Princesa vestida de harapos
Víctor Rolando Arroyo, UPECI
PINAR DEL RIO, agosto - Leí en un cuento infantil, de los que leen mis hijos, sobre dos malvados hermanos que fingiéndose sastres engañaron a un vanidoso rey con un traje invisible alegando que sólo sería visto por aquellos inteligentes y honrados y que no podrían
verlo los locos. Todo un pueblo aceptó ver vestido a su rey desnudo, por miedo a ser calificados de locos y condenados por ello.
En días pasados, los pinareños celebramos la fiesta de una princesa a la que todos elogiaban la magnificencia de su traje, para no ser considerados locos pues como en el cuento aquí, en mi ciudad, la princesa que debía vestir un traje cuya confección demoró
más de cuarenta años: sólo llevaba raídos harapos sobre su desnudo cuerpo.
En voz muy pero que muy baja se oía murmurar a todos los que allí fueron convocados: "¿Ves tú algo? ¿Qué festejamos?" Y muy pero que muy bajo, para no ser condenados por locos, salían de boca en boca a la luz los males que hoy sufre el
pueblo: Calles llenas de huecos, acueductos que no dan agua, escuelas sucias, sin mobiliario escolar o en pésimas condiciones, paredes sin pintar y miles de ojos infantiles y adolescentes que se agotan por el esfuerzo de escribir o leer sin luz eléctrica, hospitales deteriorados y médicos
indolentes, escasez de los más elementales medicamentos. ¡Pero la educación y la salud son gratuitas!
Profesionales que realizan cualquier trabajo menos su profesión, niños que al cumplir los siete años ya no pueden tomar leche, cuatro huevos quincenales, cinco libras de arroz y cinco de azúcar como alimento para todo un mes es la "magnifica" canasta
familiar. ¡Claro, a un precio accesible para todos! Mientras, en los mercados sólo una minoría cada vez más reducida puede obtener alimentos de primera necesidad en una moneda con la que se consigue de todo pero en la que no se le paga al pueblo trabajador.
Personas que arriesgan sus vidas y la de sus hijos por un futuro mejor y que prefieren morir de una sola vez a ir muriendo poco a poco, jubilados que no pueden disfrutar su jubilación al tener que buscarse el pan de cada día, pues lo que reciben no les alcanza ni para comer;
precios que no bajan, diferencias sociales que se acrecientan y mentiras, muchas mentiras que se repiten de boca en boca, día tras día, y que el pueblo repite en voz muy pero que muy alta para no ser calificados y condenados por locos.
Pero éste no es un cuento como los que leen mis hijos, es la realidad del pueblo y sólo espero que no demore la voz que, al igual que en el cuento infantil, se alce y diga: "¡La princesa está en harapos!"
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