La calle es de los revolucionarios
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, agosto - Entre la oposición cubana -que existe aunque el gobierno lo niegue- y la policía política -que reprime aunque también el gobierno lo niegue- hay una suerte de forcejeo silencioso. Una, pugna por hacerse visible a los ojos de la opinión pública;
la otra, batalla porque la primera no se haga notar.
Cada vez que un grupo opositor intenta manifestarse públicamente, la policía política se las ingenia para abortar la manifestación actuando de tal modo que parezca que ella no ha intervenido directamente.
De ese intento de la oposición de hacerse pública y de la policía de no permitirlo se ha creado una especie de línea infranqueable donde todo queda en tentativa sin mayores consecuencias. La oposición sabe que de sobrepasarla correría el riesgo de la cárcel,
y la policía conoce que si la oposición la sobrepasa no le queda otra alternativa que encarcelar, aunque el precio político sea elevado. Ahí empieza el dime que te direte y con ello han surgido los más insospechados subterfugios. La oposición ha querido
manifestarse en los eventos religiosos, en los parques de barrios, en los cementerios; la policía política ha inventado los mítines de repudio, las Brigadas de Acción Rápida y hasta las concentraciones estudiantiles.
El caso es que muy pocas veces la oposición consigue llevar a término una manifestación pública, por lo que se ha refugiado en los ayunos y las conferencias en casas privadas, y que muchas veces también son interrumpidas, y muy pocas veces la policía política
logra que no se vea su participación directa en la contraofensiva.
Los opositores y la policía ya se conocen tanto que no es necesario que los opositores eleven pancartas o porten carteles para que los policías los identifiquen; los policías no necesitan ir uniformados, mostrar una placa o enseñar el carnet para que los opositores
sepan quiénes son. Parece un juego, peligroso, pero un juego. Se tratan hasta con cierta familiaridad, y no hablo de los infiltrados, ésos son más "gusanos" que el de seda. Uno ya conoce hasta las conversaciones que sostienen. "Roberto, no llegues al Parque
Butari, o me veré en la necesidad de arrestarte". Dice sonriente el oficial cuando se encuentran. "Ñooo, ahí está el oficial Isidro", comenta Osvaldo cuando va camino de la Iglesia. s ya un pasatiempo entre opositores y policías. Los oficiales se
ganan las felicitaciones de sus superiores y algunos opositores se ganan otro mérito que presentar en la Oficina de Intereses caso de inmigración.
La orientación de las altas esferas es que "la calle es para los revolucionarios" y así, se efectúan Marchas del Pueblo Combatiente, Tribunas Abiertas, desfiles por el primero de mayo, y, la misma policía política que evita las manifestaciones
opositoras, asegura y custodia las oficiales para que se celebren con todas las garantías. Los medios de prensa oficiales y extranjeros se hacen eco de las mismas y pareciera que en Cuba sólo se realizan actos de apoyo al gobierno.
Los líderes oficiales -los opositores no tienen espacio- al referirse, indistintamente, a estos sucesos califican de "alborotos contrarrevolucionarios de grupúsculos pagados por el imperio, y sofocados por el pueblo enardecido defendiendo sus conquistas" a los intentos de
la oposición de manifestarse mientras ponderan de "masiva y entusiasta -ellos mismos organizan y evalúan- marcha combatiente frente a la Oficina de Intereses llevada a cabo por el pueblo disciplinado sin que se rompiera un solo cristal de dicha instalación". Por otra
parte, divulgan hasta el cansancio los sucesos de Seatle o de Hiroshima en los cuales los manifestantes fueron dispersados por la policía. ¿No les dará pena? En esos lugares, por lo menos, la gente se manifiesta abiertamente y la policía reprime abiertamente. ¿Por qué
no permiten que aquí los opositores se manifiesten y los policías repriman, como ocurre en todas partes del mundo? ¿A qué le temen? ¿No están seguros de que la calle entonces sea de los revolucionarios? Por lo menos, si lo permitieran, el juego sería
menos turbio, y hasta menos aburrido.
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