El drama de los Camejo
Tanía Díaz Castro
LA HABANA, agosto - Ya en la década de los cincuenta Cuba poseía uno de los teatros de títeres infantiles más famosos del continente. Me refiero a los espectáculos que se ofrecían casi a diario en el Teatro Nacional de Guiñol de La Habana, situado
en el sótano del Edificio Focsa, del Vedado habanero.
Allí acudían cientos de niños que, junto a sus familiares, pasaban los ratos más agradables que se pueda imaginar. Era un verdadero prodigio de la imaginación cada función que allí se realizaba. Todo dirigido por los hermanos Camejo: Pepe, Carucha
y Pepe Carril.
Los que fueron niños por esos años no pueden olvidar al Don Juan Tenorio, La corte del faraón, La loca de Chaillot, Ibeyi Aña, sólo por citar algunas de las obras más famosas de este grupo de artistas y principalmente de su maestro Pepe Camejo.
Sin embargo, a finales de los años sesenta, el teatro, tan concurrido siempre, cerró sus puertas por mucho tiempo como si se hubiera desatado un fuerte huracán y se lo hubiera llevado todo, o un gran terremoto: artistas, guiones literarios, bocetos, telones, muñecos.
Nunca pudimos disfrutar y admirar el arte de los Camejo, aquel gran arte que servía para hacer felices a nuestros niños y enriquecer su espiritualidad.
Todavía me parece estar escuchando a mi pequeño hijo preguntándome por qué no lo llevaba al Teatro Guiñol. ¿Cómo explicarle entonces que tanta belleza desaparecía de un plumazo, con sólo pronunciarse una orden gubernamental, aplicar
una ley... ¡Qué se yo! ¿Cómo decirle a mi pequeño que los Camejo y sus muñecos habían sido "parametrados", como si él pudiera entender tanta barbaridad?
Sencillamente se trató de una cacería de brujas al estilo stalinista, que nunca ha dejado de ocurrir con menor o mayor intensidad por parte del régimen.
Los niños cubanos jamás pudieron volver a ver los muñecos y las actuaciones de los Camejo. Los muñecos fueron escondidos en casas de amigos y familiares como si se trataran de objetos subversivos y también los dibujos, las fotos y los diseños.
Ahora, ¡qué triste es todo! Se le quiere rendir honor a Pepe Camejo, fallecido en 1988, por medio de una exposición (lo que quedó de su obra artística) montada en la Casa de México, de la Habana Vieja, algo que jamás dará una idea de lo que
pudo verse en el Guiñol, sobre todo en su Edad de Oro, los años sesenta.
La misma periodista que escribe el catálogo de la exposición, quien destaca la inteligencia, buen gusto y eficacia de Pepe Camejo, señala en uno de sus últimos párrafos el grave error que cometió el gobierno cubano en privar de tanto prodigio al pueblo
de Cuba, un teatro tan nacional y autóctono.
¿Por qué entonces desapareció ese teatro, que a pesar de la llamada "mala memoria teatral", quedará como ejemplo para la historia como uno de los grandes horrores del régimen? ¿Acaso por qué aplicaban el abstraccionismo o el pop art en sus
diseños escenográficos, porque nunca cayeron en el panfleto, porque se negaron a escribir por encargo?
Lo más importante de todo es que muchos padres nos sentimos muy agradecidos de que los Camejo hayan hecho felices a nuestros hijos tantas veces. Aquellas risas infantiles jamás se olvidarán.
Por eso, quien se sienta culpable de este triste drama, de esta horrible historia, que baje la cerviz.
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