, las sirenas no existen, lo que mueve a los cubanos, arriesgándolo todo, incluso la vida de sus hijos, a lanzarse al mar en busca del "Dorado". "El Dorado" tampoco existe. De los restos de antiguas carabelas, de ésas donde se dieron a la
mar muchos europeos alentados por la palabra oro, no están hechas las embarcaciones de los cubanos que ponen hacia la Florida. Parece más bien que en cada uno de esos objetos flotantes, si los observamos momentáneamente, está escrita la palabra libertad.
La solución a ese éxodo, a esa huida que dura ya cuarenta y un años, no está en Estados Unidos, está en Cuba. Y esa solución está en democratizar al país y en lograr que todos los nacidos en esta Isla sientan que estar en su propia nación
es una gran felicidad y el don mayor que se pueda tener sobre la faz de la tierra.
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