Héroes anónimos
Rev. Pedro Crespo Jímenez, Grupo Decoro
LA HABANA, agosto - Para decir algo sobre la tercera edad, etapa final de la vida como algunos le llaman, debemos despojarnos de la sandalia al igual que Moisés porque pisamos un terreno sagrado. Los ancianos nos han precedido en la vida, y con su larga existencia han forjado la historia,
aportando a ella y a la sociedad esfuerzo, sacrificio y también alegría. Cada familia está unida, indefectiblemente, a ellos, a los ancianos, porque ninguno de nosotros ha nacido por generación espontánea.
Ellos han hecho vida y vida en abundancia junto a nosotros, los menos viejos, y todos - de una forma u otra, estamos en deuda. Le debemos el consejo oportuno, la decisión justa, la mediación familiar reconciliadora, las correcciones fraternas de nuestras vidas, los principios éticos
que sustenta toda sociedad..., hasta la condonación del castigo por las travesuras de la niñez. En fin, todo lo que hoy poseemos y que ellos con generosidad y gratuidad han depositado, como obra inconclusa y mejorable por las nuevas generaciones, en nuestras manos.
En la vida espíritua y profunda de nuestro pueblo, en el terreno de esa relación trascendente entre el Creador y la inteligencia, cuando se torna tan pesada la carga que sobre sus hombros tiene que llevar nuestra familia en la lucha por la subsistencia y la búsqueda de
soluciones, alternativas o respuestas a las tantas interrogantes que debe hacerse cada día al comenzar una nueva jornada.
Se hace imprescindible un justo reconocimiento a nuestros abuelos. A ellos le debemos todo: el apoyo y el aliento en las horas difíciles, el compartir el pan, el poco de leche y hasta renunciar al deseado "buchito de café" en las mañanas, para poder compensar en
alguna medida las muchas carencias de la canasta familiar.
Ellos necesitan de nosotros cariño, amor, comprensión, consideración, solidaridad, calor humano y el regalo de nuestra alegría.
Debe ser pesaroso para un hombre o una mujer que ha sabido entregar lo mejor de sí a su hogar, a su trabajo, a la vida, sentirse impotente y débil para seguir mejorando la triste realidad en que vivimos.
Nuestros abuelos tienen un caudal enorme de experiencias, que vierten con generosidad en las nuevas generaciones. Por ello es ilógico que los ignoremos o que, en el peor de los casos, los reduzcamos a meros "objetos desechables".
Siempre nos dieron magnífico ejemplo al verlos crecer ante las dificultades. Ellos supieron descubrir ante nosotros las riquezas de la fe, para que fertilizara con ella nuestras vidas.
Seamos solidarios con estos héroes anónimos cuando tratan de montar un camello (camiones de carga adaptados por el régimen de Fidel Castro como transporte público) y no pueden porque les falta ya las fuerzas o cuando intentan pasar al otro lado de una calle y no
aciertan, y esbozan una sonrisa cuando sienten una mano firme que le ofrece seguridad o cuando le regalamos tres minutos de conversación.
Seamos solidarios con esa ancianita que viene con una pesada jaba en sus trémulas manos. Aliviémosle la carga, porque todos ellos son verdaderos héroes anónimos de nuestra sociedad.
Esta pincelada temerosa y frágil sobre la tercera edad sólo pretende motivar a la reflexión sobre esa página final de la vida -a la que llegaremos todos- para otorgarle a nuestros ancianos el agradecimiento, el respeto, la veneración y el cuidado que por
derecho le debemos.
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